Un chaval de 22 años, el estadounidense Stanley Miller, le propuso a su jefe en 1952 uno de los experimentos más sencillos y ambiciosos de la historia: imitar en un recipiente de vidrio las condiciones de la Tierra primitiva, para ver si surgía de la nada algo parecido a la vida en su laboratorio de la Universidad de Chicago. Inyectaron amoniaco, metano, hidrógeno y vapor de agua para simular la atmósfera, aplicaron descargas eléctricas como si fueran tormentas y “¡Eureka!”: pronto aparecieron aminoácidos, los ladrillos de los seres vivos. El equipo del geólogo español Juan Manuel García Ruiz repitió el experimento en 2021 en un recipiente de teflón y sorprendió al mundo: allí no apareció nada. “¡La clave era la sílice del vidrio!”, exclama el investigador, que acaba de recibir 10 millones de euros de la UE para estudiar el papel de la sílice (un mineral formado por silicio y oxígeno) en el origen de la vida en la Tierra.
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