A simple vista, en un viaje psicodélico con psilocibina uno se sumerge en una especie de trance: esta sustancia, que está presente en algunos hongos alucinógenos, aboca a un estado alterado de la consciencia, con mucha más sensibilidad al entorno y capacidad de experimentar alteraciones visuales, fenómenos de sinestesia y hasta vivencias místicas. El yo se disuelve, trasciende al cuerpo y se distorsionan las dimensiones espaciotemporales en las que uno se sitúa en el mundo.
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