En el año 79 de nuestra era, la erupción del Vesubio sepultó las ciudades romanas de Pompeya y Herculano bajo un infierno de cenizas, gases y rocas ardientes. De esa catástrofe se ha escrito mucho, pero un hallazgo reciente ha venido a sumarse a la ya extensa lista de peculiaridades que nos ha legado esa tragedia: el descubrimiento de un cerebro humano vitrificado, convertido en una especie de vidrio orgánico, dentro del cráneo de una víctima localizada en Herculano.
A primera vista, esto suena imposible. Los tejidos orgánicos solo se vitrifican en laboratorios, y a temperaturas bajísimas, como las empleadas en criopreservación. El vidrio orgánico no puede mantenerse estable a temperatura ambiente, mucho menos en un entorno de cientos de grados centígrados como el de una erupción volcánica. Sin embargo, un grupo de investigadores de universidades italianas y alemanas ha demostrado lo que a primera vista parecería una contradicción en términos.
El material fue hallado en el interior del cráneo de un joven de unos veinte años, posiblemente el guardián del Collegium Augustalium, un edificio público de Herculano. Presenta una apariencia negra y brillante, similar al vidrio volcánico (obsidiana). A través de diversas técnicas, como espectroscopía Raman, microscopía electrónica de barrido y calorimetría diferencial, los científicos han confirmado que se trata de un tejido orgánico humano transformado en un vidrio amorfo. En su interior, incluso se preservan redes neuronales con axones perfectamente reconocibles. Esto, insisten los autores, descarta mecanismos comunes de conservación como la saponificación o el secado.
Para que esta vitrificación ocurriera, fue necesario que el cerebro alcanzara temperaturas superiores a los 510 °C y se enfriara casi instantáneamente, a un ritmo similar al de 1000 kelvin por segundo. ¡Eso es un enfriamiento a lo «flash freeze», pero volcánico! Los científicos proponen un escenario específico y singular: una nube de ceniza extremadamente caliente, pero muy rápida y efímera, pudo haber envuelto al joven, vaporizando casi todo su cuerpo pero dejando el cráneo protegido por los huesos. Al disiparse la nube, la temperatura cayó de golpe, convirtiendo el tejido cerebral que había sobrevivido en una sustancia vítrea antes de que pudiera degradarse.
Este proceso es tan particular que no se ha observado en ningún otro de los más de 2000 cuerpos hallados en las excavaciones de Pompeya y Herculano. Eso lo convierte en un hallazgo único a nivel mundial. Y no solo es un dato curioso para la arqueología: el estudio aporta información valiosa para la ciencia de materiales, la biomedicina y la vulcanología. Por ejemplo, demuestra que en determinadas condiciones extremas, la vitrificación orgánica puede producirse a temperaturas elevadas, siempre que el enfriamiento sea extraordinariamente rápido. Es una ventana accidental hacia un tipo de conservación hasta ahora desconocido, y podría tener implicaciones para entender cómo preservar tejidos o estructuras celulares en ambientes hostiles.
Si contempláramos este fragmento cerebral fuera de su contexto, podríamos pensar que se trata de una reliquia alquímica, una gema nacida del fuego. Pero no: es el último vestigio de un joven atrapado en el instante más extremo que puede vivir un ser humano. Y sin embargo, su tragedia quedó inmortalizada no en mármol ni en manuscrito, sino en una rareza científica sin paralelo: un cerebro convertido en vidrio. Resulta irónico que una muerte tan brutal haya dejado tras de sí algo tan frágil y revelador. Este fragmento de cerebro, transformado en vidrio por una secuencia extraordinaria de eventos, no solo es una rareza arqueológica, sino una puerta microscópica a la ciencia, abierta por el azar y sellada por la catástrofe.
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