El vacío espacial no te hace estallar
Uno de los mitos más comunes es que un cuerpo humano sin traje explotaría al estar expuesto al vacío. Pero no, el cuerpo humano no estalla. Nuestros tejidos son sorprendentemente resistentes, y vasos sanguíneos y músculos pueden contener la presión interna sin romperse.
Lo que sí ocurre es la formación de vapor en los tejidos. Este fenómeno, conocido como ebulismo, sucede cuando el agua contenida en nuestras células y sangre comienza a hervir. No porque estemos calientes, sino porque en el vacío, el punto de ebullición del agua se desploma. Como ejemplo, imagina abrir una botella de soda agitada: las burbujas se forman rápidamente por el cambio de presión. Algo parecido le pasa a los líquidos del cuerpo.
Los primeros 15 segundos: una carrera contra el tiempo
Lo primero que se pierde es el oxígeno de los pulmones. Al abrirse al vacío, el aire escapa violentamente, dejando solo el oxígeno disuelto en la sangre. Este pequeño reservorio apenas da para 9 a 12 segundos de conciencia útil. Durante ese breve instante, podrías emitir un sonido o intentar moverte, pero después, la hipoxia (falta de oxígeno) te deja inconsciente.
Sin oxígeno y con el agua del cuerpo comenzando a hervir, los tejidos se inflaman. Las pequeñas burbujas que se forman dificultan la circulación, especialmente en zonas vitales como el cerebro y el corazón. Esta combinación de edema y colapso circulatorio marca el inicio de una cadena de fallos orgánicos.
No te congelas de inmediato
Otro mito muy difundido es que el cuerpo se congela al instante. Pero el espacio, aunque es frío, no tiene aire que extraiga el calor rápidamente. El cuerpo pierde temperatura por radiación, un proceso mucho más lento. Eso sí, la humedad que se evapora de la boca o nariz podría cristalizarse y dar la apariencia de escarcha, pero el «efecto congelador» es más visual que real.
Ejemplos reales: de laboratorios a tragedias espaciales
Lo que sabemos sobre los efectos del vacío no viene solo de la teoría. Hay varios casos documentados:
- Jim LeBlanc, un técnico de la NASA, fue expuesto accidentalmente al vacío durante una prueba. Relató que la saliva en su boca comenzó a hervir antes de perder el conocimiento. Fue rescatado a tiempo y se recuperó sin secuelas.
- Joe Kittinger, en su salto estratosférico en 1960, tuvo una fuga en su guante que causó que su mano se hinchara al doble de su tamaño normal. Aterrizó sin mayores daños, demostrando que el cuerpo puede aguantar ciertas condiciones extremas si la exposición no se prolonga.
- La tragedia de Soyuz 11, en 1971, es uno de los casos más dolorosos. Tres cosmonautas murieron cuando su cabina se despresurizó justo antes de reentrar en la atmósfera. No usaban trajes presurizados, y autopsias revelaron presencia de gas en tejidos y sangrados internos.
Radiación: un asesino a largo plazo
Aunque se suele pensar que la radiación espacial mataría de inmediato, no es el caso en exposiciones breves. La radiación de fondo en el espacio afecta a los astronautas en el largo plazo, aumentando el riesgo de cáncer o problemas cardiovasculares. Pero en un accidente de vacío, los verdaderos enemigos son el ebulismo y la anoxia, no la radiación.
El ejemplo extremo del Byford Dolphin
Para comprender los peligros de la descompresión, también podemos mirar hacia el mar. En 1983, cuatro buzos en la plataforma Byford Dolphin murieron al sufrir una despresurización explosiva de 130 psi a nivel atmosférico. Uno fue literalmente desmembrado. En el espacio, el cambio es de solo 15 psi, lo que no causa explosiones, pero sí fallos fisiológicos irreversibles.
¿Cuánto tiempo se puede sobrevivir sin traje?
Los expertos coinciden: entre 30 y 90 segundos. El exastronauta Chris Hadfield resume bien el panorama: hasta los 30 segundos, con mucha suerte y asistencia rápida, puedes salir ileso. Tras 90 segundos, el daño es probablemente letal.
Una muerte silenciosa y sin drama
El vacío no es un asesino espectacular. Mata en silencio, de adentro hacia afuera. No hay explosiones, ni chorros de sangre, ni cuerpos congelados al instante. Hay una hinchazón progresiva, burbujas internas, colapso circulatorio y un vacío donde ni siquiera puedes gritar.
La realidad supera a la ficción en crudeza. Y aunque muchos mitos sigan vivos gracias a la cultura pop, saber lo que en verdad ocurre nos da una visión más clara (y más respetuosa) de los riesgos que enfrentan quienes se aventuran más allá de la atmósfera terrestre.
☞ El artículo completo original de Natalia Polo lo puedes ver aquí
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