¿No te intriga? Esto no era un simple error de medición. Científicos de todo el mundo confirmaron los hallazgos originales del químico alemán Emil Fischer, quien lo descubrió en 1896. Sin embargo, no fue hasta 2019 que un equipo liderado por Terry Threlfall en la Universidad de Southampton desentrañó este enigma. Y vaya si la respuesta fue inesperada.
Un misterio cristalino digno de una novela
Hablemos primero del contexto. Fischer, un genio que ganó el Premio Nobel en 1902, no era alguien propenso a errores. Aun así, sus colegas revisaron su trabajo con lupa porque no podían creer lo que observaban. Los cristales parecían idénticos bajo cualquier análisis: espectroscopía, difracción de rayos X, resonancia magnética… Todo apuntaba a que era el mismo material. ¿Cómo era posible que se comportara como si fuera dos sustancias distintas?
La clave estaba en el momento en que los cristales se derretían. Los investigadores descubrieron que el líquido resultante tenía estructuras moleculares ligeramente diferentes según la temperatura de fusión. Es como si al derretir un cubo de hielo, obtuvieras agua o una especie de “agua versión 2.0” dependiendo del método que usaste.
La química detrás del fenómeno
Ahora viene la parte técnica, pero tranquila, lo explicaré fácil. El acetaldehído fenilhidrazona tiene dos configuraciones moleculares, conocidas como isómeros: Z (donde los grupos químicos están «mirándose») y E (donde están «dándose la espalda»). En su forma sólida, el compuesto es casi todo Z. Pero al derretirse, dependiendo de la presencia de trazas de ácido o base, puede cambiar rápidamente a una mezcla de Z y E.
Esto significa que cuando el cristal se derrite a 65 grados, ya está cambiando a la configuración mixta. En cambio, si se derrite a 100 grados, primero se convierte en líquido completamente Z y luego pasa a la mezcla.
Es como si tu bebida favorita pudiera saber distinta según el tipo de hielo que uses para enfriarla. Un cambio casi imperceptible, pero con efectos enormes.
El papel del «ingrediente secreto»
La clave de este misterio estaba en una contaminación microscópica. Incluso una cantidad ínfima de ácido o base podía alterar el punto de fusión. Esto explica por qué los científicos de la época no lograban encontrar la respuesta: las herramientas disponibles no podían detectar cantidades tan diminutas de impurezas.
Aquí en WWWhatsnew.com siempre nos fascinamos con cómo lo pequeño puede tener un impacto tan grande. Desde nanopartículas que revolucionan la medicina hasta este cristal con dos puntos de fusión, la ciencia nos recuerda constantemente que los detalles importan.
Lo que aprendemos de este descubrimiento
En mi opinión, este caso no solo resuelve un misterio histórico, sino que también nos deja una lección: nunca subestimemos el poder de las pequeñas cosas. Así como una pizca de sal puede cambiar completamente el sabor de una comida, una impureza casi indetectable puede alterar las propiedades de un material.
Por otro lado, demuestra la persistencia de los científicos. Este enigma no se resolvió de la noche a la mañana. Fue necesario más de un siglo y avances tecnológicos enormes para entender lo que realmente ocurría.
¿Qué sigue?
Este descubrimiento no solo satisface nuestra curiosidad, sino que podría tener aplicaciones prácticas. Entender cómo las condiciones ambientales y las impurezas afectan los materiales es clave para desarrollar nuevos compuestos químicos, ya sea en la farmacología, la tecnología o incluso en la industria alimentaria.
En WWWhatsnew.com, creemos que este tipo de historias nos inspiran a seguir explorando y haciendo preguntas. ¿Qué otros misterios, quizás más cercanos de lo que imaginamos, esperan ser resueltos?
☞ El artículo completo original de Juan Diego Polo lo puedes ver aquí
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