Lo que nuestros ojos hacen sin que lo notemos
Cada día, nuestros ojos realizan más de 100.000 movimientos rápidos e involuntarios conocidos como sacadas. Estos desplazamientos permiten que escaneemos el entorno de manera eficiente, pero también tienen una función menos evidente: protegernos de ver el mundo como si fuera una película borrosa.
Imagina una cámara que gira bruscamente de un lado a otro. La imagen queda difusa, ¿verdad? Sin embargo, cuando movemos los ojos de forma similar, el cerebro evita que veamos esa «borrosidad». Esto se debe a un proceso de supresión sensorial que, según un nuevo estudio, también podría limitar lo que somos capaces de ver cuando algo se mueve demasiado rápido.
El experimento: cuando el movimiento se sincroniza con nuestra vista
Un grupo de investigadores de la Universidad Humboldt de Berlín publicó un estudio en Nature Communications donde demostraron que existe un límite físico a la velocidad de lo que podemos ver. Y ese límite no está determinado solo por la calidad de nuestros ojos, sino también por la manera en que nos movemos.
La investigación reveló que cuando un estímulo visual se mueve al mismo ritmo y dirección que nuestras propias sacadas, ese estímulo se vuelve invisible. El cerebro, al detectar un movimiento que coincide con los patrones internos de los ojos, simplemente lo descarta. Esto podría explicar por qué no notamos la borrosidad que debería generarse cada vez que nuestros ojos se mueven tan rápido.
Más allá del ojo: la visión también depende de la acción
El líder del estudio, Martin Rolfs, explicó que la percepción visual no puede entenderse solamente desde la óptica o la biología del ojo. Hay que tener en cuenta la cinemática, es decir, cómo se mueven nuestros cuerpos y, en particular, nuestros ojos.
«Lo que podemos ver depende tanto de nuestros sensores (los ojos) como de los movimientos que afectan lo que esos sensores reciben», afirmó Rolfs. En otras palabras, no es solo cuán buena sea tu visión, sino también cómo se mueve tu cuerpo y tus ojos lo que determina si puedes ver algo que está en movimiento.
Implicaciones en deportes, videojuegos y más
Esta investigación podría tener aplicaciones muy interesantes. Por ejemplo, en el deporte de alto rendimiento, la capacidad de seguir objetos rápidos es crucial. Si algunas personas tienen sacadas más rápidas, podrían tener una ventaja natural en deportes como el tenis o el béisbol, donde los reflejos visuales lo son todo.
Algo similar podría pasar en los videojuegos. Los jugadores expertos, acostumbrados a entornos con movimientos rápidos y repentinos, podrían estar entrenando inconscientemente su sistema visual. Aunque el estudio no confirma si esta habilidad se puede entrenar, sí deja abierta la puerta a futuras investigaciones en ese sentido.
También en campos como la fotografía o la realidad virtual, donde se necesita entender cómo procesamos el movimiento, este hallazgo podría ser clave para diseñar experiencias más realistas o evitar la fatiga visual.
El cerebro como filtro inteligente
Este fenómeno de «no ver» cosas que se mueven de cierta forma se llama supresión sacádica. Es como si el cerebro dijera: «Si este movimiento lo provoqué yo, entonces no es importante, lo ignoro». Gracias a eso no vivimos mareados, pero también perdemos información.
Un ejemplo curioso mencionado en debates científicos y también en novelas de ciencia ficción es el de criaturas que podrían hacerse invisibles si logran moverse al mismo ritmo que nuestras sacadas. Aunque suene a fantasía, la ciencia está mostrando que la idea no es tan descabellada.
La visión humana es una danza entre cuerpo y cerebro
Lo más importante de este estudio no es solo saber que hay un límite a la velocidad de lo que podemos ver. Es entender que ver es un proceso activo, no pasivo. No somos cámaras que registran todo lo que pasa; somos sistemas complejos que interpretan, filtran y priorizan.
Nuestros sentidos están profundamente entrelazados con nuestras acciones. Lo que hacemos afecta lo que percibimos, y viceversa. Esta perspectiva podría abrir nuevas puertas en neurociencia, educación, tecnología y hasta en el diseño de interfaces.
☞ El artículo completo original de Natalia Polo lo puedes ver aquí
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