24 de octubre de 2025

Nuevas evidencias reescriben el origen de la civilización sumeria

El paisaje cambiante del Golfo Pérsico

El estudio, liderado por el geólogo Liviu Giosan (del Woods Hole Oceanographic Institution) y el científico social Reed Goodman (de la Universidad de Clemson), replantea el escenario ambiental en el que se desarrolló la civilización sumeria. Los investigadores analizaron datos geológicos y arqueológicos para reconstruir la morfología del delta del Tigris-Éufrates hace entre 7.000 y 5.000 años, cuando el Golfo Pérsico se extendía mucho más hacia el interior que en la actualidad.

Este antiguo paisaje fluvial estaba sometido a un régimen de mareas diarias que empujaban agua dulce tierra adentro dos veces al día. Este fenómeno creó un sistema hídrico predecible que pudo haber sido aprovechado por las primeras comunidades para desarrollar la agricultura sin necesidad de grandes infraestructuras. En lugar de depender de canales extensos o presas complejas, bastaban pequeños canales para regar los cultivos y mantener huertos de palmeras datileras, garantizando altos rendimientos agrícolas.

Un ecosistema como matriz cultural

El modelo propuesto por Giosan y Goodman plantea que los sumerios no solo se adaptaron al entorno fluvial, sino que lo incorporaron profundamente en su cosmovisión y estructuras sociales. Las mareas, con su ritmo constante y dual, influyeron no solo en la producción de alimentos, sino también en los mitos, en la organización urbana y en el simbolismo religioso. Esta relación entre medio ambiente y cultura se refleja, por ejemplo, en la importancia que tenía el agua en la religión sumeria, donde dioses fluviales y mitos de inundaciones ocupaban un lugar central.

Al igual que un agricultor que aprende a leer las estaciones para sembrar y cosechar, las antiguas comunidades sumerias habrían aprendido a entender y utilizar los ciclos hídricos a su favor, generando un tipo de agricultura que requería más observación que ingeniería.

Crisis ecológica y respuesta civilizatoria

Con el tiempo, la dinámica del delta cambió. A medida que los ríos depositaban sedimentos, se formaron nuevas tierras que bloquearon el ingreso de las mareas al interior. Esta interrupción provocó una crisis ambiental: el sistema natural que había sostenido la agricultura y el abastecimiento de agua dejó de ser funcional. Este colapso obligó a las comunidades a desarrollar respuestas colectivas y técnicamente más complejas para controlar las aguas, como redes de canales y obras de defensa contra inundaciones.

Estas soluciones no solo requerían conocimientos técnicos, sino también coordinación política y organización social. Según Holly Pittman, directora del Proyecto Arqueológico de Lagash (liderado por el Museo Penn y arqueólogos iraquíes), este momento marcó el inicio de un proceso de consolidación del poder, el surgimiento de desigualdades y la formalización de estructuras urbanas complejas. La ciudad no solo fue una respuesta física al entorno, sino también una solución institucional ante una nueva realidad ecológica.

Paisajes vivos y sociedades resilientes

Una de las ideas centrales de este estudio es que las antiguas geografías no eran escenarios estáticos, sino sistemas vivos que cambiaban rápidamente. El delta mesopotámico, con sus constantes transformaciones, funcionó como una especie de laboratorio natural en el que se pusieron a prueba nuevas formas de organización colectiva.

Los autores subrayan que este entorno cambiante exigía cooperación continua, creatividad y capacidad de adaptación. Esa presión constante por reinventarse frente a los cambios ambientales pudo haber sido la chispa que encendió la evolución hacia formas sociales más complejas. De hecho, esta lectura ambiental del pasado ayuda a entender que las crisis ecológicas no siempre llevan al colapso, sino que pueden ser motores de transformación y avance.

Mito e historia entrelazados

Uno de los aspectos más fascinantes del estudio es su aproximación interdisciplinaria, que conecta evidencia geológica, datos arqueológicos y relatos mitológicos. Al reconstruir el antiguo litoral de Sumer usando mapas satelitales, sedimentos y excavaciones en Lagash, los investigadores pueden darle nuevo sentido a los relatos de diluvios o a la arquitectura de los zigurat, esas torres-templo que los sumerios construían como morada de los dioses, a menudo vinculados al agua y a las alturas.

La historia escrita en los estratos de tierra se encuentra, de forma inesperada, con los relatos legendarios que sobreviven en tablillas y tradiciones. Esta convergencia refuerza la idea de que muchas narraciones antiguas tienen una base real, disfrazada de simbolismo y alegoría, y que sólo la ciencia puede ayudarnos a descifrarlas en su totalidad.

Implicaciones para el presente

Estudios como este también tienen valor para pensar el futuro. Las transformaciones del paisaje que vivieron los sumerios encuentran eco en los cambios climáticos que enfrentamos hoy. El ejemplo de Sumer sugiere que la adaptación, la cooperación social y la reconfiguración institucional pueden ser respuestas efectivas ante crisis ecológicas. También nos recuerda que nuestras ciudades y culturas están profundamente ligadas a los entornos que habitamos, aunque a veces lo olvidemos.

Este nuevo modelo paleoambiental, fruto del trabajo conjunto entre la ciencia natural y las humanidades, reabre el debate sobre cómo entendemos los orígenes de las grandes civilizaciones y nos invita a mirar el pasado no solo como historia, sino como una fuente de lecciones urgentes para el presente.


La noticia Nuevas evidencias reescriben el origen de la civilización sumeria fue publicada originalmente en Wwwhatsnew.com por Natalia Polo.


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