
Tim Boyle, CEO de Columbia Sportswear, decidió a principios de diciembre de 2025 hacer una cosa que suena completamente loca: ofrecer su empresa entera a quien pudiera demostrar que la Tierra es plana. La campaña «Expedition Impossible» se lanzó con una carta abierta en The New York Times y un vídeo donde Boyle mostraba irónico los «premios» que recibiría el ganador. El Daily Mail y otros medios explotaron la noticia sin piedad: «magnate de la ropa ofrece empresa de 3.000 millones de dólares a quien demuestre que la Tierra es plana». En pocas horas, Twitter, Reddit y TikTok ardían con la historia.
Pero aquí viene el detalle que casi ningún medio mencionó en el titular: el premio no es Columbia Sportswear Inc. Lo que realmente se cede es una entidad legal separada llamada «The Company, LLC» con activos valorados en aproximadamente 100.000 dólares. El contenido de ese premio es tan absurdo como esto: incluye un castor disecado del comedor corporativo. Boyle y sus abogados habían bromeado juntos para crear una estructura que hiciera literalmente imposible que alguien se llevara nada valioso, incluso si ganara. Es publicidad de altísimo nivel porque funciona en varios planos: los escépticos celebran ver a un CEO «mofarse» de los terraplanistas, los propios conspiracionistas reaccionan con rechazo (confirmando así su narrativa de «ataque a la verdad»), y millones de personas que nunca habían oído hablar de Columbia Sportswear ahora están hablando de la marca.
Pero hay un nivel de imposibilidad mucho más fundamental que la letra pequeña. El reto pide algo que no existe: un borde físico de la Tierra. Los terraplanistas imaginan un disco plano con un precipicio al vacío, y Columbia pide específicamente una fotografía verificable de ese borde. El problema es que la estructura física del planeta no lo permite. Los antiguos griegos ya lo sabían. Eratóstenes calculó la circunferencia terrestre alrededor del año 240 a.C. observando ángulos de sombras en diferentes latitudes. Hoy tenemos husos horarios, satélites GPS que funcionan con precisión de metros, rutas de vuelo que optimizan distancias asumiendo una Tierra esférica, y miles de fotografías desde el espacio de agencias espaciales de al menos diez países diferentes mostrando claramente un planeta redondo. Si alguien encuentra un borde, tendría que explicarlo muy bien.
Lo fascinante es lo que sucede después. El Daily Mail amplificó la historia sin matización. Los titulares destacaron la cifra de 3.000 millones pero raramente mencionaron el detalle de la LLC de 100.000 dólares. Los usuarios de redes compartieron la historia sin verificar. Los terraplanistas la utilizaron como evidencia de que Columbia se burla de ellos. Los divulgadores científicos aprovecharon para hablar de la forma esférica del planeta. Todo el mundo ganó algo.
Esto es el corazón del asunto: vemos funcionar aquí una máquina de contenido perfectamente engrasada. Columbia necesitaba atención y una campaña transgresora. Las teorías conspirativas son virales porque todos nos reímos de ellas. Los tabloides viven de la exageración. Los usuarios comparten sin verificar. Las redes sociales premian el sensacionalismo. Y mientras todo esto ocurre, la verdad queda sepultada no bajo mentiras conscientes, sino bajo incompletitudes e imprecisiones.
El terraplanismo sigue siendo marginal, pero ahora tiene atención cultural de una marca multimillonaria. Columbia ha logrado lo que buscaba: reposicionamiento de marca con tono provocador. El Daily Mail ha conseguido clics. Los conspiracionistas han recibido validación de que su «lucha» importa lo suficiente para que grandes corporaciones la mencionen. Y el ecosistema de medios que prioriza lo llamativo sobre lo preciso continúa funcionando exactamente como estaba diseñado.
El verdadero truco de Columbia no está en la letra pequeña del contrato. Está en cómo una verdad científica simple se transforma en entretenimiento viral. La Tierra no tiene borde porque es esférica, completamente verificable. Pero esa información precisa es mucho menos interesante que la idea de que un CEO está dispuesto a apostar su imperio. Y en una batalla entre la precisión y el sensacionalismo, ya sabemos quién gana.
☞ El artículo completo original de lo puedes ver aquí
