
Durante más de un siglo, una pregunta ha obsesionado a arqueólogos, antropólogos y curiosos de todo el mundo: ¿cómo transportaron los rapanuís esos colosos de piedra desde la cantera de Rano Raraku hasta sus plataformas ceremoniales? La respuesta convencional, la que encontrabas en prácticamente todos los libros de divulgación científica, era casi novelesca. Rodillos de madera, equipos de cientos de trabajadores, deforestación masiva. Una narrativa de colapso ecológico donde la ambición de construir estatuas gigantes llevó a la civilización rapanuí al borde del abismo. Pero hay un pequeño problema con esta versión de los hechos. No es cierta.
Lo que emerge de un estudio exhaustivo publicado en 2025 por investigadores de la Universidad de Binghamton es algo mucho más fascinante que cualquier historia de colapso: los moai no fueron arrastrados horizontalmente como troncos inertes. Caminaron. Literalmente. Y más importante aún, los antiguos isleños diseñaron deliberadamente estas estatuas para hacerlas caminar. Fue un acto de ingeniería sofisticada que predataba la física formal, pero que coincidía perfectamente con los principios que la ciencia descubriría siglos después.
El descubrimiento fundamental comienza con algo que suena trivial pero es extraordinario: la forma. Los investigadores analizaron 962 moai en la isla y notaron algo que había estado frente a sus narices todo este tiempo. Las estatuas encontradas a lo largo de las antiguas carreteras de transporte tenían características radicalmente diferentes de las erigidas en las plataformas ceremoniales. Los moai del camino poseían bases significativamente más anchas en relación con su cuerpo. Mientras que las estatuas que llegaron a su destino mostraban unas bases más estrechas. Esto no era accidental. Una base ancha sitúa el centro de masa muy bajo en la estatua, exactamente lo que necesitas si planeas hacer que un objeto de varias toneladas se balancee de lado a lado sin caerse.
Pero hay más. Todos los moai del camino presentaban una inclinación hacia adelante, típicamente entre 6 y 15 grados desde la vertical. Esto coloca el centro de masa peligrosamente cerca del borde delantero de la base, imposibilitando que la estatua se mantenga de pie por sí sola. Para cualquier moai convencional, esto sería un defecto catastrófico. Para un objeto destinado a caminar, es perfecto. Cuando inclinas lateralmente una estatua con esta forma, el centro de masa desplazado hacia adelante hace que caiga hacia delante de manera controlada, pivotando sobre el borde redondeado de la base. Cada balanceo lateral produce un «paso» hacia adelante.
La tercera característica definitoria: ninguno de los 62 moai encontrados en las carreteras tiene ojos esculpidos. Para los rapanuís, esto era crucial. Los ojos (mata) no eran meramente decorativos; representaban la transformación espiritual final que convertía una piedra tallada en el ancestro viviente. Se añadían solo después de que la estatua estuviera completamente erguida en su plataforma. La ausencia total de cuencas oculares confirma que estas estatuas nunca llegaron a completarse. Nunca alcanzaron su destino.
Estos son los rastros de una tecnología elegante: carreteras de 4,5 metros de ancho cortadas en la roca volcánica, extendidas durante 25 kilómetros desde la cantera. Lo fascinante es su sección transversal: es cóncava, con forma de U. Excavaciones revelan que esta concavidad coincide exactamente con la curvatura del borde de la base de los moai. La ingeniería es evidente. Una carretera cóncava guiaría naturalmente una estatua oscilante, evitando que se desviara lateralmente durante el movimiento rítmico. La propia tierra se convierte en parte del sistema de transporte. Las pendientes de estas carreteras alcanzan el 20-25 por ciento en sus secciones más pronunciadas. Transportar un objeto horizontal pesado cuesta arriba sería una pesadilla logística. Para una estatua que camina usando movimiento pendular, el ángulo es prácticamente irrelevante.
En 2012, los investigadores construyeron una réplica de 4,35 toneladas basada en las medidas exactas de un moai del camino. Era una prueba audaz. Utilizaron cuerdas en una configuración de tres líneas: dos a los lados para generar el balanceo lateral y una trasera para evitar que la estatua se desplomara hacia adelante. Con dieciocho personas coordinadas, el equipo movió la réplica 100 metros en cuarenta minutos. El movimiento era suave, controlado, elegante. Cada persona sustentaba aproximadamente 400 newtons de fuerza, equivalente a levantar 40 kilogramos. Es trabajo moderado, comparable al ciclismo leve. La mecánica resultó tan eficiente que estatuas más grandes no requerían proporcionalmente más trabajadores. Una estatua de 20 toneladas necesitaba entre 35 y 50 personas para iniciar el movimiento, pero solo 15 a 25 para mantenerlo una vez que el péndulo estaba en movimiento. Esto explica por qué los rapanuís continuaron haciendo estatuas cada vez más grandes: la física favorecía la escala.
Making Easter Island statues walk - Easter Island: Mysteries of a Lost World - BBC
Los 62 moai abandonados en las carreteras son un archivo de transporte fallido. Treinta y siete por ciento de ellos muestran fracturas consistentes con caídas desde una posición vertical, no los daños por arrastre horizontal que esperarías ver en un objeto descubierto. El setenta por ciento de las bases presentan daño en los bordes laterales: fracturas amplias y poco profundas precisamente donde el máximo estrés ocurriría durante el balanceo lado a lado. Notablemente, no hay marcas de rasguño longitudinal, el tipo de erosión que esperarías si hubieran sido arrastrados durante kilómetros. Aún más revelador es dónde cayeron. Cuando los investigadores mapearon la posición de los moai caídos en relación con la topografía del terreno, encontraron un patrón estadísticamente significativo. Las estatuas que cayeron en pendientes descendentes se encuentran boca abajo. Las que cayeron en pendientes ascendentes están boca arriba. Es exactamente lo que predice la física: una estatua caminante que cae cuesta abajo termina en posición frontal; una que cae cuesta arriba rueda hacia atrás. Hay dos ubicaciones donde excavaciones revelaron que antiguos transportistas intentaron re-erigir moai derribados, excavando bajo la base para conseguir el ángulo correcto para levantarla con cuerdas. Es un gesto que solo tiene sentido si las estatuas viajaban verticales.
Uno de los argumentos más persistentes contra el transporte vertical era la falta de cuerda. Si no hay árboles grandes, ¿de dónde sacas cuerda? La narrativa del colapso sugería que cuando la isla se quedó sin bosques, los rapanuís se vieron atrapados. Pero esta premisa ignora la botánica. La hauhau (Triumfetta semitroba) es una planta arbustiva que prospera exactamente en tierras perturbadas. Conforme los palmares fueron cortados para agricultura, la hauhau se extendió y floreció. Nunca desapareció de la isla. Prospera en Rapa Nui hoy. Los rapanuís documentados en el siglo diecinueve hacían cuerda fina y resistente de la corteza del hibisco y del cáñamo indígena. Un análisis moderno sugiere que transportar 400 moai consumiría aproximadamente 6.400 árboles. Pero distribuido a lo largo de 500 años de actividad de construcción, representa alrededor de 13 árboles por año. Perfectamente sostenible para una planta que regenera rápidamente en terrenos alterados. No hay crisis de cuerda. Solo una narrativa que confundió colapso con innovación.
Lo peculiar de este caso es que los críticos del transporte vertical no desaparecieron con la evidencia. Jared Diamond, autor de «Colapso», rechazó la hipótesis basándose en intuición: «¿Por qué querrías transportar una estatua de 90 toneladas verticalmente arriesgando que se caiga, en lugar de simplemente acostarlo?». Esos críticos ignoraban la física de la oscilación controlada y, más importante, la evidencia arqueológica misma. Van Tilburg, especialista en moai, calificó los experimentos como un «truco» a pesar de que los investigadores habían utilizado medidas fotogramétricas precisas de un moai específico del camino. Bahn y Flenley rechazaron los hallazgos argumentando que «el misterio del transporte permanece intacto», una negación que viola el criterio fundamental de Karl Popper: la falsabilidad. Sus posiciones no especificaban qué evidencia los convencería de que estaban equivocados, mientras simultáneamente ignoraban la evidencia que contradecía sus afirmaciones. Esto es lo que Thomas Kuhn describió como resistencia de paradigma: los marcos interpretativos existentes tienen poder, especialmente cuando están ligados a narrativas seductoras como el colapso ecológico de una civilización.
Lo más hermoso de esta historia es que los rapanuís ya lo sabían. Existe una canción tradicional de trabajo donde un ancestro llamado Tu’u Ko Iho «hizo caminar» a los moai. Estas canciones de trabajo, encontradas en todas las culturas del mundo, funcionan sincronizando movimiento colectivo con ritmo. El tempo coincide con la tarea. Los trabajadores tiran en unísono, al ritmo de la música. Para una tarea de oscilación coordinada, una canción de trabajo es exactamente lo que necesitas. Durante el festival cultural Tapati Rapa Nui, la comunidad ahora realiza demostraciones de moai caminantes, celebrando la ingenuidad ancestral. Los rapanuís recuperaron su narrativa: no son una civilización que se autodestruyó por orgullo ambiental, sino ingenieros sofisticados que aplicaron principios de física oscilante sin saber que existía la física.
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