1 de agosto de 2025

Vida basada en arsénico. Un error de 15 años

Quizá lo recordéis. En diciembre de 2010, la NASA organizó una rueda de prensa con toda la pompa de las grandes ocasiones. Lo que anunciaron sonaba casi a ciencia ficción: un equipo de investigadores había descubierto una bacteria que podía incorporar arsénico en su ADN en lugar del fósforo, algo nunca visto en la bioquímica terrestre. ¿La implicación? Que la vida podía existir con una «química alternativa», abriendo de par en par la puerta a organismos completamente diferentes, aquí o en otros planetas.

La protagonista de la historia era una bacteria llamada GFAJ-1, hallada en el tóxico lago Mono, en California, y cultivada por la microbióloga Felisa Wolfe-Simon y su equipo. El estudio, publicado en la prestigiosa revista Science, fue vendido como un hito en astrobiología. Pero apenas publicado, el entusiasmo se convirtió en escepticismo. Y ese escepticismo fue creciendo hasta convertirse en una certeza incómoda: la bacteria no era lo que se decía que era. Ahora, quince años después, Science ha decidido retractar el artículo. Con honores, sí, pero retractarlo.

La idea central del estudio era que GFAJ-1 podía utilizar arsénico (un veneno conocido) en lugar de fósforo (un elemento esencial en el ADN y otras moléculas biológicas). El problema es que la metodología del estudio era, digamos, optimista. Varias voces de la comunidad científica, como la microbióloga canadiense Rosie Redfield, señalaron desde el primer momento que los resultados eran más ruido que señal. En su blog, Redfield desmontó paso a paso las pruebas experimentales y mostró que no se habían hecho controles básicos. Según sus propias palabras, el equipo de Wolfe-Simon «había confundido arsénico con contaminación».

La controversia no se quedó en discusiones de laboratorio. En 2012, estudios independientes demostraron que GFAJ-1 no incorporaba arsénico en su ADN. Lo que ocurría, simplemente, es que sobrevivía en medios tóxicos con trazas de fósforo. La bacteria era resistente, no alienígena.

Y, sin embargo, durante más de una década el artículo siguió ahí, sin retractarse. ¿Por qué? Según la propia revista Science, durante mucho tiempo solo se retractaban estudios en los que había fraude, plagio o manipulación de datos. No bastaba con estar equivocado: hacía falta mala intención. Pero las normas han cambiado. Ahora, si las conclusiones de un estudio no se sostienen con los datos que presenta, puede ser retirado aunque no haya mala fe.

El editor en jefe de Science, Holden Thorp, lo ha explicado así: “la comunidad científica ha llegado a un nuevo consenso sobre lo que significa retractar un artículo”. No es un castigo, dice, sino una corrección necesaria. En este caso, Sciencereconoce que el trabajo de revisión por pares en su momento falló y que el artículo no debió haberse publicado en esa forma.

Los autores, sin embargo, no están de acuerdo. En un gesto poco habitual, Science ha retractado el artículo sin el consentimiento de los investigadores. Wolfe-Simon y sus coautores argumentan que no se ha demostrado que sus datos sean falsos, solo que otros han llegado a conclusiones distintas. “Retractar un estudio por discrepancias interpretativas es abrir una caja de Pandora”, ha dicho uno de ellos. En su defensa, no les falta razón: si empezamos a borrar todo lo que no se pueda replicar, pocas investigaciones quedarán en pie.

Pero lo cierto es que las conclusiones del estudio sobre GFAJ-1 no solo han sido cuestionadas. Han sido desmontadas experimentalmente, una y otra vez, por diferentes equipos. La bacteria no es una forma de vida “alternativa”, sino una extremófila más, como tantas que sobreviven en condiciones adversas gracias a mecanismos convencionales. Lo extraordinario no era la bacteria, sino las ganas de encontrar algo extraordinario.

Y ahí está quizás la enseñanza más valiosa de este episodio. En ciencia, el deseo de descubrir algo revolucionario es una fuerza poderosa, pero también una trampa. Puede llevarnos a interpretar patrones ilusorios donde no hay más que confusión, o interpretar datos mediocres como pruebas de algo insólito. Por eso es tan importante que el método sea riguroso, y que las conclusiones estén sólidamente apoyadas por la evidencia. Especialmente cuando se trata de titulares que prometen cambiar nuestra comprensión de la vida misma.

El caso GFAJ-1 no fue un fraude. Fue un error. Pero uno grande, mediático y persistente. Y la retractación llega tarde, sí, pero llega. Porque la ciencia no es perfecta, pero al menos tiene algo que muchas otras disciplinas no tienen: mecanismos para corregirse a sí misma, incluso cuando cuesta.



☞ El artículo completo original de lo puedes ver aquí

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