Al ir al supermercado es fácilmente verse rodeados de bolsas de patatas fritas con sabores diferentes, galletas, refrescos, pizzas congeladas o nuggets de pollo que forman parte de nuestra cesta de la compra. Son los llamados alimentos ultraprocesados (UPF, por sus siglas en inglés), productos que han pasado por múltiples fases industriales y que a menudo contienen ingredientes que no se encuentran en la cocina de casa, como el jarabe de maíz o los aceites hidrogenados.
Un debate de hace tiempo. La voz de alarma la dio a principios de los 2000 el investigador brasileño Carlos Monteiro. Mientras intentaba descifrar el aumento de la obesidad y la diabetes tipo 2 en su país, descubrió algo paradójico: la gente compraba menos azúcar y sal que antes. La explicación estaba en el carrito del súper: habían sustituido los ingredientes básicos por productos precocinados y listos para consumir que venían cargados de estos mismos alimentos.
Una evidencia en crecimiento. Desde ese momento los científicos se comenzaron a poner las pilas para tratar de demostrar si existía un vínculo entre el consumo elevado de estos productos con problemas de salud, debido a que se habían ido incrementando a un ritmo vertiginoso. A partir de ahí, decenas de estudios asocian las dietas altas en ultraprocesados con mayores riesgo de obesidad, enfermedades cardiovasculares, diabetes tipo 2, cáncer e incluso depresión y ansiedad.
Un estudio a gran escala con más de 110.000 adultos en Estados Unidos encontró que aquellos con el mayor consumo de ultraprocesados tenían un 4% más probabilidades de morir por cualquier causa durante el periodo de seguimiento.

¿Es el procesamiento el villano? A pesar de las contundentes correlaciones, no toda la comunidad científica está de acuerdo en demonizar a los ultraprocesados como categoría. El principal argumento de los escépticos es que el grupo es demasiado amplio y heterogéneo. De esta manera, se plantea la pregunta si es lógico meter en el mismo saco unos donuts, unas patatas fritas y un yogur de supermercado.
Algunos investigadores se preguntan si la asociación con la mala salud no se debe, simplemente, a que estos productos suelen ser ricos en grasas, azúcar y sal, y pobres en fibra y vitaminas. Sin embargo, varios estudios han intentado despejar esta incógnita.
Un ensayo clínico del University College de Londres comparó dos dietas, una basada en alimentos mínimamente procesados y otra con ultraprocesados, pero ambas con niveles idénticos de nutrientes clave como proteínas, grasas, fibra y azúcar. Sorprendentemente, los participantes perdieron el doble de peso con la dieta de alimentos mínimamente procesados. Esto sugiere que la composición nutricional no lo es todo.
Más allá de las calorías. Un rompedor ensayo dirigido por el fisiólogo Kevin Hall en los Institutos Nacionales de Salud de Estados Unidos (NIH) encerró -literalmente-a 20 adultos en un centro de investigación y les dio libertad para comer todo lo que quisieran. Durante dos semanas siguieron una dieta ultraprocesada, y otras dos una dieta no procesada. Los resultados fueron reveladores: con la dieta de ultraprocesados los participantes consumieron de media 500 calorías más al día y ganaron casi un kilo.
Las investigaciones de Hall y otros apuntan a que la densidad energética y la textura de los alimentos son clave. Muchos ultraprocesados, al tener menos agua, concentran más calorías en menos gramos. Además, su textura a menudo es más blanda, lo que nos lleva a comer más rápido. Al comer más rápido, nuestro cerebro no tiene tiempo de registrar las señales de saciedad, lo que facilita el exceso de consumo calórico.
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La noticia A la pregunta de si los alimentos ultraprocesados son tan malos como nos han contado, la ciencia todavía no tiene respuesta clara fue publicada originalmente en Xataka por José A. Lizana .
☞ El artículo completo original de José A. Lizana lo puedes ver aquí
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