Bajo la gruesa corteza de hielo de Encelado, se oculta un océano de agua salada, similar en algunos aspectos a los mares terrestres. Este hallazgo, inicialmente sorprendente, se confirmó gracias a la detección de chorros de agua que emergen por grietas en el polo sur de la luna, lanzando al espacio diminutas partículas de hielo. Estos penachos no solo prueban la existencia del agua líquida, sino que también ofrecen una ventana para analizar su composición sin tener que perforar el hielo.
Moléculas complejas en los penachos de hielo
Cuando la sonda Cassini voló directamente a través de uno de estos chorros en 2008, su instrumento Cosmic Dust Analyzer recogió muestras de las partículas de hielo a una velocidad de 18 kilómetros por segundo. Estas muestras, aunque pequeñas, resultaron ser tesoros científicos. Durante años, los investigadores han trabajado para analizar en detalle su composición, y recientemente se ha publicado un nuevo estudio en la revista Nature Astronomy que aporta pruebas adicionales sobre el potencial biológico de Encelado.
El equipo liderado por el científico planetario Nozair Khawaja, de la Universidad Libre de Berlín, ha identificado moléculas orgánicas complejas que se originan directamente del océano interior. Estas moléculas, que incluyen precursores de aminoácidos, podrían ser fundamentales para la aparición de vida, como lo es en la Tierra.
Hasta ahora, muchos de los compuestos detectados provenían del anillo «E» de Saturno, donde se acumulan las partículas lanzadas por Encelado. Pero la exposición prolongada al espacio podría haber alterado estas sustancias. La gran diferencia de este estudio es que analiza partículas frescas, directamente recogidas del penacho, lo que brinda una imagen más fiel del entorno interno de la luna.
Las piezas del rompecabezas de la vida
No solo se ha confirmado la presencia de agua salada, metano, dióxido de carbono y fósforo, sino que ahora se sabe que los compuestos orgánicos no son una contaminación espacial, sino que emanan del propio océano de Encelado. Tal como señala el coautor del estudio Frank Postberg, esto refuerza la idea de que Encelado cuenta con todos los ingredientes químicos conocidos necesarios para la vida.
La astroquímica francesa Caroline Freissinet, aunque no participó en la investigación, coincide en que hay pocas dudas de que estas moléculas complejas estén realmente presentes en el ocáano. Cada nuevo descubrimiento aporta una pieza más a este complejo rompecabezas, y permite soñar con un escenario donde, en condiciones adecuadas, la vida podría haber emergido de forma independiente.
Inteligencia artificial y nuevos métodos para antiguos datos
Uno de los aspectos más interesantes de este estudio es que se ha realizado gracias a nuevas técnicas de análisis, muchas de ellas impulsadas por inteligencia artificial. Aunque los datos fueron recogidos hace más de una década, la capacidad actual de procesamiento ha permitido extraer información que antes era imposible de identificar. Es como si se hubiese reabierto una caja de herramientas con nuevas llaves para antiguos candados.
Este tipo de análisis también plantea un interrogante sobre cuántos otros datos antiguos podrían contener descubrimientos similares, si se examinan con las tecnologías actuales. El pasado, en este sentido, está lleno de posibilidades no exploradas.
El próximo paso: volver a Encelado
Pese a lo que ya sabemos, la comunidad científica coincide en que es necesario volver a Encelado con una misión dedicada que aterrice cerca de los penachos y recoja muestras directamente del hielo y del entorno cercano. Observar no es suficiente: es como intentar saber qué hay dentro de un pastel solo oliéndolo.
La Agencia Espacial Europea ya estudia la posibilidad de una futura misión con este objetivo. Tal exploración podría confirmar si en Encelado existen formas de vida, aunque sean simples microorganismos. Y como indica Khawaja, incluso si no se encontrara vida, el hecho de que un entorno con condiciones tan propicias esté deshabitado sería una revelación importante sobre los límites de la biología tal como la conocemos.
Este pequeño satélite, invisible al ojo humano desde la Tierra, podría tener respuestas a una de las preguntas más antiguas de la humanidad: ¿estamos solos?
☞ El artículo completo original de Natalia Polo lo puedes ver aquí