
A veces la astronomía se parece a mirar, noche tras noche, el mismo escaparate esperando un cambio mínimo. Por eso llamó tanto la atención lo que vio el telescopio espacial Hubble al observar a Fomalhaut, una estrella brillante y cercana situada a unos 25 años luz. En una serie de imágenes, los investigadores detectaron un punto de luz que no estaba en observaciones anteriores, como si alguien hubiese encendido una linterna en mitad de un sistema planetario ajeno. El equipo liderado por Paul Kalas (Universidad de California, Berkeley) lo interpretó como la señal directa de una colisión violenta entre cuerpos sólidos: un impacto capaz de levantar una nube de escombros tan grande que, por un tiempo, refleja la luz de la estrella y se ve desde aquí.
La historia tiene un giro interesante porque este “punto nuevo” no llega a un sistema tranquilo. Fomalhaut lleva años siendo una especie de novela por entregas para quienes estudian cómo nacen y evolucionan los planetas. Es más masiva y luminosa que el Sol y está rodeada por cinturones de polvo y restos, como un anillo de carpintería lleno de serrín alrededor de un taller. En ese entorno, cada golpe entre objetos puede dejar una firma luminosa que Hubble, con la combinación adecuada de distancia y sensibilidad, puede llegar a registrar.
De “planeta candidato” a nube de polvo con nombre propio
En 2008, Hubble ayudó a identificar un candidato a planeta en Fomalhaut mediante luz visible, un hito en su momento. Aquel objeto se conoció como Fomalhaut b y alimentó años de debate. Con el tiempo, la interpretación cambió: lo que parecía un planeta reflejando luz estelar encajaba mejor con la idea de una nube de polvo generada por una colisión entre planetesimales (cuerpos rocosos o helados, precursores de planetas). Esa nube es lo que hoy se etiqueta como cs1.
La sorpresa reciente fue encontrar otro punto luminoso muy similar en una región parecida del sistema, bautizado de forma provisional como cs2. Es decir: no una, sino dos “falsas apariencias” planetarias con aspecto de objeto compacto, cuando en realidad serían nubes de detritos en expansión. El matiz importa porque, visto desde lejos, una nube recién formada puede comportarse como un espejo de polvo fino: brilla, mantiene cierta coherencia durante años y engaña con facilidad a instrumentos diseñados para buscar exoplanetas por luz reflejada.
Esta reinterpretación no “quita” valor al hallazgo original; lo vuelve más interesante. Un planeta es un destino, pero el proceso que lo fabrica —choques, fragmentación, aglomeración— es la cocina. Y en Fomalhaut, Hubble está viendo esa cocina encendida.
Dos colisiones demasiado cerca: el misterio de cs1 y cs2
Si las colisiones fuesen totalmente azarosas, lo normal sería que cs1 y cs2 aparecieran en lugares sin relación, como dos fuegos artificiales disparados desde barrios distintos. Sin embargo, ambas fuentes se encuentran llamativamente próximas entre sí a lo largo de la parte interna del disco de escombros exterior. Esa vecindad es una de las preguntas abiertas: ¿están los objetos concentrados en esa región por efectos gravitatorios? ¿Hay resonancias, “atascos” orbitales o zonas donde los cuerpos se cruzan con más frecuencia, como una rotonda mal diseñada?
La otra rareza es el calendario. Según teorías previas, eventos de este tipo podrían esperarse cada decenas de miles de años. Aquí se han visto dos en alrededor de veinte años de observaciones, un parpadeo en términos cósmicos. La imagen mental que proponen los propios científicos es muy cotidiana: si pudiéramos ver una película acelerada de miles de años del sistema, se notarían destellos repetidos, como el chisporroteo de un cable pelado. Eso sugiere que Fomalhaut atraviesa un periodo especialmente activo, comparable a la fase turbulenta que vivió nuestro Sistema Solar en sus primeros cientos de millones de años, cuando los impactos eran parte del paisaje.
Qué tamaño tenían los cuerpos y cuántos hay en el “anillo”
Las colisiones no solo son un espectáculo; son una herramienta. Cuando dos cuerpos se rompen, la distribución del polvo, su brillo y cómo se expande la nube permiten estimar el tamaño de los objetos destruidos y la población total de cuerpos en el disco. Mark Wyatt (Universidad de Cambridge), coautor del trabajo, subraya justamente eso: estos eventos sirven para poner números donde casi nunca se puede.
Las estimaciones del equipo apuntan a planetesimales de alrededor de 30 kilómetros en los choques que habrían generado cs1 y cs2, y a una población de unos 300 millones de objetos de ese estilo orbitando en el sistema. Para aterrizar la idea: 30 km es un tamaño “de ciudad” visto desde el espacio, y 300 millones es una cantidad que convierte el cinturón en una autopista densamente transitada, con muchas posibilidades de encontronazos si las órbitas están lo bastante agitadas.
Este tipo de cifras importan porque conectan con una pregunta grande y muy humana: ¿cómo pasas de polvo a mundos? Los planetesimales son como ladrillos a medio cocer. Entender de qué están hechos —roca, hielo, mezclas porosas— y cómo se rompen ayuda a reconstruir la arquitectura del sistema.
Una advertencia práctica para la caza de exoplanetas
Aquí entra la parte “cautelar” del hallazgo. cs2 se ve como podría verse un planeta: un punto luminoso que refleja luz estelar. Y cs1 ya enseñó que una nube grande puede mantener esa apariencia durante años. Para futuras misiones de imagen directa, esto es como confundir una farola con un coche aparcado cuando miras desde lejos: si no tienes información extra, el error es razonable.
Por eso, más que una anécdota, Fomalhaut ofrece un recordatorio metodológico. La imagen directa de exoplanetas necesita paciencia, datos en distintos colores y el seguimiento temporal. Un planeta real debe moverse y comportarse de manera coherente con una órbita y con propiedades atmosféricas o superficiales; una nube de polvo, en cambio, tenderá a expandirse, difuminarse y cambiar su brillo conforme los granos se dispersan y responden a la radiación de la estrella.
Hubble y James Webb: el seguimiento que puede romper el empate
El equipo ha obtenido tiempo de observación para seguir cs2 durante los próximos tres años con Hubble. La idea es vigilar si se atenúa, si se vuelve más brillante o si cambia de forma. Como cs2 está más cerca del cinturón de polvo que cs1, existe la posibilidad de que su expansión encuentre más material y provoque una especie de “avalancha” de polvo, elevando el brillo local. Es una dinámica parecida a pasar corriendo por una obra: el primer tropiezo levanta una nube, pero si chocas con más sacos de cemento, la nube se multiplica.
También hay un actor clave en la siguiente escena: el telescopio espacial James Webb. Con su instrumento NIRCam, Webb puede observar en infrarrojo y aportar información de “color” que no es estética, sino física: tamaño de granos, composición y pistas sobre si hay hielo de agua en la nube. Hubble mira principalmente en visible; Webb complementa con infrarrojo. Juntos funcionan como dos linternas con filtros distintos iluminando el mismo humo para deducir de qué está hecho.
Según la nota de la Agencia Espacial Europea (ESA), el trabajo se publica en la edición del 18 de diciembre de 2025 de la revista Science, un detalle que marca la relevancia del resultado: no es solo una curiosidad visual, sino una pieza útil para refinar modelos de colisión y estrategias de detección planetaria.
Un laboratorio cercano para entender sistemas jóvenes
Fomalhaut, por proximidad y brillo, se ha convertido en un laboratorio natural para estudiar cómo se comporta un disco de planetesimales cuando está “nervioso”. Y eso, al final, habla también de nuestra historia. Los mundos no aparecen terminados; se ensamblan a golpes, con etapas de caos que luego se estabilizan. Ver dos colisiones recientes alrededor de una estrella tan cercana es como encontrar, en un vecindario tranquilo, el eco de una obra antigua: ruido, polvo y piezas moviéndose que recuerdan que la arquitectura del sistema todavía se está reajustando.
☞ El artículo completo original de Natalia Polo lo puedes ver aquí
