30 de noviembre de 2025

Ni IA ni robots: la tecnología más disruptiva para tratar pacientes en la UCI resulta ser un archivo MP3

Ni IA ni robots: la tecnología más disruptiva para tratar pacientes en la UCI resulta ser un archivo MP3

Cuando pensamos en los avances que hay en los hospitales para mejorar la supervivencia o la recuperación de los enfermos, podemos llegar a pensar en mejores respiradores, monitores que ofrecen miles de datos o nuevos fármacos que sean casi milagrosos. Sin embargo, la ciencia nos ha dado un golpe de realidad al demostrar que el acompañamiento de las familias en las estancias hospitalarias ofrece unos grandes resultados. 

Esto es algo que se ha visto de manera directa en la propia UCI de un hospital, donde los pacientes están en entre la vida y la muerte. Es por ello que un estudio decidió usar algo tan 'low-tech' como es una grabación de voz de un familiar para ver el impacto real que podía tener sobre su recuperación. Y la verdad es que hemos estado subestimando la utilidad de esta herramienta clínica. 

El problema. Uno de los grandes problemas a los que se enfrentan los pacientes que entran en la UCI es el 'delirio'. Un estado de gran confusión a consecuencia de un fallo agudo del sistema nervioso que afecta hasta el 80% de los pacientes que tienen ventilación mecánica. Y esto es algo terrible dentro de estas unidades. 

No porque sea molesto para el paciente estar en un gran estado de confusión, sino porque se ha visto que aumenta la mortalidad, la estancia hospitalaria y todo esto lleva a un mayor coste del sistema sanitario. Algo que se ha calculado y que apunta a un gasto de entre 6.000 y 20.000 millones de dólares anuales. Y lo peor: los fármacos actuales (sedantes, antipsicóticos) a menudo son parte del problema o no son del todo efectivos para prevenirlo.

La solución. Una vez tenemos el problema, se planteó para resolverlo por parte de Cindy Munro una hipótesis simple, pero potente: si el cerebro se "desconecta" de la realidad por el aislamiento y la sedación, ¿podemos usar una voz familiar para traerlo de vuelta?

La prueba. Para poder ver si esto era posible o no, se hizo un estudio que incluyó a 178 pacientes de dos grandes hospitales de Florida y que contó con la colaboración de cinco grandes universidades. El objetivo era claro: tratar el sonido casi como si fuera un medicamento. 

Para ello, se creó un protocolo para reproducir el audio para que no fuera simplemente conectar la radio o el móvil y que el enfermo escuchara. El estándar pasó por usar reproductores de audio comunes, con clips de dos minutos con la grabación de los familias y una reproducción que se haría dos veces al día: a las 9 de la mañana y a las 4 de la tarde

El horario no fue escogido al azar, sino que estaba pensado para 'hackear' el ritmo circadiano. Al escuchar voces familiares durante el día, se ayuda al cerebro a orientarse temporalmente, reforzando la diferencia entre el día y la noche, algo que se pierde totalmente bajo las luces artificiales de una UCI.

El resultado. Además de ofrecer un resultado positivo al estado de los pacientes, también se vió que tenía un efecto dosis-dependiente como los medicamentos. Es decir, cuando más mensajes recibían los pacientes, mayor era la reducción del delirio en la UCI. 

Por qué esto importa. A día de hoy la industria no cesa en sus intentos de buscar moléculas complejas para proteger el cerebro, regenerar las células y un sinfín más de técnicas. Pero la realidad es que la solución parece estar en nuestra biología evolutiva (o al menos una pequeña ayuda): reaccionar a las voces de nuestra 'tribu'. 

Imágenes | Stephen Andrews 

En Xataka | La ciencia quiere meternos 'microrobots' en el cuerpo para medicarnos. Ya han dado buenos resultados


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Los últimos astronautas varados en el espacio son de China. Hay una razón por la que seguirá ocurriendo: un tornillo de 1 cm

Los últimos astronautas varados en el espacio son de China. Hay una razón por la que seguirá ocurriendo: un tornillo de 1 cm

En el amanecer de la nueva carrera espacial, cuando las agencias públicas y las empresas privadas prometen turismo orbital, naves reutilizables y estaciones comerciales, la realidad más incómoda vuelve a imponerse: en un entorno donde todo está calculado al milímetro, donde la ingeniería alcanza grados casi obsesivos de perfección, sigue bastando un fragmento minúsculo para dejar a una tripulación sin vehículo de regreso.

Los últimos, los chinos.

La fragilidad invisible. En realidad, basta con muy poco, un tornillo, una astilla metálica, un grano de pintura que avanza a 28.000 km/h, para dejar varados a los astronautas. El reciente episodio de la Shenzhou-20, probablemente golpeada por un fragmento tan pequeño que ni siquiera podía rastrearse, ha vuelto a demostrar que, más allá del marketing del “nuevo espacio”, la vulnerabilidad básica de las misiones tripuladas permanece intacta. 

La historia reciente, desde la estación china Tiangong a la ISS, confirma que las estancias ampliadas, las cápsulas inutilizadas y los retornos improvisados no son anomalías: son el precio inevitable de operar en un entorno saturado de objetos que viajan a velocidades hipersónicas y donde cualquier imprevisto desencadena cadenas logísticas complejas para las que nadie está plenamente preparado.

La tormenta perfecta. El aumento exponencial de actividades en órbita baja ha creado un ecosistema donde el número de satélites activos supera ampliamente los 9.000 y donde decenas de miles de fragmentos mayores siguen pista, pero millones de microrestos (del tamaño de un tornillo o menos) evolucionan sin detección posible. La consecuencia práctica es que cualquier cápsula, por robusta que sea, se enfrenta a un riesgo permanente de impactos invisibles que pueden fisurar ventanas, dañar escudos térmicos o inutilizar propulsores sin previo aviso.

En paralelo, la complejidad logística crece: más actores privados, más vehículos diferentes, más dependencia del clima y más puntos críticos en cada misión. La combinación de saturación orbital, uso creciente de estaciones espaciales y ciclos operativos cada vez más comprimidos ensancha los márgenes de error y multiplica las posibilidades de que una tripulación quede temporalmente sin un retorno seguro. No es un escenario hipotético: es ya recurrente, y afecta por igual a China, Estados Unidos y Rusia.

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La Shenzhou-20 como síntoma estructural. El incidente chino sintetiza todos los problemas contemporáneos. Una nave lista para traer a los taikonautas de vuelta desarrolla grietas minúsculas en una de sus ventanas. No hay alarma evidente, pero la posibilidad de que ese daño comprometa la reentrada basta para declararla inservible. La tripulación saliente debe esperar nueve días más y terminar regresando en la cápsula recién llegada. Esa maniobra, a su vez, deja a la nueva tripulación sin vehículo de escape y obliga a la agencia china a lanzar a contrarreloj una cápsula de emergencia

El proceso funciona porque el sistema está diseñado para improvisar, pero la secuencia revela la dependencia absoluta de cada módulo y la fragilidad que implica perder uno solo. La Shenzhou-20 queda amarrada a la estación para ser devuelta sin tripulación. Así, el “tornillo de un centímetro” se convierte en actor principal de una cadena de decisiones que afecta a varias tripulaciones y obliga a movilizar lanzadores, equipos y recursos adicionales. En la era de los megaconstelaciones y de los vuelos comerciales, esta vulnerabilidad no solo persiste: se amplifica.

Historial de “varados” espaciales. El caso chino no es aislado. En los últimos años, incidentes similares han afectado a Estados Unidos y Rusia. Suni Williams y Butch Wilmore pasaron nueve meses en la ISS porque su Starliner no era segura para la reentrada tras fallos de propulsión. Frank Rubio quedó un año completo en órbita cuando su Soyuz fue perforada por un micrometeoroide y su cápsula se volvió inutilizable. La historia se repite: un dispositivo crítico deja de ser fiable, un contingente improvisa, otro vehículo acude y los astronautas regresan por una vía alternativa. 

Incluso factores externos (el clima, un accidente previo, un conflicto geopolítico) pueden dejar a una tripulación sin retorno inmediato. Desde el colapso soviético que atrapó a Sergei Krikalev en la Mir hasta las suspensiones de vuelos tras el desastre del Columbia, la noción de “quedarse más tiempo” está profundamente integrada en la cultura de las agencias. Los astronautas no lo perciben como un fracaso, pero a nivel operacional señala puntos de tensión constantes que tienden a agravarse a medida que la órbita baja se vuelve más concurrida e impredecible.

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La basura espacial. El factor más inquietante de esta nueva etapa es que una parte creciente del riesgo proviene de objetos que no se pueden detectar. Los radares actuales rastrean piezas relativamente grandes, pero el enjambre de microfragmentos (estos de colisiones, desprendimientos minúsculos de satélites envejecidos, partículas metálicas, pintura desprendida, cristales, tornillería microscópica) sigue la dinámica descrita hace décadas por el síndrome de Kessler: más objetos generan más colisiones, que a su vez multiplican los fragmentos

Estos objetos pequeños no pueden ser esquivados porque no pueden ser vistos. Y, sin embargo, poseen la energía cinética suficiente para perforar una nave o causar fallos estructurales imperceptibles que solo se revelan cuando una misión está a punto de regresar. En un entorno tan agresivo, la cuestión ya no es si una cápsula recibirá un impacto minúsculo, sino cuándo y en qué punto crítico ocurrirá. La Shenzhou-20 no inaugura una tendencia: confirma que ya estamos dentro de ella.

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Riesgos persistentes. Los impactos no son la única causa de estancias prolongadas: las propias naves, incluso las más modernas, muestran vulnerabilidades inevitables. Reentrar en la atmósfera implica frenar desde 28.000 km/h hasta cero en minutos, un proceso que exige que cada componente funcione con precisión absoluta. Thrusters, escudos térmicos, sensores, válvulas, sistemas de soporte vital y secuencias automáticas se prueban constantemente, pero el estrés físico y térmico no admite margen de error

Las primeras misiones de nuevos vehículos suelen revelar fallos inesperados, como ocurrió con Starliner. En estos contextos, la medida más segura es siempre la misma: prolongar la estancia y esperar una nave alternativa, como la Dragon o una Soyuz disponible. La propia historia confirma que esta lógica funciona y salva vidas, pero también subraya que la redundancia que se da por sentada en tierra firme es mucho más difícil de reproducir a cientos de kilómetros de ella.

Turismo espacial y “normalidad”. Plus: el auge del turismo espacial introduce un contraste inquietante. Mientras las agencias acumulan casos de cápsulas dañadas, tripulaciones sin retorno inmediato y lanzamientos improvisados para cubrir emergencias, el discurso comercial presenta la órbita baja como un entorno casi doméstico. La realidad es que los riesgos están aumentando, no disminuyendo, y que el umbral de fragilidad sigue siendo el mismo: un impacto invisible puede cambiar por completo una misión. 

El escenario más temido por los expertos no es un fallo masivo, sino un cúmulo de pequeñas incidencias originadas por la proliferación de microbasura y un tráfico orbital cada vez más denso. Para el pasajero ocasional de un vuelo suborbital estos matices son invisibles, para una tripulación que depende de un único vehículo de reentrada, determinan su seguridad vital.

El futuro inmediato. La expansión simultánea de misiones estatales, privadas y comerciales apunta a que los incidentes relacionados con retornos fallidos serán más frecuentes. Al aumentar el número de naves, tripulaciones y satélites, aumenta proporcionalmente la probabilidad de impactos menores, fallos técnicos y ventanas de reentrada comprometidas por el clima. 

Del mismo modo, la diversificación de vehículos (cada uno con estándares, ciclos de pruebas y arquitecturas distintas) multiplica los posibles puntos de fallo. Lo ocurrido con Shenzhou-20, Starliner o Soyuz no es puntual: son, posiblemente, anticipos operativos de lo que ocurrirá cada vez con mayor regularidad. Las agencias lo saben y ya incorporan estos escenarios a su planificación: cápsulas “de emergencia”, rotaciones flexibles, y reservas de suministros capaces de sostener a tripulaciones durante meses adicionales.

La gran paradoja. Así, en un momento en que la humanidad se prepara para bases lunares, estaciones privadas y vuelos comerciales como si no hubiera mañana, la amenaza más seria para la continuidad de las misiones sigue siendo la más diminuta. No son los grandes fallos catastróficos los que están definiendo esta fase, sino golpes imperceptibles de objetos que no se pueden rastrear, fisuras microscópicas y fallos puntuales en naves sometidas a esfuerzos extremos. 

Así, la imagen del “tornillo de un centímetro” resume la paradoja: en la era del turismo espacial y de las megainversiones, la seguridad de una tripulación puede depender de una partícula que nadie puede ver. Y mientras el tráfico orbital siga creciendo (hasta límites insospechados), esa vulnerabilidad no hará sino aumentar. 

En el espacio, lo más pequeño sigue siendo lo más peligroso.

Imagen | NASA, CMSA, NASA

En Xataka | China guarda silencio sobre sus astronautas "varados" en órbita: si la nave está dañada, tienen tres opciones 

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El arte del autoengaño: por qué nuestro cerebro defiende nuestros errores aunque sepa que estamos equivocados

El arte del autoengaño: por qué nuestro cerebro defiende nuestros errores aunque sepa que estamos equivocados

Un político del partido al que votaste comete un acto deleznable, pero no lo consideras tan grave como si algo menos rechazable lo hubiese hecho alguien del partido rival. ¿Te suena? Es el autoengaño funcionando a toda potencia. Admitir un error no es fácil: solemos exoneramos de nuestros fallos mientras guardamos rencor hacia los errores ajenos. O como diría Jean-Paul Sartre: "El infierno son los otros".

La autojustificación es la manera que tiene nuestra mente de reducir la disonancia cognitiva. Es decir, el estado de tensión que se produce cuando una persona mantiene dos cogniciones (ideas, actitudes, creencias, opiniones) que son psicológicamente incoherentes entre sí. 

Así definen la disonancia cognitiva los psicólogos sociales Elliot Aronson y Carol Tavris en Se han cometido errores (pero yo no fui): Por qué justificamos creencias ridículas, decisiones equivocadas y actos dañinos, publicado por primera vez en 2007 y que llega ahora a España en una edición revisada de Capitán Swing. 

“La autojustificación es más poderosa y peligrosa que la mentira explícita” porque “minimiza nuestros errores y malas decisiones, a la vez que explica por qué todo el mundo puede reconocer a un hipócrita en acción, excepto a él mismo”, destacan Aronson y Tavris.

El ejemplo con el que empieza este libro es el famoso caso destapado por el psicólogo social Leon Festinger tras infiltrarse en una secta del juicio final. Este grupo creía que se acabaría el mundo el 21 de diciembre de 1954 y que una nave espacial salvaría a sus seguidores. Festinger comprobó que aquellos que habían vendido sus bienes terrenales, superfluos frente al apocalipsis, y que habían arriesgado más eran precisamente los más reacios a cambiar de opinión.

Photo 1585747354995 Bf346fd32d9f ¿Engañarnos? Sí, gracias. (Unsplash)

Cuando el líder de la secta explicó que el platillo volante no había llegado a la Tierra porque la fe del grupo había salvado el mundo, sus seguidores redoblaron su confianza en él. Para explicar este evento, el psicólogo creó en 1957 el concepto "disonancia cognitiva". Pero el caso sobre el que se ha construido el edificio de la disonancia cognitiva se ha tambaleado durante los últimos años.

¿Sabemos qué es la disonancia cognitiva realmente?

Gracias a material de archivo recientemente desclasificado, un artículo científico publicado a comienzos de noviembre de 2025 dice haber demostrado que las afirmaciones centrales de este caso, contado por Festinger y otros psicólogos en 1956, son falsas y que los autores lo sabían.

Según los documentos, el grupo estuvo activo mucho antes de que la profecía fracasara y luego abandonó rápidamente sus creencias. Esta nueva revelación también alerta de “graves violaciones éticas por parte de los investigadores, incluyendo mensajes psíquicos falsificados y manipulación encubierta”. Uno de sus autores, Henry Riecken, se hizo pasar por una autoridad espiritual y más tarde admitió que había “precipitado” los acontecimientos culminantes del estudio.

Para Fernando Blanco, profesor titular del Departamento de Psicología Social de la Universidad de Granada, este descubrimiento no altera la evidencia detrás del concepto de disonancia cognitiva. “Aunque la disonancia cognitiva y el autoengaño existan como fenómenos psicológicos, tienen límites y no esperaría que dominasen totalmente y por sí solos el comportamiento de un grupo más o menos grande de personas”. 

Realmente, indica este experto, “no estamos hablando de un estudio científico sino de una anécdota que inspiró una idea o que se utilizó para ilustrar una hipótesis que luego fue estudiada científicamente, que es con lo que deberíamos quedarnos. Hay montones de estudios que sugieren que la gente intenta evitar la disonancia. El fenómeno de la disonancia cognitiva existe, aunque su interpretación teórica pueda variar”.

justicia La justicia es ciega, nuestra disonancia cognitiva también, aparentemente. (Unsplash)

Esto es frecuente en la psicología, particularmente en la psicología social, continúa Blanco: “Tenemos montones de observaciones más o menos anecdóticas que ‘pasan a la historia’ y que los profesores de psicología social siempre contamos que realmente contienen más mito que realidad”. 

Otro caso, citado también en el libro de Capitán Swing, es el del experimento de Milgram en la Universidad de Yale en 1961, diseñado para medir la obediencia a la autoridad. En el experimento, se obligaba a los participantes a dar descargas eléctricas crecientes a una persona que gritaba y llegaba, aparentemente, al borde de la muerte. La interpretación suele ser que las personas tenemos una predisposición a obedecer acríticamente a la autoridad. Esta investigación se hizo en una época en la que resonaban los crímenes de la II Guerra Mundial y los juicios de Nuremberg. 

“Muchas veces se sobredimensionan los resultados, que, si bien son interesantes, no son tan extremos como se suelen relatar”, indica Rafael Gil Ortega, psicólogo clínico que está finalizando su doctorado sobre persuasión en la Universidad Autónoma de Madrid. Pero, advierte Blanco, en realidad se cree que casi la mitad de los participantes sabía que las descargas eran “de pega” y que no estaban dañando a nadie.

“La evidencia que proporciona este estudio es débil y hay que tomarla con mucho escepticismo”, aunque otras investigaciones más recientes, sin llegar al extremo de Milgram por cuestiones éticas, han llegado a conclusiones parecidas, indica Blanco. El investigador también señala que existen otras explicaciones que no se basan en la obediencia sino en la influencia normativa, es decir, que las personas hacemos lo que se espera de nosotros, sin necesidad de interpretar ese comportamiento como derivado de una orden.

Los pros y los contras de autoengañarse

La disonancia cognitiva puede ser fácil de identificar por el malestar que genera la contradicción entre nuestra forma de actuar y nuestra forma de pensar, manifestada en forma de culpa o remordimiento. “Cuando la sentimos, tendemos a evitar cualquier cosa que pueda aumentarla, buscando información y apoyo solo en personas o fuentes que confirmen nuestras creencias, evitando aquellas que podrían contradecirlas”, señala Blanco. Al ser la disonancia una sensación desagradable, estamos motivados para reducirla.

Gil aboga por no demonizarla porque gracias a ella “podemos reflexionar, crecer, cambiar y mejorar haciéndonos preguntas. Otras veces simplemente podemos ser inconsistentes y ya está. No es razonable exigir una coherencia perfecta cuando el propio contexto no es consistente”. Tampoco todos estamos igual de predispuestos a autoengañarnos. 

Como señalan los autores de Se han cometido errores (pero yo no fui): “Todos somos tan inconscientes de nuestros puntos ciegos como lo son los peces respecto al agua en la que nadan. Pero quienes nadan en las aguas del privilegio tienen una motivación particular para seguir siendo ajenos a ello”.

autoengaño No fui yo, señoría, fue mi autoengaño. (Unsplash)

El autoengaño también tiene un lado positivo: el permitirnos dormir por la noche y no torturarnos por nuestras acciones y omisiones. Pero “bloquea nuestra capacidad de ver nuestros errores” y corregirlos. Ello nos impide “obtener toda la información que necesitamos y evaluar los problemas con claridad”, indican Tavris y Aronson.

El autoengaño nos protege de sentirnos mal, destaca  Gil. Se manifiesta, por ejemplo, con eufemismos en el lenguaje. En lugar de decir “he sido infiel”, diríamos “he hecho lo que me dictaba el corazón”. Blanco lo llama el efecto de “no poder echarse para atrás”, pudiendo llegar al extremo de autoconvencerte. Esta coherencia también se aplica a tu entorno. Por ello, cuando acusan a un familiar o conocido de alguna agresión, para ti es más coherente que la persona que acusa esté exagerando, equivocándose o mintiendo que tu amigo acusado sea un agresor.

Otro fenómeno relacionado con este tipo de distorsiones cognitivas tiene que ver con la anestesia emocional. Este fenómeno suele suceder cuando las personas están expuestas por un tiempo a un estímulo negativo, como el sufrimiento ajeno. Se produce entonces una habituación al estímulo y dejamos de reaccionar ante él. Como explica Miriam Rocha, psicóloga clínica en ITEMA, las personas podemos "anestesiarnos" ante la observación del dolor y dejar de reaccionar empáticamente. 

Esto ocurre en las guerras, lo que explica las escaladas de violencia y que los espectadores “podemos también habituarnos a dicho grado de horror y dejar de ser sensibles al mismo, acabando por normalizarlo”, destaca.

Hay ocho mecanismos de desconexión moral, según expuso el psicólogo Albert Bandura: la justificación moral, el lenguaje eufemístico, la comparación ventajosa, el desplazamiento de la responsabilidad, la difusión de la responsabilidad, la minimización o distorsión del daño, la deshumanización de la víctima y la culpabilización de la víctima. Conocerlos puede ser un buen comienzo para detectar el autoengaño, indica Gil, aunque ser conscientes de nuestros fallos puede no ser suficiente.

Amaestrando tu autoengaño

Para evitar actuar bajo la influencia del autoengaño, Gil recomienda tomar decisiones en frío, tras dejar pasar el tiempo y reposar las emociones. Otra táctica importante es hablar y escuchar a otros y buscar información que contradiga nuestra opinión inicial: “Un problema es que en muchas ocasiones nosotros somos nuestra única audiencia cuando pensamos. El autoengaño no se combate por introspección pura, sino cuando se rompen las condiciones que lo sostienen”.

Por su parte, Rocha aboga primero por ser conscientes de nuestros sesgos cognitivos, ya que cumplen una función adaptativa y tienen una utilidad como estrategias para desenvolvernos en el mundo, aunque sea de forma inconsciente o involuntaria. El siguiente paso sería conocerse a uno mismo. ¿Ante qué situaciones, personas o momentos podemos ser más propensos a equivocarnos en el análisis de la situación? El tercer elemento es estar alerta en momentos donde es más fácil que suframos sesgos.

autoengaño Controlar el autoengaño es posible (y recomendable si no quieres terminar asaltando una institución democrática). (Unsplash)

Por último, toca trabajar conscientemente el análisis de nuestro propio discurso, como si fuéramos científicos que tuviéramos que poner a prueba una hipótesis. ¿Cómo? Tomando nuestra interpretación como una mera hipótesis que hay que contrastar. ¿Tiene datos que la apoyen? ¿Hay evidencia en contra que la refute? 

“Igual que podemos ser muy buenos utilizando nuestro discurso interno para hacernos trampas o daño, también podemos aprender a utilizarlo a nuestro favor para controlar dichas trampas y daños”, añade la psicóloga.

En terapia, abunda Rocha, se utiliza la disonancia cognitiva para identificar sus orígenes. “Se enseña a la persona a ser más honesta en el reconocimiento del papel de su discurso y a desarrollar la capacidad de realizar descripciones y análisis más ajustados a la realidad que permitan tomar mejores decisiones”. Cualquier cambio en consulta pasa por tomar conciencia sobre cuándo aparecen las conductas problemáticas. A partir de ahí se comienzan a introducir conductas alternativas. 

Y el problema de la memoria

El libro de Tavris y Aronson dedica un capítulo a la implantación y creación de recuerdos falsos, incluyendo los casos de abusos sexuales falsos en la infancia creados por terapeutas. Esta mala praxis llevó a personas inocentes a la cárcel. 

Ocurrió debido a que la memoria no funciona como un disco duro donde se almacena un recuerdo y luego se recupera cuando lo necesites, advierte el profesor de la Universidad de Granada: “Es más bien un sistema que reproduce un patrón de activación neuronal que reconstruye una experiencia del pasado, pero siendo vulnerable a la influencia del presente”. O como expone Rafael Gil, la memoria es reconstructiva, no reproductiva. Este es un dato que no conocían los jurados y jueces que condenaron a las víctimas de estos falsos recuerdos (o sabiéndolo pudieron autoengañarse o ser sugestionados).

Otro mito es que un evento impactante debe dejar huella en las personas o, como dice el lenguaje terapéutico popularizado, "provocar un trauma". Y si no te marca es porque el trauma está reprimido. “Nada más lejos de la realidad. Si no hay ninguna forma en la que un evento pasado reaparezca o genere impacto en el presente es porque probablemente la persona ha tenido la capacidad de superarlo de forma adecuada”, señala Miriam Rocha. 

memoria La memoria es traicionera. (Unsplash)

Respecto a los recuerdos implantados en terapia, también está la posibilidad de que la persona cuente lo que cree que se espera por la deseabilidad social. Es decir, que los pacientes digan cosas porque creen que es lo que queremos escuchar, lo que se espera socialmente o que va a ser bien recibido, añade la psicóloga.

El autoengaño llega a crear recuerdos alterados para conservar la coherencia y protegernos de la disonancia, de forma que en retrospectiva nuestra conducta se presente como lógica y justificada. “No me han timado vendiéndome un objeto inútil y caro, es que yo tenía muchas ganas de comprarme uno”, ejemplifica Fernando Blanco.

Lamentablemente para nosotros y afortunadamente para la industria de la publicidad y el marketing, somos más sugestionables de lo que creemos, especialmente cuando hay lagunas de información. Entonces el cerebro completa esas lagunas con lo más plausible o coherente narrativamente. Como concluye Miriam Rocha: “Todos somos sugestionables, aunque también podemos aprender a protegernos de influencias externas”.

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El nacimiento de un movimiento anti-lectura: cada vez más personas admiten utilizar la IA para resumir libros

El nacimiento de un movimiento anti-lectura: cada vez más personas admiten utilizar la IA para resumir libros

Marcos, estudiante de 21 años, reconoce que le cuesta “muchísimo” leer un libro entero porque no encuentra “ni el tiempo, ni la forma, ni las ganas”. Por ello se ayuda de la IA cuando necesita leer un texto o libro para clase. “¿Quién no la ha usado a día de hoy?”, se pregunta. 

Por su parte, Raquel, de 24, también se apoya en herramientas de inteligencia artificial cuando no tiene tiempo o “ganas” de leer. Admite que alguna vez ha sentido que por usar la IA se perdía una historia que le podía llegar a gustar, pero no se arrepiente de haberlo hecho —y está segura de que lo volverá a hacer—.

Ni Raquel ni Marcos creen que ayudarse de este tipo de herramientas sea algo peligroso o preocupante, lo consideran simplemente un cambio como cualquier otro en su generación. “No es tan impactante, simplemente las generaciones cambian, leemos de otra forma. Somos una generación que lee por el móvil y aparatos tecnológicos”, explica Marcos.

La búsqueda de atajos para no leer no es algo nuevo ni exclusivo de las generaciones actuales. Los estudiantes siempre han encontrado formas de esquivar los libros y salir del paso en trabajos o exámenes: copiar resúmenes ya hechos por editoriales, pedir la explicación a un compañero o recurrir a plataformas como El Rincón del Vago

Con la llegada de la IA, no leer es aún más fácil. Basta una búsqueda en redes sociales para encontrar decenas de publicaciones con recomendaciones de aplicaciones, webs o herramientas de IA que “prometen” a quienes las usen no necesitar a abrir el libro. Bajo títulos como “¿Te cuesta leer libros por falta de tiempo? ¡Te comparto 4 IA que leen por ti (y mejoran tu comprensión)!”, se dan a conocer herramientas que resumen cualquier texto o libro, y que también son capaces de crear a partir de ellos mapas mentales, presentaciones, vídeos o incluso podcast (por si no tienes tiempo ni para leer los resúmenes).

leer Ok boomer. (Clay Banks/Unsplash)

En estas mismas plataformas los jóvenes expresan el alivio que sienten al no necesitar leer cuando no quieren hacerlo. Una usuaria de Tiktok insinúa en sus vídeos ser más “feliz” por no tener que “leer 765 páginas de un pdf”, ya que solo lee “el resumen y las flashcard” que le crea una aplicación. 

“Los españoles cada vez leen más”

La IA se ha convertido en un accesorio más en nuestro día a día, en una herramienta de la que echamos mano para cada vez más cosas. Hemos comprobado su potencial resolviendo operaciones o programando, pero también redactando y resumiendo textos. De ahí surge una pregunta: si la inteligencia artificial puede escribir, resumir y hasta contarnos historias, ¿Puede la IA sustituir a la lectura? Por ahora, en España, no. 

Las estadísticas de lectura en nuestro país reflejan un interés por la lectura creciente en casi todos los grupos de edad: el porcentaje de españoles que lee en su tiempo libre ha superado este 2025 por primera vez el 65%, rompiendo el mito de que los jóvenes ya no leen —el 75,3% de la población entre 14 y 24 años lee en su tiempo libre—.

Esta buena salud lectora convive con una realidad nueva: los jóvenes incorporan la inteligencia artificial a su día a día con una naturalidad asombrosa. 

Según el informe Así somos. El estado de la adolescencia en España, de Plan International de 2025, el 62% de las chicas y el 59% de los chicos de entre 12 y 21 años encuestados usa la IA para resolver dudas relacionadas con sus estudios. De hecho, un 68% de ellas y un 61% de ellos temen “desarrollar cierta dependencia a esta tecnología”. La lectura, por tanto, no desaparece, pero empieza a compartir espacio —y tiempo— con una herramienta que puede sustituir, complementar o transformar la forma en que los jóvenes se relacionan con ella. 

Las habilidades de la IA para redactar textos son ya de sobra conocidas por los docentes. Lo que, según Patricia Sánchez, profesora de Lengua y Literatura en un instituto de Leganés, empieza a inquietarles ahora es otro efecto, menos visible: cómo puede afectar al desarrollo de los estudiantes delegar en la IA tareas como la lectura, la comprensión o la interpretación de un texto. “A ciertas edades hay tareas que no debemos dejar en manos de la tecnología”, asegura la profesora.

chat No le preguntes de dónde saca el resumen del libro, eso sí. (Emiliano Vittoriosi/Unsplash)

Docentes como Sánchez advierten que recurrir a la IA para leer, resumir o redactar en lugar de hacerlo uno mismo —especialmente en edades tempranas— puede frenar el desarrollo de habilidades fundamentales como la comprensión lectora, la escritura o la capacidad de análisis. Sánchez ve problemático que “no adquieran ciertas competencias”, que “no hagan esfuerzos, que no cometan errores y por ello no sean capaces de solventarlos”. 

Organizaciones como la Unesco o el Foro Económico Mundial señalan cómo delegar actividades —como la lectura— a la tecnología puede afectar a la memoria y a la capacidad de aprendizaje. 

Según un análisis de investigadores de la Universidad de Chile, el “uso pasivo” de herramientas de IA como ChatGPT puede “socavar las bases mismas de la alfabetización”. Los autores reconocen que la IA tiene un gran potencial en el ámbito educativo, pero advierten de la necesidad de trabajar y “practicar intensamente con textos escritos” para poder desarrollar “una buena comprensión lectora y habilidades de escritura”. Coinciden con Sánchez en que con la lectura no solo adquirimos información, sino que es clave para fortalecer el vocabulario, la comprensión, el razonamiento y el pensamiento crítico. 

Según  los investigadores, “leer actúa como un entrenamiento para el cerebro”.

Los CEOs que ya no leen

A Sánchez no le preocupa que sus alumnos no hayan leído Luces de Bohemia; le inquieta que en un futuro "no entiendan" una noticia cuando lean un periódico, o les resulte más complicado “comprender el mundo en general, tener la paciencia para parar, pensar, asimilar, ser capaces de crear una opinión…”. Es por ello por lo que un buen uso de la tecnología debe tener una “base previa”. 

Una vez adquiridas las competencias y habilidades básicas que rodean a la lectura, para Sánchez la IA puede ser una aliada. 

Por su parte, Nerea Blanco, filósofa y escritora española creadora de la plataforma Filosofers, cree que para la lectura la IA “no es una herramienta que vaya a ayudar”. Advierte del peligro de crear dependencia y de necesitar ayuda de la inteligencia artificial para “explicarnos todo”. Echar mano de ella cuando no comprendemos algo concreto puede ser muy útil, pero para Blanco esto se puede volver en nuestra contra, porque “podemos dejar de poner a nuestro cerebro a funcionar”.

Parece que hay consenso en que el uso de la IA para evitar leer está más extendido en el ámbito académico: “¿Quién quiere leer Beowulf?”, comenta un usuario de TikTok en un vídeo que recomienda apps de IA que resumen libros. Sin embargo, este discurso también cala entre algunos empresarios o “gurús” de internet. El ritmo acelerado que marca la sociedad actual es capaz de hacer atractivos estos “atajos” a la lectura. 

leer La tentación de pedirle al de la izquierda que resuma lo de la derecha. (Callum Shaw/Unsplash)

Nikesh Arora, CEO de Palo Alto Networks —una multinacional estadounidense de ciberseguridad—, reconocía sin tapujos en una entrevista que era “más de resúmenes que de libros”. El alto cargo de la empresa —que está impulsada por IA— cuestionaba la “utilidad” de leer un libro de 500 páginas para finalmente “destilar únicamente 10”. 

Su postura encarna una tendencia que parece estar cada vez más extendida entre líderes tecnológicos que ven en la IA un sustituto perfecto para cada vez más tareas. De hecho, el CEO de OpenAI, Sam Altman, reconoce usar la IA para todo tipo de actividades, incluido “resumir documentos”. Por su parte, Mustafa Suleyman, CEO de Microsoft AI, está seguro de que “en el mundo de antes, leer te ponía por delante de los demás. Muy pronto tendremos que asumir que un usuario experto acompañado de una inteligencia artificial podrá actuar como si supiera más”.

La irrupción de la IA afecta hasta a la percepción de la formación tradicional y las titulaciones universitarias. Ryan Roslansky, CEO de LinkedIn, tiene claro que los empleos más atractivos del futuro no estarán reservados únicamente a graduados universitarios. Este responsable valora más "la disposición de los profesionales a actualizarse constantemente y adoptar nuevas herramientas tecnológicas". 

Esta perspectiva también la secunda Benjamin Mann, uno de los seis ingenieros que abandonaron OpenAI para crear su propio modelo de IA: Anthropic. Mann comenta que, hace una o dos décadas, quizá habría intentado preparar a su hija para ser la mejor en la escuela y apuntarla a todas las actividades extracurriculares, pero que ahora sentía que nada de eso tenía verdadera importancia, y lo que busca es que sea “feliz, considerada, curiosa y amable”; poniendo en valor nuevas habilidades en detrimento de los títulos y la formación tradicional. 

Hacia una buena integración

La capacidad de la IA para sintetizar ideas, proporcionar resúmenes o responder a preguntas no sustituye en absoluto la experiencia de la lectura para Javier Bardón, profesor de psicología social en la Universidad Rey Juan Carlos. El autor de ‘Ana contra Gürtel’ cree que es imposible que la IA reemplace lo que nos puede hacer sentir un libro.

“La literatura implica recrear mentalmente una historia y vivir vicariamente los conflictos de los personajes, algo que se pierde completamente con un resumen de IA”. Al usar la IA para resumir o leer, se pierde la "vivencia" de "seguir de la mano al personaje" y la capacidad de "experimentar por ti mismo los conflictos de otros". El autor lo compara con “ver fotografías de París” en lugar de haber estado. Aunque se tiene la información, no se ha vivido la experiencia. 

Photo 1532543307581 8b01a7ff954f Para qué tanto, pensará Sam Altman. (freestocks/Unsplash)

Patricia Sánchez está de acuerdo en que esa parte de “emoción” que tiene la literatura —y que es la más “humana”— “es realmente la que se está perdiendo". La profesora cree que, si toda la lectura está mediada por la IA, no es posible el “disfrute de la literatura”, el descubrir lo que nos gusta y lo que no. 

El miedo y la preocupación de un uso excesivo de la IA conviven con la visión del potencial que pueden tener estas herramientas. Lejos de “remar contra corriente”, como señala Bardón, la clave está en aprender a integrarla en el proceso educativo: usarla para acercar textos complejos, despertar la curiosidad por autores clásicos o reforzar la comprensión de lo que leemos.

Tanto Bardón como la profesora Sánchez coinciden en que el valor de la IA depende de tener unas bases sólidas. Puede ser muy útil para guiar la redacción o estructurar ideas, siempre que los estudiantes sean quienes reelaboren y aporten su propio criterio. La filósofa Blanco añade que también puede actuar como un “compañero de lectura”, una ayuda que nos permita entender mejor aquello que no comprendemos a primera vista.

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Imagen | Brad Rucker











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La noticia El nacimiento de un movimiento anti-lectura: cada vez más personas admiten utilizar la IA para resumir libros fue publicada originalmente en Xataka por Anabel Cuevas Vega .

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Los centros de datos consumen muchísima agua, pero seguramente es menos de la que creíamos. La culpa la tiene un libro

Los centros de datos consumen muchísima agua, pero seguramente es menos de la que creíamos. La culpa la tiene un libro

Podemos criticar el boom de la IA por muchos motivos, pero hay uno que caló profundamente en la sociedad: el impacto ambiental, más concretamente el consumo de agua de cada interacción con la IA, necesaria para poder refrigerar los servidores. El problema es real, pero todo apunta a que se ha magnificado y el origen estaría en un error de cálculo en un popular libro. 

El libro. Es  'Empire of AI' escrito por Karen Hao y del que ya hablamos en Xataka. Tras entrevistar a cientos de exempleados y personas cercanas a la compañía, la autora construye un relato detallado y muy crítico de OpenAI, más concretamente de su CEO Sam Altman. Entre las críticas a ese 'imperio de la IA', Hao menciona el desmesurado consumo de agua de la IA, llegando a afirmar que un centro de datos llegaría a consumir 1.000 veces más agua que una ciudad de 88.000 habitantes.

La crítica. Lo cuenta Andy Masley en su newsletter The Weird Turn Pro. Según sus cálculos, en realidad un 22% de lo que consume la ciudad o un 3% de todo el sistema municipal. Además, Masley afirma que el libro confunde extracción de agua (retirada temporal que se devuelve a la red) con consumo real.

El error de cálculo. La propia autora ha respondido al artículo de Masley citando el correo que envió al Servicio Municipal de Agua Potable y Alcantarillado de Chile (SMAPA), a quienes solicitó información sobre el consumo total de agua de Cerrillos y Maipu, las localidades que usó para hacer la comparación de consumo. 

El problema está en que Hao solicitó la cantidad en litros, pero le respondieron sin especificar las unidades y todo indica que en realidad eran metros cúbicos, de ahí ese desfase tan grande. La autora ha vuelto a consultar con la SMAPA para que le aclaren este dato. Parece que, efectivamente, sí hay error.

Estimaciones. Cuánta agua consume la IA ha sido una pregunta recurrente en los últimos años. En septiembre de 2024, un estudio publicado por Washington Post calculaba que, para generar un texto de 100 palabras con ChatGPT, eran necesarios 519 mililitros de agua. El cálculo se hizo teniendo en cuenta el consumo anual total de centros de datos y el tipo de enfriamiento usado. Es una auténtica barbaridad. 

Qué dicen las empresas. Las empresas de IA no son demasiado transparentes respecto al consumo de agua y energía de sus centros de datos. Las grandes tecnológicas dan el dato de consumo total anual en sus informes de sostenibilidad. Sabemos que gran parte del consumo se va en centros de datos, pero no es posible saber el consumo real de cada búsqueda. 

Google ha sido la única que ha publicado datos concretos de consumo de energía y agua de su IA. Según la compañía, el consumo de agua por cada consulta a Gemini era de 0,26 mililitros, o lo que es lo mismo, unas cinco gotas de agua. No podemos extrapolar este dato a todos los centros de datos ni todas las empresas, pero efectivamente parece que las estimaciones previas son bastante exageradas.

Controversia por el agua. Todo esto no significa que no haya un problema con el agua y la IA. De hecho, el centro de datos de Cerrillos donde está el supuesto error de cálculo nunca llegó a construirse porque la justicia chilena lo paralizó debido al impacto climático que iba a tener, especialmente en el contexto de sequía en el que se encontraba la región. Los centros de datos necesitan muchísima agua, tanta que están surgiendo iniciativas para refrigerarlos sumergiéndolos en el océano.

El otro problema. El agua es sólo uno de los problemas a los que se enfrentan los centros de datos, la demanda energética plantea un reto aún mayor. En 2024, los centros de datos ya suponían un 4% del consumo eléctrico total de Estados Unidos y en los alrededores de algunas de estas bestias la factura de la luz ha subido un 267% en los últimos años. Las big tech ya lo están avisando: no hay energía para tantos chips y se están planteando desde crear centrales nucleares hasta llevarse sus centros de datos al espacio.

Imagen | Google

En Xataka | Lo que está sucediendo en EEUU es un aviso para España: los centros de datos disparando la factura de la luz en las casas

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La noticia Los centros de datos consumen muchísima agua, pero seguramente es menos de la que creíamos. La culpa la tiene un libro fue publicada originalmente en Xataka por Amparo Babiloni .

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