A primera vista, la Gran Esfinge de Giza parece una figura imponente y enigmática, tallada en la roca con rostro de faraón y cuerpo de león, que desafía el paso del tiempo desde hace más de 4.000 años. Pero si uno se acerca lo suficiente y escarba entre los mitos, las restauraciones y las leyendas, aparecen una serie de agujeros, pozos y pasajes que han alimentado durante siglos la imaginación de arqueólogos, exploradores, charlatanes y buscadores de secretos. A diferencia de otros artículos que ya publiqué en este blog en los que me centraba en el origen de la esfinge, en este haremos un repaso exhaustivo a cada uno de esos orificios: los reales, los dudosos y los directamente fantásticos.
Empecemos por los que están documentados. En la cima de la cabeza de la Esfinge hay un hueco cuadrado de unos 1,5 metros. Su origen no está del todo claro. Algunos creen que pudo servir para colocar un adorno ceremonial, una especie de corona. Lo cierto es que desde el siglo XVI ya se hablaba de ese agujero como una entrada misteriosa por la que los sacerdotes hablaban, haciendo creer que era la propia Esfinge la que daba oráculos. En 1926, el ingeniero Émile Baraize lo reforzó con cemento y colocó una trampilla que aún sigue ahí. No lleva a ninguna parte: sólo es un hueco ciego excavado en la roca.
Unos pasos más atrás, en la espalda de la Esfinge, está el llamado «Pozo de Perring». Lo perforaron en 1837 Howard Vyse y su ingeniero Perring buscando una cámara secreta. Tras perforar 8 metros en la roca, se dieron por vencidos. En 1978, Zahi Hawass limpió el agujero y encontró un fragmento del nemes, el tocado de la estatua. Nada más. Luego lo rellenaron y sellaron.
En el lomo hay otra fisura más interesante, visible en algunas fotos antiguas: una grieta natural, de hasta dos metros de ancho, que fue ampliada con herramientas hasta convertirse en un pozo vertical. Auguste Mariette la exploró en 1853 y encontró fragmentos de madera resinosa, posiblemente restos de un enterramiento antiguo. Baraize la reforzó con vigas de hierro y la cubrió con una losa. Tampoco lleva a ninguna parte conocida.
En la parte trasera, junto a la grupa, se esconde otro pasaje, redescubierto en 1980 gracias al testimonio de obreros que trabajaron allí en su juventud. Es una especie de pasillo en forma de L que termina en un nicho por arriba y en un pozo inundado por abajo. Algunos creen que fue una excavación de Vyse. Dentro se encontraron zapatos, hojalata y basura moderna. Más aventura que arqueología.
Entre las patas delanteras, justo detrás de la famosa Estela del Sueño, hay una fosa oculta bajo una losa de cemento. Se selló en los años 20 y no se ha reabierto. Las especulaciones sobre lo que podría haber debajo han alimentado todo tipo de teorías, pero ningún arqueólogo ha encontrado nada. La Estela del Sueño es la losa vertical que podéis ver en la imagen. Fue erigida por Tutmosis IV alrededor del año 1400 a.C. y cuenta un sueño en el que el dios Harmachis —la propia Esfinge— le prometía el trono si liberaba el monumento de la arena.
En los laterales de la Esfinge también se documentaron huecos: un nicho en el flanco norte y otro posible bajo el recubrimiento del lado sur. El primero fue visible durante las excavaciones de 1925, pero se rellenó con bloques. El segundo podría no haber sido más que un hueco dejado por las restauraciones.
Y fuera del cuerpo de la Esfinge, en su recinto, hay algunos pozos interesantes. Uno de ellos es el llamado «Keyhole Shaft», un pozo cuadrado de unos dos metros de profundidad con forma de cerradura en su base. Allí se encontró un fragmento de basalto, quizá desechado durante las obras de construcción del complejo.
Hasta aquí, lo real. Ahora pasemos al folclore. El mito más famoso es el de la «Sala de los Archivos», una supuesta biblioteca atlante escondida bajo la Esfinge. La idea la popularizó Edgar Cayce en los años 30, asegurando que sería descubierta hacia 1998. Lo cierto es que no se ha encontrado nada, y la comunidad arqueológica considera que esa sala no existe.
Algunos estudios geofísicos han detectado anomalías bajo las patas delanteras de la Esfinge. Pero «anomalía» no significa «cámara secreta»: puede ser una bolsa de aire, un cambio en la densidad del terreno o una oquedad natural. Nadie ha excavado esos puntos porque dañar la Esfinge sería un crimen patrimonial.
También hay quienes han dicho que hay un túnel longitudinal que recorre el cuerpo desde la cola hasta la cabeza. Pero lo cierto es que ninguna de las cavidades conocidas conecta entre sí, y no hay prueba alguna de un pasadizo interno continuo.
Por último, las leyendas más antiguas: que la Esfinge estaba conectada con las pirámides por pasajes subterráneos, que hablaba con voz propia gracias a sacerdotes escondidos en su cabeza, que ocultaba templos bajo su cuerpo. Todo eso pertenece al imaginario colectivo. En la realidad, la Esfinge es una mole de piedra con algunos huecos, muchos misterios erosionados por el tiempo y más cuentos que grietas.
Lo fascinante es que incluso sin salas secretas ni tesoros, sigue siendo uno de los monumentos más intrigantes de la historia. Y quizá, sólo quizá, parte de su magia esté precisamente en que no hay nada dentro.
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