23 de junio de 2025

Tiempo tridimensional: la nueva frontera para unir cuántica y gravedad

Existe un viejo problema en física: unir en una sola teoría dos mundos que parecen hablar idiomas distintos. Por un lado, la física cuántica, encargada de las partículas elementales y sus extrañas reglas. Por otro, la gravedad y la estructura a gran escala del universo, regidas por la Relatividad General. Gunther Kletetschka, físico de la Universidad de Alaska Fairbanks y de la Universidad Carolina de Praga, ha publicado un estudio reciente donde propone algo tan ambicioso como sencillo de formular: que el tiempo no es solo una prolongación de las tres dimensiones espaciales, sino que posee tres dimensiones propias que se entrelazan con las tres espaciales para dar forma a la materia, la energía y al propio espacio que experimentamos.

Según su modelo, estas tres dimensiones del tiempo no son una fantasía matemática sin base física comprobada. Surgen como requisito para explicar fenómenos que abarcan desde la escala de Planck (lo más pequeño que podemos imaginar) hasta la expansión del universo. Cada una de estas dimensiones juega un papel: la primera está asociada al mundo cuántico; la segunda regula la transición entre lo cuántico y lo clásico; y la tercera opera a escala cosmológica, afectando incluso a las ondas gravitacionales.

En la práctica, este enfoque implica que muchas de las características de las partículas —como que existan tres familias (es decir, la primera familia: electrones y quarks up/down; segunda: muones y quarks charm/strange; tercera: taus y quarks top/bottom)— no serían misterios añadidos por conveniencia, sino una consecuencia natural de la estructura tridimensional del tiempo. En otras palabras: la “masa” de cada partícula, su forma de interactuar o incluso la famosa asimetría de la fuerza débil (que distingue entre izquierda y derecha) derivarían directamente de cómo se “doblan” y “combinan” esas dimensiones temporales.

El autor no se limita a la especulación. Calcula, dentro de este marco, valores que coinciden con la masa medida de partículas conocidas, desde el electrón hasta el top quark, y se atreve con predicciones concretas: la existencia de nuevas resonancias en torno a 2,3 y 4,1 TeV, ligerísimas variaciones en la velocidad de las ondas gravitacionales y ciertos patrones específicos en la evolución de la energía oscura. Todo ello debería, en teoría, ser verificable por experimentos de última generación, como colisionadores futuros o interferómetros de ondas gravitacionales.

Lo que hace especial este trabajo, frente a otras propuestas de “multitiempo” anteriores, es que no añade dimensiones espaciales extra ni recurre a partículas hipotéticas sin rastro experimental. La relatividad general se recupera como caso límite cuando dos de las tres dimensiones temporales se vuelven insignificantes, algo que aporta consistencia y evita violaciones de la causalidad, uno de los grandes escollos de modelos de tiempo múltiple en el pasado.

Por supuesto, queda un camino largo por recorrer. Que las matemáticas cuadren no garantiza que la naturaleza funcione así. Pero la ventaja es que este marco ofrece predicciones claras y falsables: masas, relaciones numéricas, efectos en el cosmos. Si no aparecen, la hipótesis se descarta sin rodeos.

Así, en un mundo donde la física busca desesperadamente un hilo que cosa la mecánica cuántica con la gravedad, propuestas como la de Kletetschka nos recuerdan que a veces hay que darle la vuelta a lo obvio. Quizá, en lugar de intentar retorcer el espacio para encajar todo, deberíamos empezar por sospechar que el verdadero protagonista de la trama, el tiempo, podría ser mucho más complejo de lo que hasta ahora hemos creído.



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