18 de noviembre de 2025

Europa prepara su misión más ambiciosa: aterrizar en Encélado en 2055

Europa acaba de ponerse el listón más alto que nunca. Mientras la mayoría de la gente no mira más allá de Marte, la Agencia Espacial Europea está diseñando en silencio lo que podría ser la misión no tripulada más ambiciosa de su historia. El destino es Encélado, ese diminuto satélite de Saturno, casi setecientas veces menos masivo que nuestra Luna, y que bajo su corteza helada alberga un océano donde la vida podría haber encontrado su hogar.

Lo que hace especial este proyecto no es solo adónde va, sino cómo planea llegar. Hablamos de una arquitectura de misión que nunca se ha intentado antes para una sonda planetaria: dos cohetes Ariane 64 lanzados por separado, un acoplamiento en órbita terrestre de la sonda con su sistema de propulsión, y luego once años de viaje hasta Saturno. Once años. Para ponerlo en perspectiva, la Cassini tardó casi siete, y eso ya parecía una eternidad. Pero esta nueva misión carga con 15 toneladas de masa total, más del doble que Cassini, y además necesita llevar no solo un orbitador sino también un aterrizador de 700 kilos que se posará en el mismísimo polo sur de Encélado.

El plan es tan complejo como fascinante. Primer lanzamiento: la sonda con el aterrizador, 8.3 toneladas. Segundo lanzamiento, en una ventana calculada al milímetro: las etapas propulsivas, otras 6.7 toneladas. Se acoplan en algún punto estratégico del espacio cercano a la Tierra, probablemente en el punto de Lagrange L2 del sistema Tierra-Luna. Ocho meses después del primer lanzamiento, la etapa química de 3.6 toneladas se enciende y empuja todo el conjunto fuera de la gravedad terrestre. Luego viene la etapa de propulsión eléctrica solar, con sus seis motores iónicos alimentados por 1.6 toneladas de xenón, trabajando durante cuatro años mientras la sonda da dos vueltas más a la Tierra para ganar impulso. Una vez cumplida su función, se desecha. Y el conjunto orbitador-aterrizador continúa solo otros cinco años hasta llegar a Saturno.

Aquí viene uno de los dolores de cabeza técnicos más grandes: Europa no tiene plutonio-238 para generadores de radioisótopos. Estados Unidos ha dejado tirada a la ESA tantas veces en proyectos conjuntos que esta vez los europeos han decidido que pueden con todo, pero eso significa paneles solares. En Saturno. Donde la luz del Sol llega con una cuarta parte de la intensidad que tiene en Júpiter, que ya de por sí está lejos. Estamos hablando de 200 metros cuadrados de paneles, cien por cada ala, para poder generar la energía necesaria. La sonda Juno usa paneles solares en Júpiter y funciona, pero esto es el doble de lejos y técnicamente mucho más arriesgado.

Una vez en Saturno, la misión pasaría cinco años estudiando el sistema completo: más de cincuenta sobrevuelos de las lunas, al menos cinco pasadas por Titán, más de diez sobrevuelos de Encélado atravesando sus famosos géiseres del polo sur, esos chorros de agua y partículas orgánicas que salen disparados desde las fracturas conocidas como «las rayas del tigre». Después, vendría la fase culminante: colocarse en una órbita extraña alrededor de Encélado, técnicamente una órbita NRHO con un periodo de 12 días, acercándose hasta apenas 50 kilómetros de la superficie. Durante 30 días, el orbitador estudiaría el terreno para elegir el lugar perfecto donde soltar el aterrizador.

Y entonces llega el momento de la verdad. El aterrizador, con forma similar a la vieja Huygens que aterrizó en Titán, desciende hacia el polo sur. Sin tren de aterrizaje, con una base colapsable para amortiguar el impacto, se posará directamente sobre las rayas del tigre para estudiar in situ esas fracturas por donde escapa el océano interior. Llevará baterías para dos semanas de trabajo, aunque nadie espera que dure mucho más en ese ambiente hostil. Durante ese tiempo, enviará sus datos al orbitador, que los retransmitirá a la Tierra.

El calendario es casi de ciencia ficción, pero del tipo realista y un poco deprimente: lanzamiento entre 2042 y 2046, llegada entre 2053 y 2057, con el aterrizaje programado para 2055 como fecha óptima. Esa fecha no es casual. Tiene que ver con las condiciones de iluminación en el polo sur de Encélado y con el hecho de que para entonces Saturno estará más cerca del Sol en su órbita elíptica, facilitando el trabajo de esos enormes pero insuficientes paneles solares. La misión está en fase 0 de desarrollo, con dos consorcios europeos compitiendo por fabricarla: OHB System junto con Thales Alenia Space, por un lado, y Airbus por otro.

La fase cero acaba de terminar. Ahora viene la Conferencia Ministerial de la ESA este mes de noviembre donde se decidirá si esto sigue adelante o se queda en un bonito ejercicio de ingeniería sobre el papel. Si recibe luz verde, entre 2026 y 2034 se definirá la misión completa, los instrumentos científicos específicos, y todos los detalles que separan un PowerPoint de una sonda real. La NASA también tiene sus propios planes para Encélado con una misión llamada Orbilander, aunque esa es la segunda prioridad después de su sonda a Urano, y además los estadounidenses tienen el lujo de poder usar plutonio-238 para sus generadores.

Lo irónico de todo esto es que Europa está diseñando su misión más ambiciosa precisamente porque ha aprendido a no depender de nadie más. Tantas veces le falló la colaboración internacional que ahora prefiere hacerlo sola, aunque eso signifique complicarse la vida con paneles solares gigantes en lugar de compactos RTGs nucleares, y aunque signifique que algunos de los que lean esto hoy no llegarán a ver los resultados allá por 2055 o después. Pero si algo caracteriza a la exploración espacial europea es esa tenacidad de tortuga: lenta, paciente, y dispuesta a llegar aunque tarde tres décadas. Porque si hay vida en ese océano bajo el hielo de Encélado, bien vale la espera.



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