2 de octubre de 2013

Así será (o podría terminar siendo) el sexo con androides

sexual lif of robots - Michael Sullivan

Por E.J. Rodríguez para JotDown.es

Lo hemos visto en novelas y película de ciencia ficción: usted, por un módico precio, adquiere una flamante reproducción de Scarlett Johanson o de Brad Pitt para que se convierta en su pareja perfecta. Para que le haga el desayuno después de una satisfactoria sesión de sexo a la precisa medida de sus gustos particulares. La posibilidad está ahí, o eso se intuye por cómo pensamos que podría evolucionar la tecnología. Pero siendo realistas, ¿sucederá esto alguna vez?

Imaginemos que efectivamente terminan creándose androides lo suficientemente parecidos a seres humanos como para que puedan ejercer como compañeros sexuales convincentes. Las posibilidades que genera esta situación, normalmente de tipo emocional, las habrá visto usted reflejadas en esas películas, novelas y series de televisión de las que hablamos. Pero existe una posibilidad que no suele plantearse: ¿acaso no preferirán los androides del futuro mantener relaciones sexuales entre ellos antes que rebajarse a tener contacto sexual con seres humanos? La verdad es que es bastante posible que así sea, al menos cuando los androides sexuales alcancen un alto grado de sofisticación. Así, podríamos encontrarnos con supuestos esclavos sexuales artificiales que, de uno u otro modo, terminen rebelándose contra sus creadores… porque no quieren acostarse con ellos.

Uno de los objetivos básicos de la robótica es el de conseguir construir máquinas que reproduzcan el comportamiento humano de la manera más fiel posible. A día de hoy, podríamos decir que ese proceso de imitación se encuentra todavía en mantillas, pero el constante progreso de la tecnología nos permite imaginar que puedan estar aguardándonos grandes logros más o menos a la vuelta de la esquina, quizá incluso en el transcurso de unas pocas generaciones. El problema de la robótica del futuro, claro, es que las cosas no terminen saliendo como los científicos y técnicos esperan que salga.

No se preocupe si le disgusta la idea de tener relaciones sexuales con un androide, por visualmente atractivo que este pudiera resultar. Hay gente que sí lo haría. Aunque las encuestas tienen un valor muy relativo —por no decir que en buena parte de los casos no pueden ser tomadas en serio—, si hacemos caso de una célebre encuesta realizada por YouGov, un 9% de los individuos interrogados afirma que tendría contacto sexual con un androide si surgiera la oportunidad. Los robots sexuales tendrían su mercado, eso está claro. Ahora bien, no crea usted que el mayor problema sería conseguir un varón o hembra robóticos cuyo tacto, movimiento y demás características físicas puedan resultar convincentes y atractivos. Esto es una tarea difícil, desde luego, pero tarde o temprano se acabará consiguiendo. Lo realmente difícil sería crear buenos compañeros sexuales desde el punto de vista psicológico, que fuesen más allá de meros autómatas que no pasaran de ser juguetes singularmente realistas.

El quid de las relaciones sexuales entre humanos es que a ambas partes (o más partes, si hablamos de sexo en grupo) les gusta la idea de practicarlo. La implicación de la pareja sexual es mucho mayor si ella también disfruta con lo que hacemos, así que la pareja sexual artificial ideal sería aquella que llegase a disfrutar con el acto sexual tanto como nosotros. Porque, entre otras cosas, cuando un androide posea una mente lo suficientemente compleja como para resultar un buen amante, será difícil programarlo de manera sencilla para que finja y la planificación de su conducta se convertirá en una tarea verdaderamente laberíntica.

¿Por qué? Pensemos en una computadora actual: discos rígidos que contienen información almacenada en un entorno de almacenaje. Una memoria rígida y por lo tanto una conducta también rígida (aunque no siempre previsible, desde luego). Esto no se parece demasiado a la manera en que funciona un cerebro humano ni es la manera en que lograremos mentes artificiales lo bastante complejas. Nuestro cerebro no solamente es una red de circuitos electrónicos, sino que está modulado por multitud de mecanismos. Por ejemplo, está la liberación de determinadas sustancias —como los neurotransmisores— que tienen un efecto enorme sobre nuestro comportamiento y nuestras emociones. La máquina bioquímica del cerebro interactúa constantemente con el resto del organismo y con el entorno, e interactúa de varias maneras simultáneamente. Así, la manera en que pensamos y sentimos en un momento dado puede estar marcada por algo tan simple con el exceso o defecto de un neurotransmisor, o con algo tan complejo como el conjunto de estímulos internos y externos al que nos vemos sometidos. Por lo tanto, nuestra conducta no es el resultado de un programa, de un software, sino más bien de una especie de red de influencias en la que nuestro «software» determina solamente una parte.

Podemos pensar que nos gusta el sexo, pero lo cierto es que este pensamiento por sí mismo no bastaría para que el sexo nos gustase. Se precisa de toda una red de receptores sensoriales, transmisión bioquímica de información y respuestas cerebrales para que, efectivamente, nos guste el sexo. Todo nuestro organismo ha evolucionado de manera en que nos guste el sexo, pero en su complejidad necesita también de determinados condicionantes. A cualquier ser humano no le resulta posible el sexo en cualquier circunstancia. Por este motivo no siempre nos apetece, y depende mucho de nuestro estado físico y emocional el que tengamos ganas de practicarlo o incluso el que disfrutemos más o menos con ello, o incluso el que seamos fisiológicamente capaces. Naturalmente, dado que del sexo ha dependido siempre la reproducción biológica y la supervivencia de nuestra especie, la selección natural se ha preocupado de que el acto sexual recompense ampliamente a casi todos los individuos normales que lo practican. Mediante el placer sexual, sobre todo, pero también existen otras recompensas relacionadas con el ego, por ejemplo, y desde luego con necesidades de contacto emocional con los demás. Pero bueno, biológicamente hablando, las respuestas fisiológicas sí son las más importantes y las más determinantes.

Si quisiéramos fabricar el androide sexual perfecto, tendríamos que conseguir que el sexo le gustase. Así, se entregaría en el acto sexual como hace cualquier pareja sexual humana. A día de hoy, esto está fuera del alcance de nuestra tecnología, pero no parece improbable que en un futuro pueda conseguirse. La clave estaría en crear cerebros artificiales que funcionasen de manera análoga a un cerebro humano. Pretender conseguirlo únicamente mediante software y hardware al estilo de los que manejamos hoy sería una tarea de gigantes, o más bien una quimera. Pero podría lograrse si tuviésemos un tejido cerebral artificial capaz de funcionar según patrones similares a los biológicos. Así, nuestro androide sexual podría experimentar placer mediante la liberación de determinadas sustancias en su cerebro: herramientas que consigan algo más que sencillamente producir cambios de los enunciados de información que almacena en su software. Los seres humanos no solamente pensamos que algo nos gusta, sino que sentimos que nos gusta. Si pudiéramos conseguir algo así en un robot, o en un androide, tendríamos una pareja sexual psicológicamente convincente. Un robot que sienta que le gusta el sexo.

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☛ El artículo completo original de The Clinic Online lo puedes ver aquí

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