18 de junio de 2025

Inexplicables ondas de radio percibidas bajo el hielo antártico

Hace apenas unos días, la Universidad Estatal de Pensilvania ha publicado un documento que ha vuelto a encender la chispa de la imaginación colectiva: extraños pulsos de radio, detectados emergiendo —o eso parece— desde lo más profundo del hielo antártico. Si uno escucha a la prensa más sensacionalista o a los eternos adoradores del misterio, la cosa se narra con la solemnidad de un contacto interestelar: señales que rompen las leyes de la física, que viajan a través de miles de kilómetros de roca sólida como si tal cosa, y que se burlan de los neutrinos —esas tímidas partículas tan difíciles de detectar—.

Pero basta con mirar el estudio con lupa para ver que, aunque el hallazgo es realmente intrigante, no hay extraterrestres mandando mensajes de radio a casa bajo el Polo Sur. Lo que los investigadores de Penn State han hecho es confirmar, con datos revisados, que esos pulsos detectados por el experimento ANITA (Antarctic Impulsive Transient Antenna) no cuadran del todo con el tipo de señales de neutrinos que uno esperaría recibir desde el cosmos.

Este último estudio de Penn State vuelve a poner el dedo en la llaga: analizaron 15 años de datos de otro gigantesco observatorio de neutrinos, Pierre Auger, en Argentina, para ver si veían lo mismo. Resultado: nada de nada. Ni rastro de neutrinos con la fuerza y el ángulo que explicarían estos pulsos raros. Así que tenemos el fenómeno detectado por ANITA y ninguna pista firme para explicarlo con el arsenal de partículas que conocemos.

Entonces, ¿qué demonios podría ser? Hay varias posibilidades, y cada una tiene su dosis especulativa:

Primero, la favorita de algunos físicos: un fallo en la interpretación o alguna peculiaridad del hielo antártico. Aunque suene aburrido, la física de la radio propagándose por capas de hielo, grietas, charcos subglaciales y zonas de transición entre hielo y roca es endiablada. No sería la primera vez que un rebote inesperado o una refracción extraña genera una señal que parece venir de donde no viene. El propio equipo de ANITA ha investigado esta opción, aunque admiten que no todos los casos encajan bien con esta explicación.

Segunda hipótesis, para los amantes de la ciencia especulativa: partículas exóticas o física más allá del modelo estándar. Algunos proponen que podría tratarse de neutrinos con propiedades raras o de partículas aún desconocidas que interactúan de forma insólita. Teóricamente posible, pero necesitaría más evidencias: ni IceCube, que también se revisó, ni Pierre Auger, que deberían ver montones de estas rarezas, han encontrado nada parecido.

Tercera opción, la favorita de los conspiranoicos de teclado: señales artificiales, ya sea de bases secretas bajo el hielo, tecnología militar clasificada o civilizaciones perdidas al estilo de las obras de H. P. Lovecraft. Aquí, lamentablemente para el romanticismo de la conspiración, la ciencia no da ni medio paso en esa dirección. No hay indicios de fuentes humanas escondidas a kilómetros de profundidad, y si alguien estuviera construyendo una base secreta tan grande como para emitir pulsos de radio detectables a 40 kilómetros de altura, ya habríamos percibido alguna evidencia más.

Por último, y siempre válido en ciencia: un error instrumental. ANITA es un experimento pionero, y siempre existe la posibilidad de que un fallo en la calibración, en la electrónica o en la interpretación de datos sea el verdadero responsable de tanto revuelo. Es una opción que no se descarta y que la próxima generación de experimentos, como PUEO, ayudará a esclarecer. PUEO, heredero de ANITA, usará mejores instrumentos y métodos más sensibles para verificar si estas señales extrañas se repiten o si se trataba de un artefacto de los equipos anteriores.

Así que, por ahora, tenemos un misterio genuino, un puñado de hipótesis plausibles, y ninguna prueba sólida de que hayamos encontrado portales a otras dimensiones bajo el hielo antártico. Un recordatorio saludable de que el universo —y en este caso, la Antártida— siempre guarda alguna sorpresa para recordarnos que aún sabemos menos de lo que creemos… aunque algunos prefieran imaginarse antenas alienígenas metidas entre icebergs.



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