
A veces las noticias más extrañas son las verdaderas. Hace unos días, el padre Richard D’Souza, de 47 años y recién nombrado director del Observatorio Vaticano por el Papa León XIV, declaró públicamente que estaría dispuesto a bautizar extraterrestres si algún día se presentaran en la Tierra. Y no, no es broma, ni es clickbait de un sitio web conspiranoico. Es una declaración real de un astrofísico jesuita que lleva años estudiando galaxias en Castel Gandolfo, cerca de Roma.
Ahora bien, este sacerdote no es un indocumentado. Nacido en India en 1978, este tipo se sacó una licenciatura en física, un máster en la Universidad de Heidelberg trabajando en el Instituto Max Planck, y un doctorado en astronomía estudiando cómo se fusionan las galaxias. Después pasó por la Universidad de Michigan antes de aterrizar en el Observatorio Vaticano en 2016. Tiene hasta un asteroide con su nombre, el D’Souza 27397, que orbita entre Marte y Júpiter y es del tamaño de Manhattan. Vamos, que no estamos hablando de alguien que se le ocurrió la idea tomando vino de misa una tarde aburrida.
Lo interesante de sus declaraciones no es solo el titular sensacionalista, sino el razonamiento detrás. Cuando le preguntaron directamente si bautizaría a un alien, respondió con dos síes rotundos y añadió que la teología tendría que «reimaginarse a sí misma y tomar en consideración a estos otros seres». Su argumento es simple y, dentro de la lógica católica, totalmente coherente: si Dios creó el universo, entonces cualquier forma de vida inteligente que exista también sería creación suya y, por tanto, elegible para unirse a la fe. «Serían hijos de Dios», dijo sin pestañear.
Por supuesto, reconoció que hay problemas prácticos que resolver. El bautismo católico requiere presencia física, así que habría que averiguar primero cómo llegar hasta ellos o cómo harían ellos para llegar hasta nosotros. Detalles mayores cuando estás hablando de seres de otros planetas, pero bueno, los jesuitas son gente metódica.
D’Souza también se ve a sí mismo como una especie de Indiana Jones galáctico, un «arqueólogo galáctico» que intenta inferir la historia pasada de las galaxias estudiando sus propiedades actuales. Y sobre el tema de encontrar vida extraterrestre, cree que la ciencia determinará en los próximos treinta años si existe vida alienígena, aunque si será vida inteligente es «otra cuestión». Aquí viene lo llamativo: después de décadas buscando señales del espacio, reconoce que no hemos encontrado absolutamente nada. «Ninguna», enfatizó.
El Observatorio Vaticano tiene en realidad una historia fascinante. Fue fundado en su forma moderna por el Papa León XIII en 1891, precisamente para demostrar que la Iglesia no se oponía a la ciencia «verdadera y sólida». Hoy día, sus quince astrónomos jesuitas trabajan en dos centros, uno en Castel Gandolfo y otro cerca de Tucson, Arizona, porque la contaminación lumínica romana hace imposible ver el cielo decentemente desde Italia. Estudian de todo: meteoritos, asteroides cercanos a la Tierra, planetas extrasolares, estructura estelar, cosmología, gravedad cuántica y el Big Bang.
La postura de D’Souza sobre los extraterrestres no es nueva en el Vaticano. Su predecesor, el hermano Guy Consolmagno, también había hablado del tema con naturalidad. De hecho, hay toda una tradición de astrónomos católicos reflexionando sobre la posibilidad de vida en otros mundos. Lo que cambia ahora es el contexto: con la NASA, la ESA y empresas privadas como SpaceX lanzando misiones cada vez más ambiciosas, y con la detección de miles de exoplanetas en las últimas décadas, la pregunta ya no parece tan abstracta.
Hay quien podría pensar que estas declaraciones son una jugada de relaciones públicas de la Iglesia para parecer moderna y científica. Pero la realidad es más compleja. El Vaticano ha tenido una relación complicada pero finalmente productiva con la astronomía desde el caso Galileo. Hoy día, los jesuitas del observatorio publican en revistas científicas de primer nivel, colaboran con instituciones laicas de todo el mundo, y nadie cuestiona la calidad de su trabajo. D’Souza mismo forma parte de colaboraciones internacionales y ha contribuido a múltiples papers científicos sobre la formación y evolución de galaxias.
Lo que hace especiales estas declaraciones es que ponen sobre la mesa una cuestión que muchos prefieren ignorar: si encontráramos vida inteligente extraterrestre, todas las religiones tendrían que replantearse aspectos fundamentales de su teología. ¿Tuvieron los aliens su propio Jesús? ¿Su propio Mahoma? ¿Su propia iluminación bajo el árbol Bodhi? ¿O el mensaje divino es universal y trasciende planetas? D’Souza parece apostar por lo segundo, con una apertura que habría hecho sufrir a los inquisidores medievales.
Por ahora, todo esto es puramente especulativo. No hemos detectado ni una sola señal de radio artificial proveniente del espacio profundo, ni hemos encontrado estructuras que sugieran civilizaciones avanzadas, ni tenemos evidencia alguna de visitas extraterrestres a pesar de lo que digan los documentales de History Channel. D’Souza es claro al respecto: en treinta años de búsqueda activa, no hay nada. Pero él sabe, mejor que nadie, que el universo es incomprensiblemente vasto. Solo en nuestra galaxia hay entre 100 y 400 mil millones de estrellas, y se estima que hay unos dos billones de galaxias en el universo observable. Las probabilidades estadísticas de que estemos solos son, francamente, ridículas.
Mientras tanto, D’Souza seguirá haciendo lo que mejor sabe: estudiar cómo las galaxias chocan y se fusionan, publicar papers, dar charlas sobre ciencia y fe, y preparar su agenda por si algún día tiene que organizar el primer bautismo intergaláctico de la historia. Tiene agua bendita, tiene sotana, y ahora tiene el respaldo oficial del Papa. Solo falta que aparezcan los invitados.
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