14 de diciembre de 2025

El plan siempre ha sido destruir la Estación Espacial Internacional en 2030. Alguien cree que podemos hacer otra cosa

El plan siempre ha sido destruir la Estación Espacial Internacional en 2030. Alguien cree que podemos hacer otra cosa

La Estación Espacial Internacional está que se cae. Lleva orbitando la Tierra desde 1998 y se completó en 2011. El plan era retirarla en 2024, pero las cuentas no salían y, en 2021, el administrador de la NASA puso fecha definitiva: 2030. La pregunta es si aguantará tanto tiempo porque hace unos meses ya contamos que miembros de NASA mostraron preocupación por la acumulación de problemas técnicos que estaban acelerando el declive de una instalación seriamente envejecida.

Fugas de aire, grietas en diferentes módulos, ausencia de piezas de repuesto para sistemas críticos y falta de presupuesto para plantear una solución seria suponen que la las diferentes agencias llevan años poniendo parches. La NASA ya encargó a SpaceX el desarrollo de una nave que la remolcara hasta el cementerio espacial del pacífico, pero… ¿no hay otra solución para la estación de 450 toneladas y 150.000 millones de dólares?

La respuesta es que sí. Al menos, eso opina Greg Vialle, fundador de una startup llamada Lunexus Space que apuesta por reciclar la Estación Espacial Internacional.

Convertir la Estación Espacial Internacional en una mina

A mediados del año pasado, la NASA tenía claro que el Punto Nemo, un lugar remoto en el Pacífico, a 2.700 kilómetros del montón de tierra más cercana, sería el cementerio de la estación. Sólo había algo que pudiera evitar el desmantelamiento: que el ROSCOSMOS, la agencia espacial rusa, se negara a abandonar la nave.

Rusia cambió pronto de parecer al comentar que sus cosmonautas pasaban más tiempo reparando los equipos que realizando experimentos. Vamos, que por mucho que quisieran “fastidiar” a la NASA en un punto geopolíticamente inestable, no les salía a cuenta. Todo iba encaminado a la desaparición de la ISS actual, pero hay quien tiene algo que decir.

Lunexus Space es una startup enfocada al desarrollo de infraestructura industrial en órbita baja que reutilice estructuras y chatarra espacial para facilitar la construcción de bienes directamente en la atmósfera baja. El fin es desarrollar una especie de economía circular en órbita baja al aprovechar las toneladas de material ya en el espacio, eliminando la necesidad de volver a lanzarlos desde la Tierra.

En Space News, el CEO de la compañía ha desarrollado un artículo en el que expone su plan para “evitar un derroche de gastos”. Vialle afirma que la ISS cuenta con 430 toneladas de aluminio de alta calidad, titanio y otros materiales valiosos para futuras misiones espaciales. Estima el valor del material en 1.500 millones de dólares que se perderían en el fondo del océano si el plan de la NASA sigue adelante. Y también señala los casi 1.000 millones que gastará la NASA en el vehículo que remolque la estación hasta su punto de descanso.

“Es un plan fiscalmente irresponsable que pierde un recurso estratégico y una oportunidad de oro”.

Lo que propone es “una alternativa de sentido común”: convertir la vieja infraestructura en materias primas para las nuevas construcciones. Sus cálculos destacan que lanzar un kilogramo de material al espacio cuesta 3.500 dólares, pero si toman materiales de la ISS, los costes bajarían enteros.

Y, frente a los 1.000 millones de dólares del plan para hundirla, Vialle plantea que su proceso de reciclaje podría ejecutarse por unos 300 millones de dólares a los que habría que sumar un préstamo gubernamental equivalente para lanzar la infraestructura necesaria, apelando al ahorro significativo para los contribuyentes a la vez que preservan recursos valiosos.

Liderazgo estadounidense, claro

“¿Cómo podemos esperar prospectar, minar, refinar y transportar en el espacio profundo si no podemos extraer las muchas toneladas de materiales catalogados y de grado espacial que ya comienzan a gestionar la órbita terrestre baja?”, apela Vialle. Pero claro, hay una cara B de este plan: afianzar el liderazgo espacial de Estados Unidos.

Reciblando la ISS, el CEO considera que se sembrarán las semillas de “una nueva industria en el espacio liderada por Estados Unidos, asegurando nuestro liderazgo económico y estratégico sobre competidores como China”. China también lleva años planeando su propia estación.

Y compara la maniobra con la política de fabricación estadounidense para prepararse para la Segunda Guerra Mundial, la estrategia japonesa en la década de los 70 que afianzó el país como un milagro tecnológico o la postura de Taiwán con TSMC y la fabricación de chips. Su idea es que Estados Unidos invierta en tecnologías de gestión de recursos en el espacio, algo que está dando sus primeros pasos y que, de llegar a un programa sólido, hará que “la nación domine el futuro del comercio y la defensa en órbita”.

Es evidente que Vialle ha sabido qué palos tocar en un momento tan sensible como el actual y, aunque en su carta insta al Congreso a influir en la decisión de la NASA de ‘desorbitar’ la Estación Espacial Internacional, la agencia espacial ya detalló que, tras una sesión para evaluar la posibilidad de reutilizar los principales componentes de la estación, no recibieron ninguna propuesta de interés por parte de la industria.

Por otra parte, la Agencia Espacial Europea ya apuntó que el reciclaje en órbita era “un verdadero desafío” y no tenía claro si los recursos utilizados para capturar y procesar desechos en el espacio serían rentables.

De la manera que sea, el tiempo apremia. Veremos qué pasa con el movimiento ‘Recycle the ISS’, pero quedan cuatro años y, como apuntan cada vez más voces, hay que decidir algo porque la instalación está en las últimas.

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A los desarrolladores de software se les fue de las manos cómo lo bautizan. Y ahora todos pagamos un 'impuesto cognitivo' por ello

A los desarrolladores de software se les fue de las manos cómo lo bautizan. Y ahora todos pagamos un 'impuesto cognitivo' por ello

Durante décadas, podría decirse que las ingenierías ha compartido un principio básico: los nombres importan. Es decir, que un puente, una válvula, un compuesto químico o un instrumento quirúrgico reciben nombres que dicen algo sobre su función, su forma o su propósito. Nadie espera creatividad literaria en un manual técnico: lo que se espera es claridad. Sin embargo, según el programador Salih Muhammed, en el mundo del software algo se terminó torciendo en los últimos años.

Hoy convivimos con listados de aplicaciones, librerías de desarrollo y plataformas cloud poblados de serpientes, dioses nórdicos, animales y, en general, de palabras que no significan absolutamente nada relacionado con lo que en realidad hacen.

Esta tendencia, que a muchos puede parecerle simpática o inofensiva, según Muhammed tiene un coste muy real que pagamos con atención, memoria y esfuerzo mental. Él lo califica de 'impuesto cognitivo'. Confucio ya hablaba de ello en sus 'Analectas':

"Zǐ lù dijo: Si el monarca de Wèi decidiera que el maestro se convirtiera en gobernante, ¿qué llevaría el maestro a cabo primero?"
"El maestro dijo: sería necesario rectificar los nombres".
"Zǐ lù dijo: ¿esto harías? ¡el maestro es un pedante! ¿por qué rectificarlos?"
"El maestro dijo: Porque si los nombres no están rectificados, entonces las palabras no son eficaces; si las palabras no son eficaces, entonces los asuntos no se llevan a cabo [...]".

Cuando el nombre deja de ayudar

Richard Stallman, una de las figuras históricas del software libre, señalaba en una charla reciente algo que debería resultar obvio, pero que ya no lo es: las herramientas deberían tener nombres que ayuden a recordar qué hacen.

El problema no es que exista algún nombre creativo aquí o allá. El problema es que la excepción se ha convertido en norma. Hoy es habitual escuchar descripciones técnicas que suenan más a un poema surrealista que a una arquitectura informática:

"Usamos Viper ['víbora'] para la configuración, Cobra para la línea de comandos, Melody para los WebSockets, Casbin para permisos y Asynq para las colas de trabajo".

Desde el punto de vista del oyente, esa frase exige un esfuerzo adicional inmediato: detenerse, mapear cada nombre a su función real, consultar documentación o hacer búsquedas mentales forzadas. De todos los nombres, sólo el último tiene algo que ver con su función: Asynq es una librería para procesamiento asíncrono de tareas y colas de trabajos en Go (job queue).

En otras ingenierías esto no pasaría

Imaginemos el mismo fenómeno trasladado a otros campos. Un ingeniero civil no hablaría de reforzar un edificio con el sistema "ThunderFalcon". Un cardiólogo no diría que va a implantar un 'Butterfly X' en lugar de un stent coronario. Y un químico no bautiza una molécula como "Steve" para que suene gracioso. 

Cualquiera que haya estudiado algo de química sabe, de hecho, que la nomenclatura de los compuestos no es algo que se deja al azar: es preferible que algo tenga un nombre largo antes de que no quede claro a qué nos estamos refiriendo.

Durante los primeros años de la informática, este mismo principio era la norma. Herramientas como 'grep' (global regular expression print), 'sed' (stream editor), 'diff' (difference) o 'cat' (concatenate) no resultaban muy líricas, pero funcionales. Los primeros lenguajes de programación también seguían esa lógica: FORTRAN, COBOL, BASIC, SQL. Incluso cuando había abreviaturas, el significado estaba ahí.

Muhammed no tiene claro cuando comenzó el problema, pero señala que la deriva se aceleró con dos fenómenos: el auge de la cultura startup y la multiplicación del software abierto en plataformas como GitHub.

Nombrar un producto de consumo con una palabra llamativa tiene sentido cuando se invierten millones en marketing y posicionamiento. 'Google' podía permitirse ser una palabra sin significado previo porque se convirtió en verbo a base de omnipresencia. Pero una librería técnica con unas pocas decenas o cientos de usuarios no tiene ese colchón cultural.

Aun así, muchos desarrolladores empezaron a imitar ese estilo: el resultado es un ecosistema saturado de nombres que no describen nada y que obligan a todos los demás a hacer trabajo extra: cuando alguien se encuentra con una dependencia llamada 'libsodium', debe detenerse y preguntarse "¿De qué va esto? ¿Criptografía? ¿Por qué 'sodio'? ¿Es algún chiste químico?".

Ese pequeño esfuerzo mental exige sólo unos segundos, es cierto, pero en un proyecto moderno, con decenas o cientos de dependencias, esos segundos se multiplican. A lo largo de una carrera profesional, conlleva montañas de esfuerzo mental que no se dedica a resolver problemas reales, sino a descifrar etiquetas arbitrarias.

El otro punto de vista

En los foros de HackerNews, sin embargo, no todo el mundo acepta que haya habido una 'edad dorada' de buenos nombres que luego se perdió. De hecho, una de las respuestas más votadas lo resume con una frase demoledora: 

"A los desarrolladores no 'se nos fue de las manos', nunca lo tuvimos entre manos y punto".

Una de las primeras reacciones del foro es desmontar la idealización de los nombres 'clásicos' de Unix y del software temprano. Se mencionan ejemplos como:

  • GNU, un acrónimo recursivo (es decir, que se incluye a sí mismo:"GNU’s Not Unix").
  • awk, iniciales de apellidos (por sus creadores Aho, Weinberger y Kernighan).
  • dd, quizá el caso más extremo: nadie parece ponerse de acuerdo sobre qué significa realmente.

Otros reconocen que no todos on nombres que carezcan del todo de sentido. pero que muchos solo funcionan dentro de un contexto histórico y cultural muy específico... y que si no lo conoces, el nombre deja de ser una pista y se convierte en un jeroglífico. El caso de la app 'Bison' (Bisonte) resulta paradigmático: es la versión GNU de Yacc ('Yet Another Compiler-Compiler'), que suena igual que 'yak' (un animal emparentado con el bisonte).

Familiaridad y claridad no son lo mismo

Una idea que se repite en el debate es que la sensación de algo sea un 'buen nombre' suele ser retrospectiva: cuando una herramienta se usa durante años, su nombre se vuelve transparente por pura costumbre, no porque sea intrínsecamente bueno.

Muchos participantes admiten sin pudor que usan aplicaciones de las antes mencionadas a diario sin recordar ya —o sin haber sabido nunca— qué significan esas siglas: así, el nombre deja de ser semántico y pasa a ser un simple identificador arbitrario, como lo sería cualquier palabra inventada.

Desde esta perspectiva, el problema no es tanto el nombre como el volumen: hoy el número de herramientas, librerías y frameworks ha explotado; hay miles de proyectos nuevos cada año, y la carga cognitiva no proviene de que un nombre sea raro, sino de que hay demasiados nombres que aprender.

Antes, una persona podía conocer 'todos' los nombres relevantes del ecosistema Unix. Hoy eso es imposible (y también hay muchos más ecosistemas)

Marketing, buscabilidad y SEO

Otro argumento recurrente es práctico: el nombre tiene que ser único y fácil de encontrar. En un mundo dominado por buscadores (y ahora también por modelos de lenguaje), llamar a tu proyecto 'http-client' puede que resulte descriptivo, pero es una opción pésima cuando pretendes que el usuario busque documentación sobre el mismo.

Esto no justifica el uso de nombres completamente arbitrarios, claro... pero explica por qué muchos desarrolladores buscan palabras distintivas, incluso a costa de claridad inmediata.

¿Entonces no hay problema?

No exactamente. Aunque muchos participantes consideran exagerada la queja original, también hay un consenso implícito: nombrar cosas es difícil, y hacerlo bien es raro.

Algunos comentarios rescatan un punto intermedio muy interesante: los nombres funcionan mejor cuando hay una relación, aunque sea metafórica, con lo que hace la herramienta. Bison funciona porque es “GNU Yacc”; sodium porque viene de NaCl; grep porque remite a una acción concreta dentro de ed.

El problema surge cuando la relación desaparece por completo y el nombre se convierte en una ocurrencia privada sin anclaje compartido.

Imagen | Marcos Merino mediante IA

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Antes de declararle la guerra a Linux en los 90, Microsoft llegó a ser el mayor distribuidor de Unix

Antes de declararle la guerra a Linux en los 90, Microsoft llegó a ser el mayor distribuidor de Unix

Si hay un producto de Microsoft que aupó a la empresa de Bill Gates y Paul Allen al éxito absoluto y a marcar un hito en la historia de la informática, ese es Windows. La hegemonía de Windows frente a otros sistemas operativos de escritorio es brutal, como podemos ver en esta animación. Sin embargo, los inicios nunca son fáciles y los de Microsoft no son una excepción.

Porque ese dominio absoluto al que Windows no tiene acostumbradas aunque largo, no es eterno: los 80 fueron años de heterogeneidad donde MS-DOS constituyó el motor de cambio hacia los SO de Microsoft. A partir de ahí, Windows nació en el 85 para auparse con Windows 3.x y ya dominar el panorama antes del cambio de milenio.

Aquellos locos 90. La década en la que Windows se llevó el gato al agua fueron los 90, con Windows 95 y Windows 98 partiendo la pana. Curiosamente, esa década fue también donde comenzamos a conocer las mieles del software libre: Linux era la punta de lanza del código abierto. Y también el heredero de algo que  Microsoft conocía muy bien

Unix, Xenix y Linux, tres caras de un prisma que cambió la informática

Microsoft se enfrentaba a un nuevo enemigo diferente al resto y allí conocimos los 'Halloween Documents' donde se destapó los miedos de la empresa de Gates y Allen y sus artimañas para lograrlo, esencialmente sembrando el miedo, la intertcdumbre y la duda. La noticia alcanzó notoriedad en tanto en cuanto Microsoft se vio obligada a confirmar la autenticidad de esos documentos tras la cobertura del New York Times.

Además de desacreditar la creación de Linus Torvalds, en aquellos documentos que vieron la luz a finales de los 90 y principios de los 2000 Microsoft hablaba sin filtros del miedo que les infundaba, con declaraciones como 'La calidad del software comercial puede verse alcanzada o superada por proyectos de 'código abierto' o 'Linux es una versión de UNIX que representa lo mejor en su clase, con credibilidad a largo plazo que supera a muchos otros sistemas operativos competitivos' o 'La mayoría de las aplicaciones necesarias ya están disponibles de forma gratuita'. 

En pocas palabras: Linux tenía calidad y aplicaciones suficientes como para rivalizar con el software comercial como el suyo.Quién mejor que ellos para saber de su calidad cuando su core lo conocían muy bien. 

De hecho, Linux, Unix y Xenix son algo así como el hijo rebelde, el padre y el tío rico de una misma familia. Allá por los 60 en los laboratorios Bell Labs de AT&T nacía Unix, un sistema operativo completo y revolucionario en tanto en cuanto usa conceptos que hoy en día siguen vivitos y coleando, como la jerarquía de archivos o la capacidad multiusuario. Eso sí, era un sistema operativo propietario y caro, pero robusto y potente.

Hablábamos antes de los inicios de Microsoft, mencionando MS-Dos como antesala de su exitoso Windows. Pero antes, Paul Allen y Bill Gates lo intentaron con Xenix, una adaptación a partir de una licencia de Unix de AT&T que compraron a finales de los 70. Es decir, no empezaron desde cero: tomaron ese Unix original y lo modificaron para que funcionara en esos ordenadores personales primigenios, llegando a convertirse en la variante más común de Unix

La clave está en que después, la licencia de Xenix la vendían a los principales fabricantes de la época, como IBM o Santa Cruz Operation. Este último acabaría quedándose con Xenix, cuando Microsoft perdió el interés y se centró en MS-Dos. La distribución Unix de Microsoft que reinó antes de Linux es hoy un SO extinto.

Pasan las décadas, llegamos a los 90 y nos encontramos con un joven Linus Torvald que quería usar Unix pero no podía pagar la licencia. Así que decidió hacerse su versión desde cero a partir de su kernel. Ese primer Linux es un clon funcional que no tiene una sola línea de código de Unix, aunque se comporte prácticamente igual. Es la evolución natural, gratis y colaborativa, de Unix.

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En Genbeta | Quizá a Linux lo que le faltaba es una distro muy fácil de usar por cualquiera: ZorinOS ha conseguido 100.000 descargas en 48h con esa premisa

Portada | Wikipedia y Global Panorama

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Hay gente que cree que dormir de lado o boca abajo crea "arrugas del sueño" en la cara. Es exactamente al contrario

Hay gente que cree que dormir de lado o boca abajo crea "arrugas del sueño" en la cara. Es exactamente al contrario

Internet está lleno de reglas de oro para tener la 'eterna juventud', siendo este el santo grial que muchos querrían tener ahora mismo entre sus manos. Entre estos consejos, hay varios que pueden rechinar bastante, como por ejemplo que no hay que dormir apoyado en el lado que se está arrugando. Pero... ¿qué de verdad tiene esto? 

Los beneficios de dormir bien. La postura en la que se duerme es fundamental para tener un buen descanso. Porque no es lo mismo dormir boca abajo que del lado izquierdo. En el primer caso, las cervicales pueden sufrir bastante y en el segundo el odiado reflujo gástrico se puede ver reducido

Pero ahora entra en juego en que dormir de un lado o de otro puede provocar que haya más arrugas en la cara por la odiada gravedad que genera un efecto mecánico que provoca que la cara caiga y las arrugas aparezcan. Pero la ciencia discrepa en este caso y echan la culpa más a la biología con el cortisol y el colágeno. 

El mito de las 'Sleep Wrinkles'. La teoría parece lógica: si pasas 8 horas aplastando tu cara contra una almohada, esa compresión mecánica debería dejar huella. Se habla a menudo de las "arrugas del sueño" (sleep wrinkles), que, a diferencia de las arrugas de expresión, causadas por sonreír o fruncir el ceño, serían causadas por el hecho de tener la cara contra la almohada. 

Es algo que defienden algunos expertos como los de The Aesthetic Society, que sugieren que dormir boca abajo o de lado favorece la aparición de lineas verticales por esta presión crónica. 

Otras opiniones. La evidencia clínica es bastante limitada en este caso, ya que muchas de las afirmaciones que defienden este mito vienen del campo de la cirugía estética y con grupos de personas muy limitadas. Incluso hay artículos que apuntan a que no hay una relación clara entre dormir de cierta manera y tener más arrugas. 

El consenso ahora mismo está en que dormir boca arriba podría reducir teóricamente la formación de las líneas de compresión. Pero obsesionarse con esto no es lo mejor, ya que si tener esta postura es incómoda y la calidad del sueño disminuye, entonces el peso biológico que va a suponer supondrá una gran repercusión para las arrugas. 

La verdadera amenaza. Aquí es donde la ciencia deja de ser especulativa y se vuelve tajante. Si hay algo que envejece tu piel, no es la almohada, es la privación de sueño. Cuando se duerme poco, el cuerpo entra en un estado de estrés fisiológico, elevando los niveles del odiado cortisol, la hormona del estrés

Y el cortisol elevado es el gran enemigo de la juventud de nuestra piel. Esto se debe a que puede inhibir a las células que fabrican el colágeno (andamio de la piel), hace que la piel sea menos elástica y aumenta las metaloproteinasas. Esta palabra, tan larga, no es más que una enzima que rompe ese colágeno tan fundamental que tenemos en nuestra piel y que la mantiene firme. Si no lo producimos o lo destruimos, las arrugas ahí aparecerán. 

Con datos. Un estudio clínico clave presentado en ScienceDaily mostró resultados contundentes: las personas con mala calidad de sueño crónica presentaban signos clínicos de envejecimiento acelerado con arrugas finas, pigmentación desigual y flacidez. 

Pero lo más importante es que si a todos estos factores se sumaba también la radiación UV de la luz del Sol, la recuperación de la piel iba a peor. Y aquí es donde entraba la necesidad de contar con protección solar al salir a la calle. 

Imágenes | Katelyn G Isabella Fischer 

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La noticia Hay gente que cree que dormir de lado o boca abajo crea "arrugas del sueño" en la cara. Es exactamente al contrario fue publicada originalmente en Xataka por José A. Lizana .



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El gran problema de poner paneles solares sobre cultivos es la sombra. La Universidad de Jaén ha dado con una solución

El gran problema de poner paneles solares sobre cultivos es la sombra. La Universidad de Jaén ha dado con una solución

En busca de cumplir los objetivos de descarbonización, estamos llenando el campo de paneles solares. Gigantes como China pueden hacerlo compaginando bien otras actividades, pero en el caso de países más pequeños, la cosa cambia. España es un ejemplo, con un campo regado por cultivos que también se está plagando de paneles. Ahora, un equipo de investigación de la Universidad de Jaén ha dado con la clave para seguir desplegando paneles solares sin interferir con los cultivos.

Un panel que no con un sombreado mínimo que no compromete su generación de energía.

La agrovoltaica. Diferentes informes han apuntado cómo la temperatura aumentará entre 1,5 y 3,2 grados si seguimos igual que hasta ahora. Por eso, la Unión Europea se marcó el hito de que el 30% de su energía proceda de renovables para 2030 para, en 2050, lograr la neutralidad climática. La eólica es importante, pero lo que casi todos los países están abrazando es la fotovoltaica.

El precio de las placas ha caído por los suelos gracias a la sobreproducción de China y se ha empezado a desplegar de forma masiva. El problema es el que comentábamos: ocupa mucho espacio, lo que abre un conflicto directo con la tierra de cultivo. Ahí, la agrovoltaica se está consolidando como una solución para colocar paneles que no interfieran con el ciclo de algunos cultivos, y se mezcla con la apicultura y la ganadería. Pero si queremos seguir expandiendo la fotovoltaica, se necesitan paneles que den menos sombra.

Paneles y fotosíntesis. Ahí es donde entra en juego la solución ideada por la Universidad de Jaén. En un estudio publicado en Science Direct, los investigadores detallan una tecnología que permite que un panel genere electricidad de forma eficiente, al mismo tiempo que permite que los cultivos reciban suficiente luz como para realizar su ciclo óptimo de fotosíntesis.

Para ello, el equipo ha tenido en cuenta dos parámetros técnicos: la transmitancia visible media y la transmitancia fotosintética media. En la práctica, indican la cantidad de luz útil para las plantas que les llega tras atravesar el panel, y apuntan que diferentes estudios estiman que, para la mayoría de los cultivos, el valor mínimo debe situarse alrededor del 60%. En ese espectro, las plantas producen con normalidad.

Estado de los paneles “transparentes”. La industria de la fotovoltaica lleva tiempo trabajando en esto. Hay dos enfoques:

  • Paneles no selectivos por longitud de onda: son los que absorben gran parte del espectro solar y consiguen transparencia reduciendo el color del material o dejando huecos entre las células. Con ellos, la transparencia no es adecuada.
  • Paneles selectivos por longitud de onda: son los que absorben, sobre todo, la radiación ultravioleta y el infrarrojo cercano, pero dejan pasar gran parte de la luz visible. Es la que necesitan las plantas y, en este caso, la transparencia de los paneles es mayor y más apta para los cultivos.
Panel solar universidad de jaén

RearCPVbif. En los dos grupos la industria está probando tecnologías muy diferentes, desde el silicio policristalino hasta las células orgánicas y los paneles sensibilizados por colores, pero el enfoque del equipo español es algo distinto. Los módulos fotovoltaicos semitransparetenes son los STPV, pero lo propuesto desde la Universidad de Jaén es un sistema bautizado como RearCPVbif, o “Rear Concentrator Photovoltaic bifacial.

A diferencia de los diseños semitransparentes convencionales, esta tecnología concentra y redirige la luz reflejada hacia la parte posterior de las células bifaciales, generando un aumento en la producción eléctrica sin reducir la transparencia óptica, que es la que permite que la luz llegue a las plantas. Es un STPV, pero con concentradores ópticos traseros.

Panel solar universidad de jaén

En declaraciones a PV-Magazine, Álvaro Varela-Albacete, coautor de la investigación, apunta que la tecnología de los STPV se está infrautilizando y que, con esos concentradores traseros, se produce “un aumento sustancial” en la generación de energía sin comprometer la transparencia óptica”. ¿Y de cuánto es el factor de transparencia? Del 60%, según el estudio, por lo que sería adecuado para la mayoría de cultivos hortícolas.

Próximos pasos. En el estudio también mencionan que han tenido en cuenta que un aspecto crucial para la viabilidad agrícola es el comportamiento térmico, indicando que, en sus pruebas, la temperatura de la célula se encontraba por debajo de los 70 grados. Esto es importante para que los paneles no creen un “invernadero” que afecte a los patrones de los cultivos.

Y lo más importante: esta tecnología ya ha llamado la atención. Se publican numerosos estudios prometedores a lo largo del año, pero su aplicación no siempre está clara. En el caso de esta tecnología ReadCPVbif, el coautor del estudio, Eduardo Fernández, apunta que ya están entablando conversaciones con diferentes organizaciones para acelerar el desarrollo de la tecnología.

Ahora, la hora de ruta incluye una evaluación de los beneficios para el crecimiento de cultivos, con diferentes campañas de prueba en cultivos reales. De la manera que sea, apunta a ser una tecnología particularmente relevante en la horticultura intensiva que se da en regiones de España como Almería, donde aparte del mar de plástico, también se está levantando el mar fotovoltáico. Si se pueden unir las dos cosas, sería un gran paso para ambos sectores.

Imágenes | Universidad de Jaén, Σ64

En Xataka | Almería ha sido durante años el gran "mar de plástico" de Europa. Ahora quiere ser otro mar: el de paneles solares

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