
Hay algo en los objetos que vienen de fuera del sistema solar que nos pone nerviosos. Quizá sea porque llegan de la nada, cruzan nuestro vecindario cósmico a velocidades vertiginosas y se van para siempre. O quizá porque, seamos honestos, todos llevamos dentro un poco de esa esperanza de que algún día uno de esos visitantes resulte ser algo más que una roca helada. El caso es que cuando 3I/ATLAS empezó a cambiar de color, las redes sociales y ciertos medios se pusieron a hervir con teorías sobre materiales exóticos, comportamientos inexplicables y —cómo no— tecnología alienígena.
El objeto, descubierto el 1 de julio de 2025 por el sistema ATLAS en Chile, desde el principio quedó claro que era especial porque venía de fuera del sistema solar, viajando a más de 210.000 kilómetros por hora. Durante los primeros meses, todas las observaciones mostraban que tenía un tono rojizo, algo bastante común en cometas cuya superficie ha estado expuesta durante eones a la radiación cósmica, acumulando compuestos orgánicos que les dan ese color oxidado. Pero entonces, el 7 de septiembre de 2025, durante un eclipse lunar total en Namibia, los astrofotógrafos Michael Jäger y Gerald Rhemann capturaron imágenes que mostraban al cometa con un brillo verdoso-azulado. Y ahí empezó el revuelo.
Avi Loeb, el astrofísico de Harvard que conocemos de sobra aqui por esto y por otras cosas, señaló en su blog que esta transición de color podría deberse a un aumento pronunciado en la liberación de cianuro —el radical CN, formado por carbono y nitrógeno— conforme el objeto se acercaba al Sol. Según los datos del Very Large Telescope, tanto las emisiones de cianuro como las de níquel atómico (curiosamente, sin hierro) aumentaban dramáticamente con la proximidad al Sol. Loeb también mencionó que el comportamiento de la coma —esa nube de gas y polvo que rodea al núcleo— era anómalo, con cambios en cómo crecía según la distancia. Todo esto sonaba, efectivamente, poco habitual.
Pero aquí es donde conviene bajar las revoluciones y mirar los datos con calma. Lo primero que hay que entender es que los cometas son máquinas químicas en constante evolución. Cuando están lejos del Sol, están congelados y relativamente inertes. Pero conforme se calientan, diferentes hielos volátiles empiezan a sublimarse —es decir, pasan directamente de sólido a gas— liberando moléculas que flotan en la coma y reaccionan con la luz solar. El color verde en los cometas suele deberse al dicarbono, una molécula formada por dos átomos de carbono que emite luz verde cuando absorbe radiación ultravioleta del Sol. Es un fenómeno conocido y bastante común.
El problema es que las observaciones espectroscópicas de 3I/ATLAS no detectaron dicarbono en su coma, e incluso un estudio indicó que este cometa tiene una notable escasez de moléculas de cadena de carbono, más baja que cualquier otro cometa conocido. Así que si no hay dicarbono, ¿de dónde sale el verde? Pues ahí está el meollo de la cuestión. Una posibilidad es que el dicarbono esté presente pero aún no se haya detectado debido a condiciones únicas, o que alguna otra molécula esté produciendo ese brillo verde. El cianuro que mencionaba Loeb es un candidato plausible, aunque la comunidad científica todavía no tiene una respuesta definitiva.
Recordemos que Loeb ha mantenido una postura llamativa en torno a este objeto (y a sus antecesores interestelares también). En un artículo conjunto con Adam Hibberd y Adam Crowl, Loeb exploró la posibilidad —que él mismo califica como «ejercicio pedagógico»— de que 3I/ATLAS pudiera ser tecnología extraterrestre, incluso potencialmente hostil según la hipótesis del «Bosque Oscuro» popularizada por la novela de Cixin Liu. Loeb señala que la órbita del objeto pasa sorprendentemente cerca de Venus, Marte y Júpiter, con una probabilidad de solo 0.005%. En entrevistas recientes, Loeb ha llegado a decir que hay entre un 30 y un 40 por ciento de probabilidad de que 3I/ATLAS no sea de origen completamente natural. En fin, cada uno tiene sus cosas.
Ahora bien, antes de que alguien empiece a construir un búnker, conviene poner las cosas en perspectiva. Otros científicos han respondido con escepticismo considerable. El astrónomo Chris Lintott de la Universidad de Oxford dijo que «cualquier sugerencia de que es artificial es un disparate, y es un insulto al emocionante trabajo que se está haciendo para entender este objeto». Otros estudios compararon el espectro de 3I/ATLAS con asteroides tipo D y con el cometa interestelar 2I/Borisov, encontrando consistencia con estos objetos naturales. Y lo más importante: el propio Loeb admite en su blog que «con mucho, el resultado más probable es que 3I/ATLAS sea un objeto interestelar completamente natural, probablemente un cometa».
Entonces, ¿qué está pasando realmente con 3I/ATLAS? Pues lo más probable es que estemos viendo exactamente lo que esperaríamos de un cometa interestelar que ha viajado durante eones por el espacio profundo y ahora se está calentando por primera vez en mucho tiempo. La explicación más razonable es que el objeto acumuló una gruesa corteza externa debido a miles de millones de años de irradiación cósmica, y ahora, al acercarse al Sol, esa corteza se está desprendiendo y liberando gases volátiles del interior. Esto explicaría perfectamente el cambio de color: al principio dominaba el polvo rojizo de la superficie, y ahora están apareciendo gases frescos que producen ese tono verdoso.
☞ El artículo completo original de lo puedes ver aquí

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