16 de julio de 2025

El sonido de 3 kHz que reveló el vacío entre las estrellas (y no un mensaje oculto)

Hace unos años, una noticia comenzó a circular por ciertos rincones de internet: la sonda Voyager 1 habría detectado una señal de 3 kHz procedente del espacio interestelar, cuya naturaleza no podía explicarse. Algunos lo interpretaron como una posible transmisión artificial. Otros hablaron de «frecuencias anómalas» que la ciencia oficial se niega a reconocer. Y, como suele ocurrir, una verdad interesante fue distorsionada hasta parecer una escena de ciencia ficción.

Pero volvamos al principio. En 2012, la Voyager 1 cruzó la heliopausa, el límite donde el viento solar deja de dominar, y se adentró oficialmente en el espacio interestelar. Allí, empezó a registrar el entorno con sus instrumentos. En particular, su «Plasma Wave System», un dispositivo capaz de detectar las vibraciones eléctricas del plasma en su entorno, registró una serie de emisiones que han sido objeto de estudio en los últimos años.

En 2021, un equipo de la Universidad de Cornell publicó en Nature Astronomy que Voyager 1 había captado un zumbido constante en una frecuencia de unos 3 kHz. No era un pico aislado ni una interferencia, sino una emisión sostenida, que seguía presente incluso cuando no había actividad solar cercana. En palabras sencillas: un murmullo de fondo que parece llenar el espacio interestelar.

¿Significa esto que algo o alguien está transmitiendo desde más allá del sistema solar? No. La explicación más probable (y más interesante, si uno se detiene a pensarlo) es que se trata de la frecuencia natural de oscilación del plasma interestelar. Esta frecuencia depende de la densidad de electrones del medio, y los 3 kHz detectados indican una densidad extremadamente baja: apenas unos pocos electrones por centímetro cúbico. ¡Eso es el vacío interestelar!

Lo que hace especial esta detección es su persistencia. Hasta entonces, las señales similares captadas por Voyager provenían de perturbaciones causadas por eyecciones de masa coronal del Sol. Pero esta emisión no estaba relacionada con ningún evento solar. Es, literalmente, el «sonido ambiente» del espacio interestelar. Una especie de eco eléctrico del plasma, imperceptible para nosotros, pero captado por esa vieja sonda que sigue funcionando más allá de Plutón.

Como era de esperar, los amantes del misterio saltaron rápido. «La NASA detecta una transmisión inexplicable», titularon algunos sitios web. Otros hablaron de «mensajes cifrados», o incluso de una supuesta conspiración para ocultar que las Voyager estaban siendo contactadas por civilizaciones lejanas. Pero basta leer el estudio original para ver que no hay nada de eso. Solo ciencia. Ciencia en su forma más pura: una observación inesperada, una hipótesis plausible, y una nueva ventana al universo.

Lo más irónico de todo esto es que no necesitamos marcianos para maravillarnos. El hecho de que un aparato lanzado en 1977, con un sistema de 68 kilobytes de memoria, siga funcionando a más de 24.000 millones de kilómetros de la Tierra, detectando señales del plasma interestelar, debería ser suficiente para dejarnos con la boca abierta. Pero parece que, para algunos, si no hay alienígenas, no hay magia.

Y sin embargo, ahí está: la Voyager 1, escuchando el murmullo eléctrico del universo. Un zumbido de 3.000 ciclos por segundo, que no es ni misterioso ni inexplicable, pero que suena, sin duda, a eternidad.



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