Acudes a una fiesta y te presentan a una persona cuyo nombre, te dicen, es Pedro. Hablas un rato con él y tienes que presentárselo a otro amigo. Este es… ¿Cómo se llamaba? Apenas hace quince minutos que te han dicho su nombre pero no lo recuerdas. Pasan 6 meses y te lo vuelves a encontrar. Reconoces perfectamente su cara y recuerdas donde lo conociste. Hola… ¿Cómo se llamaba? Él, que es hombre de mundo, te lo dice: “Soy Pedro”. Puede que lo recuerdes o puede que te des cuenta de que nunca lo retuviste y temes que te vuelva a pasar.
Es un hecho común que recordamos mucho mejor las caras que los nombres. Hay varias razones para ello. La primera es el esfuerzo cognitivo. Cuando tienes delante una cara debes decidir si la reconoces o no. Cuando quieres recordar un nombre debes buscarlo en el almacén de la memoria. No es un simple sí o no, debes traer a la memoria un nombre concreto. La primera tarea tiene una respuesta sencilla sí o no mientras que en la segunda debes buscar un nombre concreto: Pedro.
Además, todas las caras son distintas, pero muchas personas comparten el nombre. Aunque en realidad es una ventaja. Si cada persona tuviera un nombre distinto, nuestro almacén de nombres sería mucho mayor del que es. Simplemente nuestro cerebro no puede almacenar tantos nombres.
Pero la razón principal es de índole computacional y evolutivo. La capacidad para recordar caras es mucho más poderosa y antigua que la facultad para recordar nombres.
El lenguaje humano es una característica evolutiva muy reciente. No sabemos si los neandertales hablaban. En todo caso la antigüedad del lenguaje puede cifrarse en unos pocos cientos de miles de años. Digamos cien mil años. Y las áreas cerebrales involucradas en el lenguaje, aún siendo un prodigio, no son muy grandes.
Reconocimiento de caras
Por el contrario, las áreas visuales del cerebro son enormes. Y evolutivamente son muy antiguas. Los monos Rhesus Macacus y los humanos procesamos las caras de una forma muy similar. Las investigaciones indican que es una habilidad que evolucionó hace 30 millones de años en un antepasado común que compartimos con los macacos (como comparación, recuerda que los dinosaurios se extinguieron hace 60 millones de años).Reconocer caras es algo muy difícil en lo que los humanos somos expertos. No se trata de algo que hacemos usando áreas inespecíficas del cerebro como calcular, jugar al ajedrez, razonar… Disponemos de un área concreta de reconocimiento de caras, un área congénita, precableada. Esto es debido a que debemos reconocer caras con exactitud y premura sin que ello dificulte el resto de operaciones mentales. Es decir, en paralelo. Reconocemos caras pese a que hayan cambiado con los años, con el maquillaje, con las gafas, con la barba, en distintas condiciones de iluminación, en distintos ángulos y en movimiento. Lo hacemos muy bien. Puedes probar tu destreza en esta página.
El efecto Thatcher
Se llama así porque se probó por primera vez con el rostro de la Primera Dama británica. Se consigue cogiendo la foto de una cara, cortando los ojos y la boca y pegándolos boca arriba. Si tomamos a su vez la cara resultante y la ponemos cabeza abajo (de modo que los ojos y la boca están en posición correcta pero el resto de la cabeza está girada), es difícil encontrar algo erróneo. Si por el contrario colocamos la cabeza en posición correcta ( y entonces los ojos y la boca están girados), la imagen resulta chocante. Algo está mal.
Los humanos percibimos esto claramente en los rostros humanos pero no en los de los monos. De la misma forma, los monos lo detectan en los rostros de sus congéneres pero no en los de los humanos.
Ambas especies percibimos las caras de nuestros semejantes inmediatamente mientras que las de otras especies las procesamos de forma distinta.
Aun cuando el reconocimiento de caras conespecificas se realiza por medios holísticos, las partes individuales tales como boca, la nariz y los ojos así como las proporciones faciales siguen siendo importantes.
Desde una edad temprana estamos acostumbrados a las caras de otros seres humanos: una nariz larga, la curva de los labios o las espesas cejas. Aprendemos reconocer las pequeñas diferencias que contribuyen al aspecto individual
Prosopagnosia
La prosopagnosia es la incapacidad de reconocer caras familiares o conocidas.No es un fenómeno unitario. Puede ser congénita o resultado de lesiones cerebrales. Puede ser perceptiva o asociativa. En algunos casos pueden reconocerse personas que tengan un rasgo sumamente llamativo. En ocasiones sólo se reconocen personas de un sexo y no del otro.
Los casos de prosopagnosia congénita son muy curiosos con pacientes que tardaron años en descubrir que había algo raro en ellos. Un abogado dejó la profesión porque no podía convencer a sus clientes de su competencia: cuando llegaba al juicio, no reconocía quien era su cliente. Una modelo descubrió que era muy guapa cuando sus amigos la animaron a que se presentara a un concurso de belleza. Un pintor de retratos con bonitos fondos pero sin cara. Un judío que no podía reconocer a sus semejantes porque en su comunidad todos vestían igual.
Sin duda el caso más conocido es el recogido en el fascinante libro de Oliver Sacks, “El hombre que confundió a su mujer con un sombrero”.
Pareció también decidir que la visita había terminado y empezó a mirar en torno buscando el sombrero. Extendió la mano y cogió a su esposa por la cabeza intentando ponérsela. ¡Parecía haber confundido a su mujer con un sombrero! Ella daba la impresión de estar habituada a aquellos percances.
Alguna regla mnemotécnica
Hacer un gran esfuerzo para recordar sirve de poco. Mucho más útil es repetir. Por ejemplo, cuando te presentan a Pedro, en lugar de responder “Hola, qué tal?, decir “Hola Pedro, qué tal?También sirve usar las asociaciones: Pedro el de la piedra, Ángeles la de los cielos, Víctor el victorioso, Ana la anaconda…
Y sobre todo, si sospechas que tu interlocutor no se acuerda de tu nombre, ayúdale: “Hola, soy Antonio”.
☛ El artículo completo original de Antonio Orbe lo puedes ver aquí
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