24 de noviembre de 2025

Mensaje de Sagan a los primeros visitantes de Marte

Corría el año 1996 en Ithaca, Nueva York. Un hombre enfermo grababa un mensaje destinado a gente que nunca conocerá, en un planeta que quizás ni llegue a verse pisado en su época. Carl Sagan, ya con el cáncer en etapa avanzada, se sentaba frente a un micrófono pensando en exploradores del futuro. No es ciencia ficción. Es, literalmente, lo que pasó.

El mensaje se grabó en un disco mini-DVD de vidrio de sílice, diseñado para perdurar cientos o miles de años, que formaba parte de un proyecto llamado Visions of Mars impulsado por The Planetary Society. En 2008, ese disco viajó hacia Marte dentro de la sonda Phoenix. Y ahí sigue, en la superficie marciana, cerca del polo norte, esperando pacientemente a que alguien con traje espacial y mucho gusto por los arqueológica lo encuentre y lo active.

Lo interesante aquí no es solo que Sagan grabara un mensaje para el futuro —muchas figuras públicas lo hacen, generalmente con resultados bastante olvidables—, sino lo que dijo. Sagan empieza contando cómo desde su despacho se oía una cascada, cómo la naturaleza le recordaba constantemente lo pequeños que somos. Luego salta a reflexionar sobre esa frontera borrosa entre la ciencia y la ciencia ficción, cómo ambas han estado bailando juntas durante décadas, adelantándose, corrigiéndose, inspirándose mutuamente. Menciona a Edgar Rice Burroughs y Robert Goddard, reconociendo que sin sus historias disparatadas de Marcianos y cohetes, muchas de las tecnologías que hoy utilizamos nunca habrían existido.

Pero la pregunta central es simple y brutal: ¿por qué habéis venido a Marte? La plantea como si se la formulase a alguien que se acaba de quitar el traje espacial y todavía respira entrecortado. Y luego especula: tal vez porque aprendimos a mover asteroides para salvarnos de un desastre y decidimos seguir viajando. O porque la ciencia, con su curiosidad fundamental, nos fue empujando cada vez más lejos de casa. O quizás porque, en lo más profundo de nuestro ADN, seguimos siendo nómadas. Antepasados que van de valle en valle sin saber que están escribiendo la historia de la especie.

Lo que hace especial este mensaje es su tono. No hay grandilocuencia. No hay ese acento épico que esperarías de alguien hablando al futuro. Sagan cierra con una sinceridad casi cotidiana: habría querido estar allí con vosotros. Habría querido verlo. Y la voz se quiebra un poco, aunque de manera tan sutil que casi tienes que reconstruirla en tu cabeza.

El verdadero detalle fascinante es que el disco no está archivado en un servidor. Está físicamente en Marte, esperando a que una mano humana lo encuentre, lo sostega, lo ponga en funcionamiento. La Phoenix no tiene forma de reproducirlo por sí misma. El mensaje está literal y físicamente pendiente de que alguien lo active. La primera persona que lo haga será, por definición, la primera en escuchar a Sagan en Marte.

Piénsalo un segundo: la última reflexión grabada de un tipo que pasó su vida explicando nuestro lugar en el cosmos podría ser la primera bienvenida que reciban los exploradores de un mundo nuevo. En una sonda varada en un planeta rojo, esperando como una botella lanzada al océano espacial.

Sagan murió en 1996, el mismo año en que grabó ese mensaje. Nunca vio a la Phoenix despegar hacia Marte. Nunca pudo verificar que su voz realmente llegara a otro mundo. Pero está ahí. Congelada, sí. Pero intacta. Esperando el momento en que alguien finalmente la escuche y comprenda lo que quiso decirnos: que seguimos siendo exactamente los mismos humanos curiosos que hace miles de años miraron el cielo y se preguntaron qué había más allá. Y que esa curiosidad, al final, nos llevó a planetas que ni siquiera podíamos ver directamente.

Cuando alguien abra ese disco en Marte —y es probable que suceda durante este siglo—, descubrirá que Carl Sagan llegó antes que él a ese destino. No lo hizo en persona, pero su voz, su pensamiento, su esperanza de que llegaríamos algún día, sí. Y eso, de una forma que trasciende la nostalgia romántica, es quizás el viaje más largo que jamás ha hecho un mensaje humano. Un científico que vivió en Ithaca, grabando desde su despacho en 1996, susurrando palabras de ánimo a exploradores que no nacían todavía, en un planeta donde esas palabras aguardan, pacientes, el momento en que finalmente alguien esté lo bastante lejos de casa como para necesitarlas.

Carl Sagan message to Mars



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