21 de septiembre de 2025

La noche en la que La Serena miró al cielo

La noche del 24 de octubre de 1982, durante el duelo entre Deportes La Serena y Naval de Talcahuano, ocurrió algo inolvidable. En pleno segundo tiempo, cerca de las 22:00 horas, un extraño fenómeno lumínico apareció en el cielo: una luz redonda y brillante, rodeada de una especie de nubes, avanzando lentamente sobre el estadio. El avistamiento fue tan impactante que el partido se detuvo por algunos segundos. Jugadores, árbitros, cuerpo técnico y miles de hinchas quedaron con la vista fija hacia arriba, señalando el objeto que surcaba el cielo serenense.


Testigos como Jorge “El Peineta” Garcés recuerdan cómo todos dejaron de jugar para observar el fenómeno. Y entre los hinchas, Roque Casanga asegura que lo que vio esa noche fue nada menos que un “platillo volador”. El objeto luminoso finalmente se perdió en dirección al Faro Monumental, dejando a todos atónitos. El periodista Cristián Riffo, director del Museo Ovni de La Serena, recalca que este hecho es de gran relevancia en la ufología mundial, pues son escasos los avistamientos ovni en estadios de fútbol.
Como anécdota, el partido terminó 2-2, pero el resultado pasó a segundo plano: esa noche, el protagonista no fue la pelota, sino el cielo.

No hubo aterrizajes ni mensajes extraterrestres: el público siguió mirando al cielo hasta que la nube luminosa se perdió en el horizonte y el árbitro reanudó el juego.
Años después, periodistas locales y ufólogos del Museo Ovni de La Serena recuerdan el suceso como una de las pocas “avistamientos masivos” de la región, simplemente porque miles de personas vieron lo mismo al mismo tiempo. Esa condición de espectáculo colectivo, ocurrida en una época sin teléfonos móviles ni redes sociales, da a la historia un aire de misterio. La tentación de rellenar ese vacío con hipótesis alienígenas es comprensible, pero ¿qué puede haber producido una nube luminosa que atraviesa lentamente el cielo nocturno?

Los cohetes modernos siguen regalándonos imágenes desconcertantes. En marzo de 2025, una espectacular espiral de luz sobre el Reino Unido disparó titulares sobre ovnis hasta que la oficina meteorológica británica explicó que era la estela helada del combustible de un cohete Falcon 9 de SpaceX; el combustible expulsado giraba al caer y reflejaba la luz del sol, dibujando un remolino en el cielo.

Ese mismo año, durante la lluvia de las Perseidas, observadores en Estados Unidos vieron una “espiral fantasmal” similar. Los astrónomos aclararon que se forma cuando un cohete vacía su combustible antes de reentrar en la atmósfera: el combustible se congela en cristales que reflejan la luz y, al girar el cohete, se crea una espiral brillante. Estos ejemplos contemporáneos, fotografiados y documentados desde múltiples ángulos, muestran cuán fácil es confundir la tecnología espacial con “naves” de origen incierto.
No debemos olvidar que en la década de 1980 la carrera espacial era intensa y cada lanzamiento implicaba etapas que caían en el océano Pacífico o en tierra sudamericana. Los avisos de reentradas de cohetes no se divulgaban al público con la transparencia que hoy exige la proliferación de satélites privados. Un lanzamiento soviético desde Baikonur a finales de octubre de 1982, o una prueba de misiles en el Pacífico, podría haber producido un despliegue luminoso visible desde La Serena sin que nadie a pie de calle supiera interpretarlo. Frente a esa ignorancia, la explicación extraterrestre resulta atractiva pero no necesaria.
Con toda seguridad, la explicación a lo que se vio en el estado de la Portada aquella noche tiene más que ver con una maniobra de un cohete de alguna agencia espacial que con una nave alienígena que se interesó por el fútbol. Su recuerdo quedó grabado porque nadie supo explicarlo en ese momento. Ahora sabemos que la reentrada de cohetes puede producir nubes y anillos brillantes, o espirales tan perfectas como las que dibujan los Falcon 9 en nuestras noches modernas. La nube ni siquiera alteró el partido, se limitó a seguir su curso hasta desvanecerse.
Los mitos de antaño, nacidos en una época en la que ibas al estadio sin una cámara con la que registrar lo que pasaba, conservan esa magia de las historias que no necesitan pruebas. Si a uno le apetece creer, cree, y punto.



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