Era una noche cualquiera de agosto de 1977 cuando Jerry Ehman se dirigía a revisar los datos del radiotelescopio Big Ear de la Universidad Estatal de Ohio. Lo que encontró en ese papel impreso le haría escribir un simple «Wow!» que acabaría convirtiéndose en uno de los misterios más duraderos de la astronomía moderna. Durante casi cinco décadas, esa anotación manuscrita ha sido el símbolo de lo que muchos consideran la mejor candidata a señal extraterrestre jamás detectada.
Pues resulta que todo lo que creíamos saber sobre la Señal Wow no era del todo correcto. Un nuevo estudio publicado en agosto de 2025 por un equipo internacional de científicos liderado por Abel Méndez de la Universidad de Puerto Rico ha puesto patas arriba nuestra comprensión de este fenómeno. Y la historia que emerge es aún más fascinante que la original.
Durante décadas, los investigadores se lamentaron de que los datos originales del Big Ear se habían perdido para siempre. El telescopio fue desmantelado en 1998, y parecía que solo nos quedaba esa famosa hoja de papel con el «Wow!» garabateado. Pero resulta que no toda la información había desaparecido. Marc W. Abel, uno de los voluntarios que trabajaba en el proyecto SETI de Ohio desde 1983, había fotografiado meticulosamente más de 75,000 páginas de datos entre 2006 y 2017. Un tesoro de 1.24 terabytes de información que había estado durmiendo en discos, esperando a que alguien tuviera el tiempo y la paciencia de analizarlo.
Y eso es exactamente lo que hizo el equipo de Méndez. Usando técnicas de reconocimiento óptico de caracteres, inteligencia artificial y mucha validación humana, transcribieron los datos de los días alrededor del 15 de agosto de 1977. Lo que encontraron cambió prácticamente todo lo que pensábamos que sabíamos sobre la señal.
Empecemos por la ubicación. Durante casi 30 años, hemos estado buscando la fuente de la Señal Wow en el lugar equivocado. Bueno, no completamente equivocado, pero sí desplazado unos 7.25 minutos de arco de donde realmente debería estar. Eso puede no sonar como mucho, pero en términos astronómicos es una diferencia significativa.
La nueva posición más precisa sitúa la señal en dos ubicaciones posibles: una centrada en ascensión recta 19h25m02s y otra en 19h27m55s, ambas a una declinación de -26°57′ (dependiendo cual de las dos antenas del Big Ear lo percibiese). El margen de error se ha reducido de ±10 segundos a solo ±3 segundos en ascensión recta. Esta precisión mejorada podría explicar por qué tantos intentos de detectar la señal de nuevo han fallado.
Pero no acaban aquí las sorpresas: la señal era mucho más intensa de lo que pensábamos. Las estimaciones previas situaban su intensidad entre 54 y 212 Janskys (una unidad de medida del flujo de radiación). Los nuevos cálculos indican que superaba los 250 Janskys, posiblemente incluso más si no estaba perfectamente centrada en el haz del telescopio. Para poner esto en perspectiva, estamos hablando de una señal extraordinariamente brillante para cualquier fuente astrofísica natural.
Y luego está el tema de la frecuencia, que tal vez sea el cambio más intrigante de todos. La Señal Wow no fue detectada a 1420.456 MHz como se creía, sino a 1420.726 MHz. Esto puede parecer una diferencia minúscula, pero cuenta una historia fascinante sobre el movimiento de su fuente.
Funciona así: el hidrógeno neutro emite naturalmente a una frecuencia específica de 1420.4056 MHz cuando está en reposo. Pero si la fuente que emite esa radiación se mueve hacia nosotros, el efecto Doppler hace que detectemos una frecuencia más alta, igual que el silbido de un tren suena más agudo cuando se acerca. En este caso, esa frecuencia más alta nos dice que la fuente se movía hacia nosotros a una velocidad considerable: 84 kilómetros por segundo. Los astrónomos llaman a esto un «corrimiento al azul» porque la frecuencia se desplaza hacia el extremo azul del espectro, donde las frecuencias son más altas.
¿Qué puede moverse a esa velocidad? Aquí es donde la historia se vuelve realmente interesante. Los investigadores han identificado que esta velocidad es consistente con lo que llamamos nubes de hidrógeno neutro de velocidad intermedia. Estas son concentraciones de gas en el halo galáctico o el disco grueso de nuestra galaxia que se mueven a velocidades entre 25 y 90 kilómetros por segundo respecto al estándar local de reposo.
De hecho, durante su análisis de los datos de Ohio SETI, el equipo encontró dos señales adicionales similares a la Wow que habían sido detectadas y marcadas por el equipo original en enero de 1978. Las llamaron Wow2 y Wow3, y cuando las compararon con mapas modernos de hidrógeno neutro, confirmaron que correspondían exactamente con pequeñas nubes de hidrógeno. Esto no es casualidad.
La hipótesis que emerge es que la Señal Wow podría haber sido producida por un fenómeno astrofísico natural (como ya se sugirió en otras ocasiones y que ya expuse en el blog): una emisión máser de una pequeña nube fría de hidrógeno neutro. Para entender qué es un máser, pensemos primero en un láser: tomas luz normal y la amplificas hasta que se vuelve tremendamente intensa y perfectamente enfocada en un color específico. Un máser hace exactamente lo mismo, pero en lugar de luz visible, amplifica ondas de radio.
En el espacio, esto puede ocurrir cuando una nube de gas se encuentra en condiciones muy específicas de temperatura y densidad. Los átomos de hidrógeno en la nube actúan como pequeños amplificadores naturales, tomando una señal débil de radio y multiplicándola millones de veces hasta crear un haz intenso y muy concentrado en una frecuencia específica. Es como si la propia física del gas creara una antena transmisora cósmica que funciona solo por un momento, cuando las condiciones son perfectas, y luego se apaga para siempre.
Esta explicación encaja perfectamente con las características observadas: la frecuencia específica cerca de la línea de hidrógeno, la intensidad extraordinaria, la duración corta pero bien definida, y la ausencia de repetición. Las nubes de hidrógeno pueden producir estos eventos de manera esporádica e impredecible, lo que explicaría por qué nunca se ha vuelto a detectar la señal a pesar de décadas de búsquedas.
El estudio también descarta sistemáticamente otras explicaciones. ¿Interferencia terrestre? Extremadamente improbable dado el patrón de haz observado y la frecuencia protegida. ¿Satélites? Ninguno en 1977 podía estar en la posición correcta o moverse lo suficientemente lento. ¿Reflexión lunar? La Luna estaba en fase nueva y en el lado opuesto de la Tierra. ¿Actividad solar? El Sol estaba en un período de actividad muy baja.
Lo que hace que este trabajo sea particularmente sólido es que los investigadores no solo reanalizaron la Señal Wow, sino que validaron sus métodos encontrando y confirmando la naturaleza de esas otras dos señales similares. Es como resolver un rompecabezas y luego demostrar que tu método funciona resolviendo otros dos rompecabezas relacionados.
Desde luego, esto no cierra definitivamente el caso. La posibilidad de que fuera una transmisión artificial sigue existiendo, aunque ahora tendríamos que explicar por qué alguien transmitiría exactamente a la frecuencia que esperaríamos de un fenómeno astrofísico natural.
Hay algo profundamente satisfactorio en esta revisión de los datos. Durante décadas, la Señal Wow ha sido el santo grial de SETI, la prueba tentadora de que tal vez, solo tal vez, alguien más allá de las estrellas estaba tratando de comunicarse con nosotros. Pero también ha sido una fuente de frustración constante: nunca se repitió, nunca se pudo localizar con precisión, nunca se pudo explicar completamente.
Ahora, con estos nuevos datos, la señal recupera su lugar como un fenómeno astronómico genuinamente interesante, pero por razones diferentes. En lugar de ser potencialmente la primera evidencia de inteligencia extraterrestre, podría ser un ejemplo espectacular de los procesos físicos extremos que pueden ocurrir en el medio interestelar. Las nubes de hidrógeno que creemos responsables de la señal son parte del ecosistema galáctico que permite la formación de estrellas y planetas. En cierto sentido, podríamos estar ante la firma de los procesos que hacen posible la vida misma.
El trabajo también destaca algo que a menudo olvidamos en la era de la astronomía robotizada: la importancia de los voluntarios y aficionados dedicados. Sin Marc Abel fotografiando meticulosamente esas 75,000 páginas, sin Russ Childers preservando los datos, sin décadas de trabajo no remunerado de entusiastas de la astronomía, este análisis nunca habría sido posible. Jerry Ehman escribió «Wow!» en esa página en 1977, pero fueron docenas de personas anónimas las que preservaron esa información durante las siguientes cinco décadas.
☞ El artículo completo original de lo puedes ver aquí
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