20 de noviembre de 2024
La ciencia está más cerca de lograr uno de sus grandes retos: tomates más dulces sin sacrificar su tamaño
Conseguir un buen tomate se ha convertido, en muchos contextos, en una misión imposible. Son muchos los factores que determinan el sabor (o la ausencia de este) en un tomate, pero uno de los más importantes es la talla: a mayor tamaño, menos sabor.
Dos genes. Un grupo de investigadores ha logrado crear tomates más dulces alterando su genética. Lo han hecho cambiando tan solo dos de sus genes, para lo cual recurrieron a las “tijeras” de edición genética, la herramienta CRISPR-Cas9.
Hasta ahora parecía imposible lograr tomates más dulces sin sacrificar su tamaño o la producción tomatera de las plantas. El nuevo trabajo ha logrado que los tomates incrementen significativamente su dulzor, superando el problema del tamaño.
Los genes en cuestión son SlCDPK26 y SlCDPK27. Estos dos genes son más activos en las variedades más grandes (y por tanto menos dulces) de tomates. El equipo observó que estos genes codifican proteínas cuya presencia reducía la actividad de las enzimas productoras de azúcares.
30% más dulces. El resultado: tomates un 30% más dulces, con un mayor contenido de glucosa y fructosa. El equipo contrastó las medidas tomadas en laboratorio dando a probar los tomates resultantes en una cata con unos 100 participantes. La cata confirmó los resultados.
Los tomates mejoraban su sabor manteniendo su tamaño, eso sí los frutos resultantes tenían menos semillas y más ligeras, si bien estas germinaban con normalidad. Los detalles del estudio fueron publicados en un artículo en la revista Nature.
Desde 2017. El camino hasta aquí ha sido largo. El desarrollo de la tecnología de edición genética CRISPR a lo largo de las últimas décadas ha sido fundamental, pero la búsqueda del “santo grial” del tomate sentó sus bases hace siete años, cuando un grupo de expertos esbozó un plan para el desarrollo de este tipo de tomates.
Un plan que publicaron en la revista Science y que parece comenzar a dar sus frutos. Para ello ha sido necesario el estudio genético de casi cuatro centenares de variedades de tomates y el estudio organoléptico (a través de los órganos sensoriales) de un centenar de estas variedades.
No solo va de sabores. Por ahora estos cambios no son suficientes para equiparar el sabor de estos tomates con algunas variedades más dulces o sabrosas, como los diminutos tomates cherry y otras variedades similares. Sin embargo se trata de un importante avance a la hora de frenar un declive notorio en la calidad de esta verdura.
Además, el desarrollo de este tipo de técnicas de edición genética puede en un futuro ayudarnos a crear variedades más nutritivas o con determinados compuestos que puedan mejorar nuestra salud. De manera similar a lo que se hace con organismos modificados genéticamente de forma “convencional”, como el arroz dorado, un arroz enriquecido con betacaroteno, la molécula precursora de la vitamina A.
En Xataka | España ha llenado Europa de tomates excelentes que no saben a nada. Es hora de dar un paso más allá
Imagen | Anna Evans
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La noticia La ciencia está más cerca de lograr uno de sus grandes retos: tomates más dulces sin sacrificar su tamaño fue publicada originalmente en Xataka por Pablo Martínez-Juarez .
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Microsoft y su miniPC quieren que nos suscribamos a Windows. La pregunta es si no se están pasando de la raya
Hagamos un pequeño viaje en el tiempo.
A mediados de los 80 las nubes eran solo eso. Nubes. Internet era una palabra desconocida para el común de los mortales, pero una empresa ya pensaba en el ordenador conectado. Esa empresa, ahora extinta, se llamaba Sun Microsystems. Y en 1984 uno de sus responsables, Joghn Gage, tuvo una visión que se convirtió en el eslógan de la compañía.
The network is the computer.
No mucha gente entendió bien aquel concepto, pero es que hacerlo entonces no era nada fácil. Los ordenadores personales apenas sí estaban haciendo acto de aparición, e incluso que un ordenador estuviese conectado a una red local era algo que solo comenzaba a cuajar en empresas. Lo siguieron siendo durante unos años.
Pero en 1993 un directivo de Oracle llamado Tim Negris se inventó otro concepto de lo más llamativo y visionario. Negris comenzó a hablar del thin client, el cliente ligero. Ese nombre era poco descriptivo.
Deberían haberlo llamado cliente tonto.
Lo que concibió Oracle —empresa que, por cierto, literalmente mató a Sun— fue simplemente eso: un ordenador que ni siquiera lo era: todo el procesamiento no lo hacía él, sino servidores que albergaban un sistema operativo en red para que muchos puestos pudieran aprovechar los recursos de ese potente servidor. La arquitectura cliente-servidor parecía tener sentido, pero ¿sabéis qué?
Que jamás cuajó. No al menos para utilizar un PC. Los usuarios, empresariales o no, querían su propio ordenador con su propio sistema operativo y aplicaciones. Ni la red era el ordenador —Cloudflare acabó comprando ese eslógan—, ni los clientes tontos ligeros conquistaron la Tierra.
Ahora vuelven a intentarlo.
Ayer Microsoft presentó su Windows 365 Link, un pequeño miniPC de 349 dólares con una característica singular: está diseñado para funcionar con Windows 11 en la nube a través de Windows 365.
La propuesta es llamativa, desde luego. Las empresas que trabajan con Windows suelen contar con decenas, cientos o miles de PCs, cada uno con su propio Windows, y gestionar esos recursos es a menudo un problema complejo para los departamentos de sistemas de dichas empresas. No solo frente a conflictos hardware o software, sino también desde el punto de vista de la seguridad.
Y precisamente el Windows 365 Link recoge el testigo de aquellos thin client de Oracle. Quiere ser un cliente tonto, sin más. No es mala idea del todo, cuidado: depender de un sistema operativo en la nube solventa buena parte de esos problemas, porque no tienes que tener que estar administrando, gestionando y solucionando problemas de 1.000 sistemas operativos distintos en 1.000 PCs con distintas configuraciones.
Las configuraciones casi ni importan, porque lo único que necesitas que haga el PC es conectarse a un escritorio remoto para ejecutar todas tus aplicaciones desde allí. El administrador de sistemas desde luego será feliz: solo tiene que encargarse de que ese sistema operativo en la nube esté actualizado y a punto. No es lo mismo tener que hacerlo con solo una instancia que con 1.000.
Sobre el papel, insistimos, la idea es llamativa. En la práctica y operativamente las ventajas son claras. El problema es otro.
El problema son las suscripciones.
El modelo que ha ido conquistándolo todo está convirtiéndose en una condena. Las suscripciones nos ahogan por cantidad, calidad y también por precios: una vez dependes de una suscripción, la empresa que la controla —sabiéndolo— suele aprovechar para subir precios. Lo estamos viendo por doquier con el streaming de contenidos, desde luego, pero también en otros ámbitos.
Y ese es uno de los peligros que plantea suscribirnos a Windows. Para Microsoft la idea es fantástica: ingresos recurrentes por un producto que no acaba de generarlos. Windows 11 lleva tres años con nosotros y su cuota de mercado (35,8%) sigue siendo más baja que la del veterano Windows 10 (47,25%). Conseguir con Windows lo que ya han conseguido con Office 365 para uno de los claros objetivos de esta estrategia.
La pregunta, claro, es si estamos preparados para suscribirnos a un sistema operativo. Y a esa pregunta le siguen otras aún más importantes.
La primera, si queremos hacerlo.
La segunda, si esto no es una (otra) clara señal de que las empresas se están pasando de la raya.
En Xataka | La era de las suscripciones empieza a acercarse al colapso
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La noticia Microsoft y su miniPC quieren que nos suscribamos a Windows. La pregunta es si no se están pasando de la raya fue publicada originalmente en Xataka por Javier Pastor .
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Tenemos una nueva pista sobre la memoria y el aprendizaje. La hemos hallado en células del riñón
Cuando hacemos memoria de algún evento o situación, las neuronas de algunas regiones de nuestro cerebro se activan para lograr que ese recuerdo llegue a nuestro consciente. Pero la memoria es más que eso: más que recuerdos conscientes, y más que el trabajo de las neuronas.
Fuera del cerebro. Un nuevo estudio ha mostrado cómo células distintas a las neuronas son capaces de guardar memorias. El trabajo nos da importantes pistas sobre la bioquímica del aprendizaje y podría ayudarnos a tratar problemas relacionados con la memoria.
“El aprendizaje y la memoria se asocian generalmente con el cerebro y las células cerebrales tan solo, pero nuestro estudio muestra que otras células del cuerpo pueden aprender y formar memorias también,” indicaba en una nota de prensa Nikolay V. Kukushkin, coautor de la investigación.
Efecto de memoria espaciada. El estudio se basó en el llamado efecto de memoria espaciada. Este concepto hace referencia al hecho de que nuestros cerebros tienen mayor facilidad para aprender y formar memorias cuando la información llega de forma espaciada y no continua. Efecto por el cual nos resulta más fácil estudiar un temario si lo hacemos poco a poco y con constancia, que si lo hacemos todo de golpe.
El gen de la memoria. En su estudio, el equipo analizó dos células: una célula cerebral y una no cerebral (la primera procedente del tejido nervioso y la segunda del tejido renal). Sometieron a ambas a distintos patrones de señales químicas similares a las que reciben las células cerebrales por parte de los neurotransmisores cuando formamos nuevas memorias, explica el equipo.
Lo que observaron fue que las células renales respondían a estas señales activando el “gen de la memoria”, el mismo gen que activan las células cerebrales durante el proceso de “reestructurar” sus conexiones para así formar memorias.
Proteínas brillantes. El equipo alteró las células para que estas sintetizaran una proteína brillante de forma que podían saber cuándo activaban su “gen de la memoria”. Observaron así que, cuando las células renales recibían las señales químicas de manera espaciada, la activación de este gen era más intensa que cuando recibían las señales de golpe.
Es decir, las células respondían precisamente al patrón descrito por el efecto de memoria espaciada. Los detalles del estudio fueron publicados en un artículo en la revista Nature Communications.
Buscando en la memoria. El estudio halló así pruebas de que la capacidad de aprender (y de hacerlo a través de esta “repetición espaciada”) no es patrimonio exclusivo de las neuronas que forman nuestro cerebro. “De hecho, podría ser una propiedad fundamental de todas las células”, explica Kukushkin.
Conocer mejor los mecanismos que operan cuando aprendemos podría tener diversas aplicaciones, más allá incluso del tratamiento de trastornos que afectan a nuestras memorias, también en otros aspectos de nuestra salud. Al fin y al cabo la memoria celular podría estar vinculada con las tareas desempeñadas por distintas células.
Así, comprender si las células del páncreas pueden memorizar patrones alimentarios puede ayudarnos a mantener bajo control los niveles de glucosa en sangre; y comprender la “memoria” de las células cancerígenas podría también ayudarnos a tratar los tumores de forma más efectiva, explica el equipo.
Imagen | GerryShaw
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