Este viajero cósmico se desplaza a más de 210.000 km/h, una velocidad vertiginosa que evidencia su origen foráneo. Se estima que fue expulsado de su sistema estelar hace más de 7.000 millones de años, vagando por el espacio interestelar hasta que su trayectoria lo llevó hacia nuestro vecindario celeste.
Un espectáculo de colores inesperado
En sus primeras observaciones, el cometa 3I/ATLAS mostraba una tonalidad rojiza, probablemente causada por el polvo que se desprendía de su superficie helada al entrar en contacto con la radiación solar. En septiembre, esta tonalidad cambió brevemente a verde, una señal típica de compuestos como el dicarbono o el cianógeno que brillan de esa manera al reaccionar con la luz solar. Ahora, nuevas observaciones sugieren un tercer cambio: el cometa parece haberse vuelto azulado.
Este último cambio de color fue detectado mientras el cometa pasaba por detrás del Sol, en una fase en la que era prácticamente invisible desde la Tierra. Sin embargo, instrumentos espaciales lograron seguir su actividad y registraron un aumento repentino de brillo, junto con una tonalidad azulada que contrasta con sus colores anteriores. Según los investigadores, este fenómeno podría deberse a la liberación de gases como el monóxido de carbono o el amoníaco, que reflejan la luz de manera diferente.
Aunque este hallazgo aún no ha sido confirmado por otros equipos ni ha pasado por revisión por pares, plantea nuevas preguntas sobre la composición interna de 3I/ATLAS y los procesos que lo afectan en su travesía solar.
Cerca del Sol, pero no demasiado
El 29 de octubre, 3I/ATLAS alcanzó su punto más cercano al Sol, el perihelio, situándose a unos 210 millones de kilómetros. Aunque esa distancia es mayor que la que separa a la Tierra del Sol, la cercanía relativa provocó reacciones visibles en el cometa. Su actividad aumentó, generando cambios en su coma (la nube de gas y polvo que lo rodea) y posiblemente alterando su color.
Este comportamiento plantea un reto para los astrónomos: no se trata simplemente de un cometa con una cola que se enciende al acercarse al Sol. Sus emisiones parecen activarse y desaparecer rápidamente, lo que dificulta prever cómo evolucionará visualmente en las próximas semanas.
Un cometa invisible al ojo humano (por ahora)
A pesar de lo llamativo de sus cambios, el cometa no es visible a simple vista. Se requiere de telescopios o binoculares astronómicos para detectarlo desde la Tierra. Conforme avanza noviembre y diciembre, se irá desplazando hacia el hemisferio norte del cielo nocturno, permitiendo nuevas observaciones más precisas por parte de los astrónomos.
El 19 de diciembre, alcanzará su punto más cercano a nuestro planeta, a unos 270 millones de kilómetros, lo que ofrece una nueva oportunidad para examinar con más detalle su estructura, composición y evolución. Dos sondas de la Agencia Espacial Europea incluso podrían atravesar su cola, proporcionando datos únicos sobre el polvo y gases que libera.
Una personalidad cósmica difícil de descifrar
Desde su llegada, 3I/ATLAS ha mostrado características que lo separan de los cometas típicos. Ha revelado niveles altos de dióxido de carbono, ha liberado grandes cantidades de agua y presenta una cola invertida —un fenómeno conocido como “anti-cola”, que parece apuntar en dirección contraria a lo esperado—. Este detalle ha llevado a algunos a especular con hipótesis más exóticas, incluyendo la posibilidad, sin pruebas sólidas, de que se trate de un objeto artificial.
Sin embargo, la mayoría de los astrónomos coincide en que su comportamiento, por más extraño que parezca, se alinea con lo que se espera de un cometa interestelar afectado por millones de años de radiación cósmica. De hecho, se cree que su superficie ha sido alterada por estos rayos, lo que complica aún más identificar los materiales originales de su sistema natal.
La importancia de observar lo inesperado
3I/ATLAS es más que un simple cometa colorido. Es una cápsula del tiempo interestelar que nos ofrece pistas sobre la formación de otros sistemas estelares y sobre la evolución de los materiales en el espacio profundo. Sus cambios de color, lejos de ser una curiosidad estética, podrían revelar procesos físicos y químicos únicos, imposibles de estudiar con objetos que han permanecido dentro del sistema solar.
Por eso, las próximas semanas serán clave. Con mejores ángulos de observación y el apoyo de instrumentos espaciales, los científicos podrán observarlo con más detalle. Y si este cometa decide cambiar de color otra vez, será una oportunidad más para aprender sobre los secretos que guarda el universo más allá de nuestro Sol.
☞ El artículo completo original de Natalia Polo lo puedes ver aquí
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