14 de julio de 2025

DART: desviar un asteroide sí, pero ¿a qué precio?

Hace casi tres años, la NASA estampó intencionadamente una nave contra un asteroide. Lo hizo en nombre de la defensa planetaria: querían comprobar si, llegado el caso, podríamos desviar un objeto celeste que amenazara con estrellarse contra la Tierra. Y lo lograron. O eso parece.

Porque lo que en su día se vendió como un hito indiscutible de la ingeniería aeroespacial, hoy se observa con un poco más de prudencia. Algunos estudios recientes están empezando a desenterrar los efectos secundarios de esa maniobra, y lo que están encontrando merece al menos levantar una ceja.

La misión se llamaba DART (Double Asteroid Redirection Test) y fue diseñada para impactar contra Dimorphos, una pequeña luna de un asteroide mayor llamado Didymos. El objetivo era alterar su órbita y medir con precisión el resultado. Tras el impacto, la NASA anunció eufórica que habían acortado el período orbital de Dimorphos en 32 minutos. Una prueba de concepto exitosa. Pero la historia no acaba ahí. Porque al mirar con más detalle, los científicos han descubierto que el golpe no solo desvió el asteroide, sino que lo salpicó de fragmentos, lo hizo escupir rocas en todas direcciones y posiblemente alteró su equilibrio orbital de formas no previstas.

Uno de los estudios más reveladores es el del equipo de David Jewitt, de la UCLA. Tras observar el sistema durante meses, detectaron una especie de metralla flotante: al menos 37 bloques de entre 1 y 7 metros salieron despedidos tras el impacto. Algunos se desplazaban tan rápido como la propia luna. Jewitt lo comparó con una granada: no solo importa la explosión, sino hacia dónde vuela la metralla. En este caso, las rocas expulsadas podrían, hipotéticamente, convertirse en mini-asteroides por derecho propio. Y aunque ningún fragmento representa una amenaza real para la Tierra, los expertos advierten que, de repetirse esta técnica con otros objetos, existe el riesgo de crear nuevos problemas al resolver el original.

Otro estudio, este liderado por la Universidad de Maryland, descubrió que los fragmentos no salieron de forma simétrica ni aleatoria. Formaron grupos con direcciones preferentes y velocidades nada despreciables: algunos alcanzaban los 50 metros por segundo. Esto significa que el impacto de la nave no fue el único impulso que recibió Dimorphos. La expulsión de fragmentos a gran velocidad también lo empujó, y en una dirección inesperada. Según los investigadores, ese impulso extra fue casi tan potente como el generado por la nave. Es decir: se les fue la mano con el empujón. Literalmente.

Y esto importa, porque no se trata de una prueba en laboratorio. Se trata de jugar al billar con piedras espaciales gigantes, donde un golpe mal calculado puede acabar con la bola blanca en el hoyo. De hecho, los modelos indican que el plano orbital de Dimorphos pudo inclinarse un grado, algo que puede parecer poco, pero en mecánica celeste es una barbaridad. Además, el sistema Didymos-Dimorphos es binario, lo que significa que lo que le ocurra a uno afecta al otro. Alterar el equilibrio entre ambos podría tener consecuencias inesperadas a medio o largo plazo.

También está el asunto de los micrometeoritos artificiales. Algunos cálculos sugieren que parte de los fragmentos más pequeños podrían alcanzar Marte o incluso la Tierra en los próximos años, transformándose en nuevas lluvias de meteoros. No es una amenaza real —porque se desintegrarían en la atmósfera—, pero no deja de ser curioso que estemos creando, sin querer, nuestras propias Perseidas made in NASA.

Y luego está la parte que menos gusta discutir: la geopolítica. Porque si un país decide desviar un asteroide, y la desviación pone en peligro a otro país, ¿quién responde? La defensa planetaria, al igual que el cambio climático o las pandemias, no entiende de fronteras. Pero la política sí. Hoy por hoy, no existe un protocolo claro sobre quién toma la decisión de actuar, ni sobre las consecuencias jurídicas de un fallo. Y lo más inquietante: algunas de estas técnicas podrían, en teoría, emplearse como armas. Una carga nuclear que desvíe un asteroide también podría usarse para empujarlo hacia un objetivo. Sí, parece ciencia ficción. Pero también lo parecía, hace no tanto, lo de estrellar una nave contra un asteroide.

La misión DART ha abierto la puerta a una nueva era de defensa planetaria, pero también ha dejado claro que estamos entrando en un terreno nuevo, donde cada acción debe pensarse no solo con precisión, sino con una buena dosis de humildad.



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