IA con cerebro de ingeniero: el rol de Noyron
La estrella de esta iniciativa es Noyron, una IA especializada que no se limita a generar formas bonitas, sino que entiende y aplica física, ciencia de materiales y estándares de manufactura. Es decir, diseña motores funcionales listos para ser impresos directamente. A diferencia de otros modelos generativos, Noyron no adivina, sabe. Si se le dan los mismos parámetros, siempre genera el mismo diseño, algo crucial en la industria aeroespacial.
El enfoque de Leap 71 permite una iteración acelerada: Noyron diseña, se prueba el motor y los datos de prueba se retroalimentan al sistema. Así, la IA aprende y mejora. No hay conjeturas, sino resultados que se validan en el mundo físico.
Un motor aerospike impreso de una sola pieza
Ya en 2024, la IA logró diseñar un motor de 5 kN impreso en 3D en cobre, con canales de refrigeración internos. En 2025, diseñó un complejo motor aerospike criogénico, que se adapta a distintas altitudes, eliminando etapas del cohete y reduciendo costes.
Ahora, Leap 71 se propone ir más allá: el modelo XRB-2E6, con una potencia de 2000 kN, equivalente al Raptor. Aunque su lanzamiento está previsto para 2029, su proceso de desarrollo ya está en marcha gracias a la potencia de cálculo y aprendizaje de Noyron.
Impresión 3D a gran escala: la pieza que faltaba
Otro actor clave en esta historia es la impresión 3D de gran formato. La impresora EP-M2050, desarrollada en China, puede fabricar piezas de hasta 2 metros de alto usando 36 láseres sobre polvo metálico. Esto permite construir grandes componentes como toberas o inyectores en una sola pieza, algo imposible hasta hace poco.
Pero imprimir no basta: hay que asegurarse de que la pieza funcione bajo condiciones extremas. Las superficies rugosas, los residuos metálicos y la variabilidad del material son desafíos constantes. Por eso, cada componente se somete a rigurosas limpiezas y controles de calidad, como los realizados por la firma alemana Solukon.
Obstáculos que no se pueden evitar (pero sí resolver)
Aunque diseñar motores con IA y producirlos en impresoras gigantes es impresionante, el verdadero reto es probarlos. Las instalaciones adecuadas son escasas, caras y geográficamente dispersas. Mover un motor entre países implica permisos, trámites y controles de exportación. Leap 71 está negociando con Dubái, Nueva Zelanda y Omán para crear centros conjuntos de fabricación y prueba.
Además, cada sistema debe validarse por separado. Por ejemplo, la turbobomba, que inyecta combustible a presión extrema, es un componente altamente exigente. Gira a velocidades supersónicas y soporta saltos térmicos de casi 3000 °C. Si falla, el motor completo se vuelve inútil.
Pruebas a ciegas y aprendizaje acelerado
En una de las pruebas recientes, el motor aerospike funcionó correctamente, pero con un flujo de oxígeno no del todo óptimo. Aunque no explotó, el equipo decidió cortar el motor por la mitad para examinar su interior y mejorar el diseño. Ese tipo de aprendizaje práctico, sumado a la capacidad de absorción de conocimiento de Noyron (incluidos manuales soviéticos digitalizados), acelera un proceso que antes tardaba décadas.
Una oportunidad para democratizar el acceso al espacio
Leap 71 ya trabaja con 15 empresas de cohetes, incluidas startups y proyectos como The Exploration Company, que quiere llevar un módulo a la Luna. El motor, al ser la parte más cara y crítica de un cohete, es el gran cuello de botella. Y gracias a la IA, estas empresas podrán obtener diseños personalizados según sus necesidades: tamaño, empuje, tipo de combustible.
Como explica Kayser, cofundador de Leap 71, no se puede simplemente escalar un motor pequeño como si fuera una receta de cocina. Cada motor requiere un diseño específico, como no puedes esperar que el motor de un coche funcione igual en un camión.
¿El Jarvis de los ingenieros?
Lo que propone Leap 71 es una visión inspirada en la ciencia ficción: tener un asistente inteligente capaz de diseñar tecnología compleja a pedido. Si Noyron cumple su promesa, podríamos estar cerca de una nueva era donde cualquier país, empresa o institución tenga acceso a motores espaciales de alto rendimiento sin depender de gigantes como SpaceX.
Esto no solo rompería el monopolio actual, sino que permitiría una verdadera soberanía espacial para regiones que hoy están marginadas del acceso al cosmos. Y, al igual que ocurrió con la computación personal, esta apertura podría desatar una oleada de innovación con impacto global.
☞ El artículo completo original de Natalia Polo lo puedes ver aquí
No hay comentarios.:
Publicar un comentario