¿Qué daño podría hacer un mapache? Cualquier búsqueda superficial en Internet revela sus muchas virtudes estéticas. Son pequeños, pero no demasiado; peludos, pero no con moderación; inteligentes, pero aún así simplones; guapos, aún bobalicones. El sueño de cualquier niño, el objeto de deseo de todo humano enfervorizado por los mamíferos terrestres
A menudo, las apariencias son traicioneras.
Numerosos testimonios y documentos gráficos avalen el carácter disruptivo, en ocasiones criminal, de los mapaches. Sus propios genes le delatan: si sus gigantescas manchas oscuras en torno a los ojos funcionan como antifaz, el mapache es el caco de la naturaleza, un animal extremadamente hábil, huidizo, sagaz en sus objetivos, diligente en sus golpes.
Bien lo saben los servicios de conservación madrileños. Desde que el pequeño bicho fuera introducido en la comunidad a principios de la pasada década se ha expandido por tres cuencas hidrográficas distintas. Durante los últimos quince años se han capturado más de 800 ejemplares, modesta muestra de una población probablemente milenaria.
Se han convertido en una pesadilla. Sin predadores naturales (provienen del continente americano), acaban con numerosas especies locales y causan pavor entre los vecindarios de la periferia. La extremada pericia que sólo milenios de pillaje proporciona se combina con una capacidad reproductiva totalitaria para dominar terrenos vírgenes en cuestión de lustros. El mapache es un arma colonizadora perfecta.
Lo sabemos hoy, no obstante. Hace medio siglo, como en muchos sentidos aún hoy, la imagen de tan simpático animal conquistaba los corazones de una nación en el otro extremo (literal) del orbe cultural occidental: Japón.
Una obsesión contraproducente
Su historia de amor-odio comienza en 1963, cuando el autor estadounidense Sterling North publica Rascal: A Memoir of a Better Era, un pequeño cuento infantil en el que surfea las olas de la nostalgia en compañía de su mapache doméstico. La obra se convierte en un clásico instantáneo, abordando las estanterías de miles de niños a lo largo del país.
Su epopeya mediática gozaría de un impulso definitivo cuando seis años más tarde Disney accediera a los derechos de la obra. Rascal, la película, debutaría en las salas estadounidenses durante el verano de 1969. De prescindible visionado, el filme contemporizaría el fulgurante éxito del amigable mapache en Estados Unidos, y limitaría su herencia.
Hasta 1977.
Casi quince años después de su publicación, Nippon Animation, un estudio de animación japonés, tuvo una idea: ¿qué tal si trasladamos la historia de Rascal a la pequeña pantalla, en una producción de 52 episodios destinados al consumo familiar? De la noche a la mañana, Rascal, su irresistible versión manga, conquista la hiperbólica cultura pop japonesa.
Cuesta acotar el impacto de la serie. Rascal terminaría apareciendo en anuncios de televisión y videojuegos destinados a la GameBoy, y provocaría que miles de niños japoneses desearan un mapache en sus casas. ¿Qué daño podría hacer, al fin y al cabo, el proverbial Rascal? Corría 1977 y los padres japoneses no tuvieron más remedio que encogerse de hombros.
En un abrir y cerrar de ojos Japón comenzó a importar mapaches como si no existiera un mañana. La fiebre alcanzó su pico a finales de los setenta, cuando las familias japonesas adquirían al sibilino mamífero a ritmo de 1.500 ejemplares por semanas. De repente, Japón había colocado un Caballo de Troya perfecto en sus ecosistemas naturales. Y lo había hecho impulsado por una serie de animación.
Y los mapaches tomaron Japón
Las consecuencias se hicieron notar con rapidez. Como explican en Atlas Obscura, una de las lecturas morales de Rascal era la liberación del animal. Los mapaches, al fin y al cabo, son animales salvajes, y al final del día sólo anhelan una cosa: huir. La idea encajaba bien en el orbe cultural japonés, presto a cualquier simbiosis espiritual entre fauna y flora.
Numerosos padres nipones aprendieron la enseñanza por la vía de los hechos: los mapaches habían comenzado a comportarse como, err, mapaches. Agresivos, destructivos y de difícil domesticación, muchos de ellos se encontraron allá donde la fábula de Rascal les encomendaba: en la naturaleza. Convertidos en pesadilla, la serie ofrecía una cómoda salvaguarda moral.
La historia posterior es similar a la de Madrid. En un puñado de años los mapaches se habían expandido por todo Japón. A finales de la pasada década se sabía de su presencia en no menos de 42 prefecturas (de un total de 47). Saquearon templos, acabaron con especies autóctonas de similares características (el tanuki) y disrumpieron numerosos ecosistemas y cultivos, generando daños anuales por valor de 300.000€.
El gobierno japonés no tardaría en prohibir la importación de mapaches, imponiendo severas multas a quien osara acudir al mercado negro, pero el daño ya sería irreparable. El mapache continúa campando a sus anchas en el archipiélago, y Rascal, muy ajeno a las consecuencias causadas por su entronamiento mediático, sigue siendo muy popular.
Pese a que el mapache se ha colado en multitud de naciones del planeta (Alemania atrapa a unos 25.000 cada año), sólo en Japón su historia rota en torno a mitomanías pop y series de animación.
Su presencia es probablemente irreversible. Como este reportaje de Slate ilustra, el mapache no sólo es un animal apto para el campo: también es una plaga urbana casi perfecta. Sus manos prensibles le permiten sortear infinidad de trampas, y su particular inteligencia provoca que las políticas para frenarlo queden obsoletas en cuestión de días.
Las ciudades, en esencia, funcionan como un campo de entrenamiento militar. Cada obstáculo planteado por las autoridades públicas ofrece un valioso aprendizaje que siempre termina sorteado, y que apuntala la adaptabilidad urbana de la especie. En Toronto, por ejemplo, la introducción de célebres contenedores de basura anti-mapaches, supuestamente infranqueables, se reveló inútil al cabo de dos años.
Nada que los gobiernos japoneses desconozcan. Gracias, Rascal.
Imagen | Cuatrok77/Flickr
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*Una versión anterior de este artículo se publicó en febrero de 2019
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La noticia En 1977 Japón estrenó un anime inspirado en un mapache. A día de hoy sigue pagando las consecuencias fue publicada originalmente en Xataka por Andrés P. Mohorte .
☞ El artículo completo original de Andrés P. Mohorte lo puedes ver aquí
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